De crucifijos, libertades y fundamentalismos
Estancias > Primera planaPor Marsares
jueves 5 de noviembre de 2009 17:03 COT
De nuevo la educación laica se enfrenta con la religión, esta vez la católica, al prohibir el Tribunal Europeo de Derechos Humanos la exhibición de crucifijos en las aulas escolares italianas por violar el derecho que tienen los padres de educar a su hijos según sus creencias religiosas, y el propio derecho de los niños a la libertad de religión.
En 2004 las autoridades francesas enfrentaron un problema similar al prohibir los velos islámicos en sus establecimientos educativos públicos, y otros países europeos van por el mismo camino. En Colombia, en desarrollo de la Constitución del 91, no estuvo exenta de polémica la decisión de excluir la cátedra de religión de los colegios estatales.
El Estado moderno, más tolerante y pluralista, no puede seguir atado a ninguna religión en particular, por muy importante que sea. Su función es administrar el bien común sin importar las convicciones religiosas de sus habitantes, en el entendido de que éstas pertenecen a la intimidad de cada quien.
Por eso resulta odioso que se privilegie una religión en detrimento de las demás o de quienes simplemente no profesan ninguna. Mezquitas, catedrales o sinagogas son bienvenidas y protegidas por igual, sin importar su prevalencia en la sociedad, y tendrán los mismos derechos y deberes, destacándose el respeto a las creencias ajenas.
No ha sido un camino fácil. Por muchos años el Estado colombiano estuvo atado al Vaticano por un Concordato que obligaba, entre otras cosas, a la enseñanza de la religión católica en los planteles educativos públicos, a otorgarle efectos civiles a los matrimonios de esta religión, a aportar dineros públicos para su sostenimiento y a consagrar el país al Corazón de Jesús.
Imponer una religión, predicar su doctrina como verdad absoluta, perseguir a los que tienen otros dioses, crea y refuerza la intolerancia que luego se extiende a las demás actividades de la vida diaria, provocando el irrespeto a las minorías. Un equipo de fútbol, una sexualidad diferente, un pensamiento político disímil, un color de piel, bastan para el ataque, la descalificación, el exilio o incluso la muerte.
Hoy, en Italia, Silvio Berlusconi, el de las bacanales y la corrupción desmedida, y el propio Vaticano que renueva su pasado inquisitorial, protestan airadamente por el retiro de su símbolo, tan respetable como la estrella de David, la media luna islámica, el Buda o los antiguos dioses celtas. Protesta injustificada dado que el Estado italiano es laico desde 1984 y la obligación de colocar crucifijos en las escuelas viene de la época fascista en 1920.
El fundamentalismo es odioso venga de donde viniere. Para la muestra, el Medio Oriente, el Irán de los ayatolás o el Afganistán de los talibanes, y en nuestro medio los odiosos nacionalismos que le enrostran a los vecinos todos los defectos y a las minorías todos los pecados, como sucede con la población LBGT a quien sólo por la vía constitucional se les han podido reconocer algunos de los derechos que tienen el resto de colombianos.
Es tiempo de reflexión, de cordura, de diálogo sincero entre las orillas opuestas, hoy más que nunca cuando tambores de guerra suenan dentro y fuera de las fronteras por cuenta de pensamientos políticos distintos en cabeza de líderes que han hecho del poder omnímodo la razón de su vida, y de sus creencias la única realidad posible.
Dioses humanos que, al igual que los crucifijos, deben regresar a la intimidad de sus hogares. Es nuestro derecho.