El des concierto de los tres tenores Verdes
Estancias > Primera planaPor Marsares
viernes 27 de mayo de 2011 18:32 COT
Aunque las emociones motivan la unión de los grupos humanos, son las razones las que permiten que se consoliden como tales, y de esto careció el Partido Verde desde sus comienzos. Surgió como una respuesta exaltada a la corrupción e intolerancia de un gobierno autoritario que pretendía eternizarse en el poder.
En común, sus tres líderes tenían el haber conseguido buenas calificaciones en honradez y eficiencia durante su paso por la alcaldía. Transformaron a Bogotá, cada quien desde su particular punto de vista. Antanas Mockus, desde la cultura ciudadana, Enrique Peñalosa, desde la movilidad, y Lucho Garzón, desde las necesidades sociales.
El uno, Antanas, nos enseñó el respeto hacia los demás, el otro, Peñalosa, nos mostró que una ciudad puede construirse pensando en sus habitantes y Lucho nos hizo voltear la mirada hacia los más necesitados, volviendo a Bogotá más incluyente. Separados, hicieron muchas cosas, pero unidos jamás aprendieron a trabajar en equipo.
En su favor se puede decir que el éxito inesperado de la Ola Verde no les dio tiempo para reflexionar sobre el país que querían y la manera de conseguirlo. Sin un programa definido, se defendieron con abstracciones académicas en las que todo el mundo está de acuerdo como el respeto a la vida y a los dineros públicos.
Pero un país no se gobierna con buenas intenciones; tampoco un partido se forma y consolida con frases bonitas, juegos visuales o respuestas emocionales. Los vacíos de saber lo que se quiere, pero sin saber cómo llevarlo a cabo, llevaron a Mockus a desinflarse en los debates de la campaña presidencial, incapaz de pasar más allá del eslogan de lo sagrado.
Pasadas las elecciones presidenciales, estos vacíos, este no saber para dónde se va, les pasó la cuenta de cobro. Cuando se esperaba que los Verdes se pusieran al frente de la oposición, convirtiéndose en los fiscales del poder, debatiendo ideas, proponiendo soluciones, denunciando abusos, se desaparecieron del mapa político.
La pregunta generalizada en el país, no sólo entre sus seguidores sino entre sus adversarios temerosos, fue: ¿qué se hicieron los Verdes? Simplemente se esfumaron entre sus quehaceres personales, académicos o profesionales, dejando el partido a la deriva, mientras el unanimismo cundía por doquier en torno a la nueva administración.
Apenas Sergio Fajardo, el único que sabía bien lo que quería, pero que infortunadamente no tuvo la suerte o la maestría para comunicarlo a los electores, siguió con su proyecto político, preparándose para las siguientes elecciones en el departamento de Antioquia, donde hoy aspira al cargo de gobernador con muy buenas posibilidades.
El tiempo pasó y los acontecimientos cogieron a los Verdes desprevenidos. El destape de la corrupción del gobierno uribista y de la administración distrital se dio prácticamente a sus espaldas. Periodistas, políticos de los propios partidos involucrados como Gustavo Petro, la Procuraduría, la Fiscalía, la Corte Suprema se dieron a la tarea de destapar las ollas podridas.
Mientras tanto, como si se tratara de la discusión medioeval sobre el sexo de los ángeles, Mockus, Peñalosa y Garzón se dedicaron a discutir sobre cuál era el mundo de los buenos y de los malos, encerrados en la Bogotá de sus amores, olvidándose de su responsabilidad como líderes de la oposición nacional, reducida a su mínima expresión.
En un diálogo de sordos, el departamento de autogoles se tomó la vocería. Cuando se creía que Peñalosa era el candidato indiscutido de los Verdes para la alcaldía de Bogotá, Mockus lo puso en duda y reclamó el derecho, con sus acostumbradas abstracciones, de poner su nombre en consideración.
Las ambiciones soterradas se volvieron susurros, luego indirectas y más tarde gritos, para terminar en insultos y descalificaciones, polarizándose los ánimos. Y de nuevo, como hace seis meses, como hace un año, nadie sabe qué quiere el Partido Verde, sólo qué y a quien odian sus integrantes.
Qué desperdicio. No sólo los millones de votos, sino las esperanzas de un país que se creyó el cuento de que se podía construir una sociedad mejor, se echaron a la basura. La tolerancia, el respeto a las ideas ajenas, la unidad en torno a la diversidad, la frescura del cambio de las costumbres políticas, quedaron en simples buenas intenciones.
El Mockus excluyente, el Lucho airado, el Peñalosa sibilino, son las nuevas imágenes que se instalan en el imaginario colectivo. Tres tenores que cantan muy bien como solistas, pero que son un desastre en coro. Desafinan tanto que al final no se escuchan sino graznidos que decepcionan a su público hasta el punto de abandonar el “des concierto” en busca de, al menos, mejores ruidos.
sbado 28 de mayo de 2011, 13:21 COT
Definitivamente ni para trinar, como tu lo dices, Que Desperdicio!