De la yerba y otros demonios
Crónicas Utópicas > EstanciasPor Marsares
domingo 15 de marzo de 2009 15:04 COT
—¿En qué andas?
Su boca se contrajo un poco. Me miró como si lo hubiera pillado in fraganti. Fue apenas un segundo antes de que apareciera la sonrisa que lo salva desde que lo conozco, de todo mal y peligro.
—¿Crees en el diablo?
Esta vez fui el que sonreí.
—¿El diablo? Hace mucho tiempo que lo mataron los curas.
—¿Y si fuera un “falso positivo”?
Reímos porque no era descabellado pensar que hubiera podido sustraerse a la encerrona de los concilios, que reemplazaron los cuernos y la cola por condones, gays y abortos, convirtiéndole en un zombie patético que ya no asusta ni en Halloween.
—¿Quieres?
De una tabaquera de cuero negro sacó un poco de yerba y la colocó con cuidado sobre la mesa.
—Es de primera, "Santa Marta Gold", se la compré a Dorinel, el de la 22, ¿lo recuerdas?
Por supuesto que lo recuerdo, en su carrito de dulces, esperando la clientela cerca a “El cometa”. Bastaba con decirle “quiero una” para que la papeleta se deslizara en la mano que le daba el billete. También al lado estaba “la cucha”, que bajo el delantal y las canas escondía la mejor yerba del mundo. Un pitazo y por un rato olvidábamos los códigos Temis, las teorías puras del puto Kelsen y hasta las babosadas criminológicas de Pietro Ellero.
—Paso —le dije, mientras me servía un tinto chileno que traje para la velada.
—Te volviste zanahorio después de todo.
—No. Es que hace mucho le perdí el sabor —me disculpé.
Apenas asintió con la cabeza mientras desmenuzaba la marihuana con los dedos y cuidadosamente la esparcía sobre el papel. Lo vi, envolverla, con religiosa parsimonia, practicando el rito que no se ha podido llevar el tiempo ni la DEA, y luego sellar el bulto con saliva, armando el cachito de siempre. El olor se esparció por la habitación, dulzón, agradable, con sabor a picadura criolla. Lo aspiré con gusto, después de todo.
—Salud —le dije, alzando la copa.
—Salud —me respondió con el envoltorio sostenido por el pulgar y el índice.
Después de expulsar la primera bocanada, despacio, como si el alma se le fuera en ello, me dijo en voz baja: "Te pregunté lo del diablo porque quisiera tener la suerte de Lucas Corso".
Lucas Corso, el cazador de incunables, empeñado en hallar el misterio que se esconde en el "Libro de las nueve puertas" y termina tropezándose con un ángel caído como Irene Adler y sus inquietantes ojos verdes “con toda la luz arrebatada al cielo”. Cité de memoria la descripción de Perez-Reverte y recibí un aplauso a cambio. El club Dumas. Le pregunté si tenía el libro por ahí. “Ya te lo traigo”, me respondió con alegría.
—Hacer el amor con el diablo da para condena eterna —le dije con malicia, cuando lo tuve en mis manos.
—Si, pero uno nunca sabe lo que pueda encontrar allá. ¿Recuerdas a Mark Twain?: “Al paraíso lo prefiero por el clima; al infierno, por la compañía”.
La cita valió para un par de chupones del bareto que ya amenazaba con extinguirse.
—Escucha y dime si Corso no probó la gloria con Irene: “Entonces le separó los muslos y accedió por fin, aturdido, a un paraíso húmedo, acogedor, que parecía hecho de nata caliente y miel”.
Por supuesto, sabor a gloria, lejano del infierno cristiano, y él siguió leyendo para volver a gozar con Corso ese momento único de un mortal uniéndose con la eternidad:
—“Se veía a sí mismo desde lejos, asombrado e incrédulo, sin apenas reconocerse: atento a ella, pendiente de sus latidos, de sus gestos, anticipándose al deseo mientras descubría los resortes secretos, las claves íntimas de aquel cuerpo suave y tenso a un tiempo, sólidamente enlazado al suyo. Siguieron así cosa de hora y pico. Después Corso le preguntó a la chica si estaba fértil o infértil, y ella dijo que no se preocupara, que lo tenía bajo control. Entonces él se lo puso todo muy adentro, junto al corazón”.
Jugueteamos un rato con el libro, simpatizando con el bando de Irene, expectantes, pensando con curiosidad qué hubiera pasado si los ángeles caídos ganan.
—Tenían más coraje que cualquiera —me recalcó—. Como lo dice la propia Irene, se necesita mucho valor para enfrentarse a Dios. Y ella, con los demás, peleó “cien días y cien noches sin cuartel ni esperanza”.
Callamos por un rato. “Somewhere there’s music / How faint the tune…” El jazz copó toda la estancia, invitándonos a soñar. Por un momento volamos de allí al encuentro de las estrellas… o de nuestros fantasmas, con Ella Fitzgerald dándonos una dosis personal de su voz, mientras de la otra dosis apenas quedaba su olor en el ambiente. Pensando en eso le pregunté, señalándole la tabaquera.
—¿Sí sabes que por eso dentro de poco serás un delincuente?
—“Vade retro”, mascullan por enésima vez los finqueros antioqueños, que tienen sus propios diablos —me dijo con sarcasmo.
—Te tendrán encerrado hasta que reniegues de ella.
—Pasará entonces mucho tiempo. La marihuana, como Irene lo hizo con Corso, se te pega al alma. Y por ella, con gusto arderé en el infierno de los hombres.
Seguro que sí. Como en aquella batalla memorable, en que un Dios se jugaba su reino y los ángeles rebeldes pagaban el precio por no bajar la cabeza. "Ese es mi único orgullo, Corso: haber luchado hasta el final". Las palabras de Irene Adler quedaron flotando en el ambiente.
martes 17 de marzo de 2009, 20:54 COT
Me he divertido mucho con esta lectura entremezclada con “El Club Dumas” y adentrándome en esa relación de “blanco y negro” a ritmo de uno de mis gustos musicales, a ritmo del jazz y con control de fertilidad femenina.
Un abrazo sonriente!
mircoles 18 de marzo de 2009, 08:48 COT
sublime escrito.
ojalá que algun día, en lugar de tener que luchar hasta el final y morir ardiente bajo las llamas, la comunidad valore un poco más su derecho al libre desarrollo de la personalidad.
saludos.
sobra agregar que ese diálogo no parece de ignorantes ó de enfermos mentales, miento, tal vez todos en este país desarrollamos con el tiempo una enfermedad mental.
viernes 20 de marzo de 2009, 17:02 COT
Lully:
Agradezco tu comentario. Y respecto a Irene, ironías de la vida, no necesita de condones para hacer el amor. En este punto, los ángeles caídos están de acuerdo con Benedicto Siglo XVI. Mi Dios los cría y ellos solitos se juntan.
Blueadntanit:
Diálogos de amigos que pronto serán llevados a la hoguera que el hombrecito de Salgar se inventó para exorcisar sus propios demonios.