A punta de corazón, Colombia eliminó a Turquía en la Sub 17
Estancias > Primera planaPor Marsares
lunes 9 de noviembre de 2009 12:47 COT
Puro corazón. Ese es el resumen de la selección colombiana Sub 17 de fútbol. Cuando todo parecía perdido, y Turquía comenzaba a soñar con la clasificación a la semifinal, llegó el gol que los llevó al cielo. Sucedió en un minuto de esos que se recuerdan porque son mágicos, con sabor a conspiración, a incredulidad, a pasaje de historieta donde los imposibles son derrotados por los superhéroes.
Minuto 89 y nosotros, con los turcos, no lo podíamos creer. Un minuto tan sólo para terminarse el partido y Gustavo Cuéllar, ese formidable muchacho que siempre estuvo en todos lados, como los peces bíblicos, multiplicándose en la cancha, pasando balones, luchando solo contra el mundo, hace un pase de media cancha y, allá donde sólo están los elegidos, un Jorge Luis Ramos que apenas estaba calentando sus guayos en la cancha, la peina con la cabeza frente al arco y el gigante turco que cuidaba el alma de su equipo nada puede hacer sino verla pasar como una pesadilla.
¿Qué pasa con esta selección que, a pesar de no jugar bien, gana? En los primeros tiempos de los partidos se comporta como las de mayores, errática, equivocada, atropellada por el contrario, tan indefensa que por eso, en Nigeria, el público la rodea con su cariño. Da sensación de orfandad, y como todo paria, dan ganas de protegerla, de animarla, por lo menos para que salga con vida del encuentro.
Pero cuando el réquiem comienza a entonarse, se abre como una caja de Pandora y deja salir lo impensable, goles que salvan, verdaderos monstruos por lo que significan, voltear partidos perdidos, destruir ilusiones ajenas, sacudir la tristeza de los hinchas que a esas alturas sólo contamos con la desazón que instalaron hace mucho en nuestros predios las selecciones de mayores.
Pero si uno mira bien, estos pela’os tienen algo que les falta a los grandes. Alma, corazón, casta, eso que se lleva dentro, que no se compra en las farmacias ni en las federaciones, que no se rifa, que no tiene color ni sabor, simplemente está ahí, haciendo hervir los músculos, derrotando el cansancio, arrinconando el miedo, eso que bautizan como coraje, ganas o corazón, con capacidad para mover montañas.
Eso que les sobra a los argentinos y que llaman suerte, la bendita suerte que se le aparece a Brasil cuando las cosas no funcionan, y que llaman genialidades por ponerles un nombre, lo que cargan los laureados de siempre, llámense Italia o Inglaterra, ahora resulta que también lo tienen estos niños. No se rinden, ahí está el secreto. Quizás en el fondo saben que no juegan bien, por eso no bajan los brazos, luchan cada bola, resbalándose, trastabillando, pegados como sanguijuelas, sin darles pena de reventarla o inventarse una floritura, porque también se divierten.
Hoy están en la semifinal de un mundial de fútbol que a muchos se les antoja como baladí, una distracción para vender publicidad, divertimento que no acapara noticias, olvidando que aquí comienza la formación de las estrellas, y como los primeros pasos, a físicos totazos comienza el lento aprendizaje que a algunos de ellos los llevará a la gloria.
El camino que les resta es duro, pero ya saben que siempre hay oportunidades si no se abandona su búsqueda. Agazapada, en cualquier rincón de esas canchas inmensas, puede estar la que los absolverá de su torpeza como equipo. Lección que en un lejano país, donde se sienten como en casa, aprendieron con holgura.
martes 10 de noviembre de 2009, 07:15 COT
La selección de mayores era uribista en estilo, o sea administrada como una pandilla, como una mafia, que ganaba sólo en la medida en que pudiera comprar o amenazar arbitros. La casa de la selección llevada a Medellin sólo para complacer a la cabeza de la mafia, el enano Álvaro Uribe.