Che, el argentino legendario
cine > Cineclub > EstanciasPor Marsares
martes 14 de abril de 2009 21:25 COT
Quería encontrarme de nuevo con el Che. No el de verdad, el pre-hippie de la moto vagando por Sudamérica, el que le dio por meterse de redentor en Guatemala hasta que los gringos dañaron la fiesta y le tocó jugársela por Cuba, pues revolucionario desempleado es candidato a reaccionario.
Quería encontrarme con el otro Che, el que apostaba su vida para que fueran felices los que no les había tocado, así sólo fuera adornando camisetas o cantando que esta tierra “es tuya, y mía y de aquel, de Pedro María, de Juan y José”. Por eso me metí al cine, para ver Benicio con cara de Che o, mejor dicho, al Che con cara de Hollywood (Che: Part One [Che: el argentino], 2008, dirigida por Steven Soderbergh). Nada difícil porque el Che fue todo un espectáculo.
La película resalta su llegada a Nueva York. Se regodea con su pinta y su labia. No cualquiera es capaz de decirle al gobierno estadounidense que es un saqueador de doble moral, rodeado de perros falderos, que cuestionan a Cuba pero callan la opresión dentro de los Estados Unidos:
“Los Estados Unidos intervienen en América invocando la defensa de las instituciones libres. Llegará el día en que esta Asamblea adquiera aún más madurez y le demande al gobierno norteamericano garantías para la vida de la población negra y latinoamericana que viven en este país y ahora despiertan del largo sueño embrutecedor a que los sometieron”
En la asamblea de la ONU de 1964 fue la vedette al igual que lo es hoy Chávez. La diferencia es que el Che hablaba a nombre de una isla pequeña y sitiada y el venezolano lo hace sentado sobre incontables barriles de petróleo ante un lobo trasquilado.
Pero volviendo al Che de Benicio, el puertorriqueño se cree el cuento y lo traslada a la pantalla, pero con aroma de santidad. Esto sucede con los mitos. A la memoria hay que aliarla con la imaginación, como dice William Ospina y más si la fuente es el propio mito. Por eso su blancura y encima su castidad, con tragedia incluida.
Claro que en esta primera parte la tragedia aún no aparece. Hay muertos a la fuerza, tiranos y descarriados, pero son apenas figuras del decorado. La trama es cotidiana, como corresponde a un diario. Por eso aparecen las chanzas, los niños que quieren ser héroes o las quejas de amor escondidas tras la admiración. A veces parece que uno está en un reality, donde ningún secreto puede esconderse ni guardarse.
De ahí que la cámara también esculque a los muertos propios, los compañeros torcidos, que toca fusilar dos veces porque no sólo hay que matarles el cuerpo sino también el alma, única manera de espantarlos del corazón. Y los otros, los cobardes, que también están muertos después de la huída de su amo Batista, también tienen su cuota de pantalla.
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Pero no son los muertos ni las victorias los que edifican el mito sino sus virtudes, que al final son las que causan su perdición como a los héroes griegos. El poder para el Che sólo es un medio. No lo necesita. Por eso lo desecha y regresa a la selva en un país distante. La libertad no da espera. Eso es lo que los humanos, cobardes por naturaleza, mitificamos, porque jamás podremos hacerlo.
Benicio del Toro recrea a este Che legendario, en un continente de héroes ambiciosos e inventados. Pero es tiempo de airear los anaqueles de la historia, de arrinconar la naftalina para abrirles campo a los nuevos héroes, más cercanos, más reales, aunque no necesariamente más verdaderos.
martes 14 de abril de 2009, 21:48 COT
Lamento no haber visto la película en su momento… Siempre tuve la intención. Me agrada lo que escribes, por lo menos Sodenberg tuvo la decencia de escoger a alguien con sangre latina.
Lo que más me gusta de lo que escribes, es que tiene aire a mito, a leyenda… para eso es el cine.
Habrá que verla.
mircoles 15 de abril de 2009, 11:31 COT
Bueno, al menos ya hay película. Así aquellos para los cuales nuestra única referencia del Che era “Diarios de Motocicleta”, hay otra visión que ayuda a complementar y ojalá balancear las cosas.