DAS: delincuencia institucional
Estancias > PolíticaPor Marsares
lunes 31 de agosto de 2009 19:45 COT
¿Se puede reformar una institución delincuencial, como lo proponen sus defensores y algunos de sus críticos? No, aunque primen las buenas intenciones, porque no se trata de criminales a destajo u organismos paralelos criados en su seno, sino de una concepción del mundo que permanece anclada en la ley de la selva, de una moral permeable a cualquier tipo de ambición, de un convencimiento entre sus integrantes de que la democracia es un estorbo, y de una evaluación maniquea de la sociedad que acoge el perverso dogma el que no está conmigo está contra mí.
Las nuevas revelaciones de la revista Semana colocan de nuevo al DAS en el ojo del huracán: continúan las interceptaciones telefónicas ilegales, esta vez por medio de equipos que le fueron ocultados a la Fiscalía en sus indagaciones por las anteriores “chuzadas” y que ahora, para eludir a la justicia, se ha permitido su utilización a ex agentes del DAS para que, en coordinación con agentes activos, continúen espiando a todo aquel que disienta del gobierno, o por lo menos, se constituya en una amenaza potencial.
Pero no son sólo afirmaciones abstractas. A la par con la denuncia, el medio periodístico da a conocer algunas de las grabaciones efectuadas apenas hace algunos días, poniéndose de relieve varias hechas al magistrado auxiliar Velásquez, quien coordina las investigaciones de la parapolítica. Esto les demuestra a los colombianos que estamos en manos de una camarilla que se ha colocado por encima de la ley, acudiendo a todas las trampas que su privilegiada posición les permite.
Además, tienen eficaces escuderos que fungen como fusibles y les permiten seguir delinquiendo en la sombra: una caterva de funcionarios de segundo orden que se someten a la reprobación pública mientras sus jefes construyen nuevos caminos para continuar espiando a amigos y enemigos, única manera paranoica que encuentran de afianzarse en el poder. Así, con información privilegiada de primera mano, saben a qué atenerse, dónde golpear, a quién comprar, qué chantaje emplear o qué calumnia inventar para adelantarse a sus críticos, tener a buen recaudo a sus aliados y deshacerse de sus enemigos.
A estas alturas su soberbia es tal que no les importan los métodos ni su conocimiento por la opinión pública. Un fiel reflejo de su descaro en encuentra en la conversación que el ex ministro Árias sostenía con Bernardo Moreno desde su Blackberry con frases como ésta: “Me va tocar caer a estrategias bajas por Uribe” en plena discusión del referendo, sentado cómodamente en una de las curules del congreso. Todo es permitido en la particular ética de este grupo que se aferra al poder sin parar mientes en los métodos, no importa si arrasan con las instituciones, deslegitiman el Estado o abren la puerta al autoritarismo.
Pero no sólo se espía, se ponen zancadillas, se calumnia o se compran los favores con remodelaciones, pagos en efectivo o lengüetazos de poder. Igual, cuando sus contradictores no pueden ser frenados, se les elimina físicamente. La matanza sistemática de los awá, ahora la realizada contra la familia de la mujer que denunció al ejército como el autor de la muerte de su esposo, genera sospechas, incluso ahora que se sindica del hecho a otro indígena. Lo propio puede decirse de las víctimas de la violencia que reclaman, de los defensores de derechos humanos que las respaldan, incluso de los propios asesinos cuando quieren confesar, hechos que enseñan a un tenebroso grupo gubernamental que se apoderó de Colombia, tan feroz y sanguinario como la guerrilla que combate, ambos, extremos indeseables de una violencia desmedida que pretende sepultar la frágil democracia colombiana en un círculo vicioso de horror y de muerte.
Hoy, quienes prohíjan la comisión del delito con el voto antes de que se los lleven para la cárcel, pretenden perpetuarse en el poder cometiendo los mismos delitos del pasado que les permitieron torcer la Constitución en su propio beneficio. La diferencia es que hoy la máscara democrática comienza a desteñirse entre sus propios aliados. Aún se les teme, pero la audiencia de ahora no es tan obsecuente como hace cuatro años. Las ambiciones comienzan a destaparse y las verdades ocultas comienzan a salir a la luz.
El referendo reeleccionista se hundirá, no porque carezcan de los votos necesarios para aprobarlo delictivamente en el Congreso, sino porque la Corte Constitucional, ante las abrumadoras trampas que lo hicieron posible, impedirá su consolidación. Pero esto no será óbice para que, a través de otro nombre, otra careta, otro vestuario, otro comodín, este grupo de atracadores siga enquistado en el poder.
Por fortuna, el peor enemigo que tienen son ellos mismos, y sus delitos, errores y soberbia terminarán por derrotarlos. Después de ellos la tarea será ardua. Volver a poner la casa en pie y blindarla con una democracia que privilegie el bien común, un Estado que regrese a las manos de los honestos y un país libre de corruptos, narcotraficantes y violentos de todas las especies y extremos, única forma de construir la libertad.
Mucho camino por recorrer, pero debemos seguir caminando.