“Sólo quiero que Dios se acuerde de mí”
Artículo destacadoPor Silvana Escobar
lunes 23 de agosto de 2010 0:01 COT
Estas historias están hechas sin ningún afán de protagonismo, sus personajes no brillan a la luz de miles de flashes que anuncian su fama o renombre público, pero no por desconocidos dejan de ser interesantes. Y es que la vida misma, la tuya, la de ellos, la mía y la del que sea es una crónica sin escribir y que se hace todos los días, en cada narración personal se tejen hilos de magia, de dolores, de tristezas, de sueños, de realidad.
Escogí a mis vecinos, coterráneos y a esos que me encuentro en las calles de los pueblos del Oriente antioqueño porque sus vidas son reflejos de la cultura, idiosincrasia, valores y tradiciones del lugar donde crecí. Un periodista debería ser un relator de su realidad, comenzando por la más inmediata. Es triste desdeñar de las fuentes próximas, es como obviar la memoria viva de todo un pueblo. Una fuente, no por cercana y sencilla deja de ser valedera, efectiva, maestra.
Hay tantas historias como personas, las calles las ven pasar, las acogen. Carlos Emilio Bedoya, un vendedor ambulante; un hombre invisible para tantos; una historia de pérdidas, soledad, resignación, pero sobre todo de superación e independencia.
Carlos Emilio Bedoya con su cajón de dulces en el atrio de Rionegro (Foto: Silvana Escobar)
Allí estaba, sentado, quieto y con la mirada fija en la nada, tal vez en sus pensamientos. Era casi mediodía y Carlos Emilio aún no sentía hambre, esperaba vender uno o dos cigarrillos más antes de satisfacer esa necesidad física. Mientras eso sucedía, respiraba el aire invernal, propio de abril, acompañado de un montón de perros y del público itinerante que se sienta en las escalas del atrio de Rionegro a esperar un quién o un qué.
Carlos Emilio Bedoya nació en Sonsón, Antioquia, hace medio siglo, “medio chorizo” como dice mi papá. Creció en una vereda que, tal vez, por su nombre lo inspiró a ser ciudadano del país más que de su pueblo. En “La Habana” pasó buena parte de su vida con sus cuatro hermanos cultivando la tierra, trabajando con caña de azúcar y cogiendo café. Pero, como dice él, sus ganas de andar lo llevaron a ciudades muchos kilómetros después de Sonsón como Manizales y Bogotá.
Sus aventuras le dejaron huellas hondas en el alma y en el cuerpo. En una de esas ciudades, no dijo en cuál, se enamoró de una mujer que le lastimó la vida. En sus ojos profundos, del color de una noche clara sin estrellas, se percibe nostalgia cuando cuenta que se fue de su lado sin decir nada, que se llevó a sus tres hijos a vivir con otro hombre, así, simplemente así.
Y como si no fuera suficiente, la familia no fue su única pérdida. Cuando estaba en Bogotá le comenzó repentinamente una infección en el dedo “gordo” de uno de los pies; inicialmente se hizo desinfecciones y curaciones, pero su estado de salud empeoraba. Dos de sus hermanos, residentes en Rionegro, lo devolvieron a las montañas de su departamento. Cuando llegó al pueblo y visitó el hospital regional supo que el diagnóstico le cambiaría la existencia, aún más. Un grave problema de circulación que ya era incorregible determinó la amputación de buena parte de su pierna derecha.
Su amputación no limitó a Carlos Emilio para trabajar (Foto: Silvana Escobar)
O Carlos no se queja de nada, o la mayoría nos quejamos de todo, pero las facciones de su cara marcada por muchos días bajo el sol, oscura como su cabello sin asomos de blancura, sigue impasible y tranquila como quien cuenta una historia sacada de los bolsillos de un duende fantástico y no las tristezas de su día a día.
No es un hombre de muchas palabras, pero sí de amabilidad y buena capacidad de escucha. Detiene un momento su narración escueta para atender a un transeúnte perdido, sin vacilar le indica el camino. Antes de continuar se acomoda ligeramente el sombrero claro, que hace perfecto contraste con el tono de su piel casi sin arrugas.
Carlos Emilio está acostumbrado a valerse por sus propios medios y nada de lo que le ha sucedido ha cambiado su independencia. Manifiesta que la pérdida de su pie, indiscutiblemente, le cambió la vida: ahora no puede hacer muchas cosas que quienes tenemos las dos piernas sí, pero ha sabido salir avante. Nunca, ni siquiera cuando salió del hospital, necesitó que le ayudaran en alguna tarea y menos si era su aseo personal y necesidades.
Al principio, cuando fue amputada su extremidad, vivió con sus hermanos, pero eso no lo eximía de responsabilidades económicas, del hambre y de la sed. Desesperado, empezó a pedir monedas en las calles torcidas y dañadas del centro de Rionegro. Poco después, incómodo, decidió poner una pequeña venta de dulces en una esquina del atrio del municipio, ese pedazo al que tantos denominamos “La Oficina”, al lado de un cajero y dónde a veces el sol delata el maloliente pasó de un hombre con la vejiga llena que no aguantó.
Allí lleva más de doce años cargando, solo, con sus muletas plateadas, un cajón de madera sin lijar, sencillo, ataviado con un montón de dulces pequeños con envolturas diversamente coloridas. Llega al parque a eso de las 8 de la mañana y se va cuando la negrura nocturna se ha apoderado de todo el lugar. Las ventas no lo han hecho millonario, pero ha logrado subsistir más de una década de cuenta de éstas y le quitaron las molestias de andar mendigando y de vivir con sus hermanos. “Sentí que estaban cansados de mí y me fui a vivir solo, pago una pieza a una señora, así tengo independencia”, expresa Carlos con las manos escondidas en los bolsillos de su chaqueta impermeable.
Aunque me siento mal, me es inevitable reparar que casi no se le nota la amputación que esconde en un pantalón de rayas ébano. Su historia esta llena de matices y contradicciones, de ironías que él ya no percibe, está muy solo, pero eso no parece importarle. Se inclina hacía sus dulces y acomoda no sé qué en su cajón, me cuenta que es un hombre tranquilo, ya no sale a beber porque hace un tiempo unos exámenes médicos dijeron que tenía diabetes y eso, sumado a sus problemas circulatorios, indica que debe cuidarse mucho. Vende dulces y no puede comérselos.
Lo único que parece turbar la paciencia y las ganas de Carlos Emilio son sus hijos y la enorme distancia de más de catorce años. Un gesto de tristeza asoma de sus labios, casi invisibles por su mostacho oscuro con vetas del color de las nubes. Se nota que quisiera volver a verlos, pero esa no es la voluntad de su billetera casi vacía.
De resto está conforme, no espera mucho, quiere que su rutina permanezca intacta, únicamente, aferrado a su fe, dice para concluir “sólo espero que mi Dios se acuerde de mí”.
lunes 23 de agosto de 2010, 11:24 COT
Es un relato exquisito donde el periodismo ciudadano se evidencia de manera sutil y real.
¡Bienvenida Silvana a nuestra casa de equinoXo!
lunes 23 de agosto de 2010, 14:06 COT
Esté es uno de esos escritos que mueven fibras y lo ponen a uno a pensar en como en cada esquina, en cada rincón del mundo, hay miles de historias para contar, historias que pocas veces se conocen por el afán de la inmediatez en el periodismo.
Me gustó mucho tu crónica sigue así.
Un abrazo.
lunes 23 de agosto de 2010, 15:14 COT
Bienvenida equinoXio!
lunes 23 de agosto de 2010, 15:40 COT
Creo que sólo hay una palabra pertinente: FELICITACIONES¡¡
Me siento muy orgulloso¡¡
Vamos a demostrar que en el Oriente Antioqueño sí hay mucho para contar y mostrar y sí hay quien lo haga.
UN abrazo enorme¡¡
lunes 23 de agosto de 2010, 19:45 COT
Hay tanto que decir, que no puedo decir nada…
Impecable relato, simplemente de eso se trata el periodismo ciudadano de observar lo que muchas personas solamente ven.
Felicitaciones Silvana, espero te encuentres bien.
lunes 23 de agosto de 2010, 23:10 COT
Tal vez la vida sombría y semi-oscura de Carlos Emilio, tenga una pequeña luz cuando se entere de que es inspiración de una periodista en formación con tanta calidez y sensibilidad por lo más cercano y maravilloso de la existencia como es la vida cotidiana.
Te felicito Silvana
Jaime López
martes 24 de agosto de 2010, 23:39 COT
Gracias a todos por sus manifestaciones de apoyo. Espero que el proceso avance hacía la construcción de letras que narren efectivamente la realidad.
viernes 27 de agosto de 2010, 09:22 COT
Ojala las historias que muchas veces se quedan en silencio, puedan ser rescatadas mediante historias de vida como esta, felicitaciones Sili.
viernes 27 de agosto de 2010, 22:23 COT
Por ahí dicen que menos es más y este texto lo corrobora. Su sencillez hace que cada detalle resalte de forma más visible.
Urra por el periodismo narrativo.
viernes 27 de agosto de 2010, 22:59 COT
Muy buena cronica, muestra una realidad oculta de la que quiza muchas personas en el mundo no tenemos presente, esto lleva a pensar y a ver la vida de una forma diferente… Felicitaciones a Silvana por tan buen articulo…
Juan P.
sbado 28 de agosto de 2010, 08:58 COT
El subdesarrollo de nuestros paises da lugar a estas historias… la falta de educacion, de oportunidades, la falta de ganas de querer superarse no con intencion sino porque nadie le dijo que podia salir de ese pobre destino…o que tal vez todavia puede hacerlo… respetando la opinion de cada uno, y sin desconocer la realidad, es penoso contar estas historias y sentirnos orgullosos por hacerlo.. mas bien duelen, que en nuestra indiferencia humana solo nos limitemos a eso .. a contarlas… aunque esten bien contandas y al contarlas movamos la sensibilidad de algunos…
Me apena tanto que la gente sufra.. que tenga que vender dulces para comer..como contribuir a cambiar esto
lunes 30 de agosto de 2010, 10:37 COT
Silvana te felicito, creo que esos son los verdaderos protagonistas de la vida, y que a nosotros como periodistas nos corresponde mostrar. Sin duda una escritura impecable, me alegra ver que mis compañeros sean quienes se toquen con historias como estas, espero ver muchas otras.
lunes 30 de agosto de 2010, 11:12 COT
Silvana; felicitaciones, de verdad tienes un gran futuro, y espero sepas aprovercharlo, la forma como cuentas la historia es la manera como se debe hacer, qué bueno que siempre hay personas que miran con otros ojos la vida que nos pasasde lado…de nuevo felicitaciones y éxitos un abrazo.
lunes 30 de agosto de 2010, 11:14 COT
Silvana; felicitaciones, de verdad tienes un gran futuro, y espero sepas aprovercharlo, la forma como cuentas la historia es la manera como se debe hacer, qué bueno que siempre hay personas que miran con otros ojos la vida que nos pasa de lado…de nuevo felicitaciones y éxitos un abrazo.
martes 31 de agosto de 2010, 21:23 COT
¡Oh! Me sorprende el comentario de la querida María. Siento que es cierto que estas historias conmueven, para eso están hechas, para que dejemos de ser indolentes con la realidad que se nos pone en frente. Sin embargo la intención no es vanagloriarse, o eso cree esta humilde lectora, de la escritura de uno de los géneros más bellos, la crónica. Ya quisiera una poder hacer todo para evitarle dolores y pesares a sus vecinos, pero justamente ahí es que se alaba la labor del periodismo y de sus nuevos exponentes. Un periodista ayuda, y está para contar las cosas, para poner en nuestros ojos lo que no vemos o desconocemos, no para jugar al héroe.
Por otro lado, si insistimos en tapar el sol con un dedo y esconder lo malo y no narralo, jamás se dará una solución. Lo oculto nunca se resuelve.
Igualmente son muy válidas las opiniones de todos, en la diversidad esta la magia del color de nuestros pueblos.
mircoles 1 de septiembre de 2010, 20:54 COT
Me alegra enormemente que todavia existen espacios como éste, que quieren tocar esas fibras más profundas del periodismo, que quieren ir más allá de la noticia del día a día, que brindan la oportunidad a los amantes del tema de dar a conocer sus producciones…
Muchas felicitaciones, sabes que siempre me han gustado tus escritos, ya era hora de que el resto de mundo se deleitara con ellos.
domingo 5 de septiembre de 2010, 18:11 COT
Hola Silvana que bien que hayan escritores preocupados por por personajes silenciosos.sigue escribiendo sobre ellos, muestran una realidad cruel que puede sensibilizar a muchos lectores.
mircoles 22 de septiembre de 2010, 20:27 COT
Es increible ver que tantas personas pasan desapersividas a nuestra vista y es hermoso ver que detras de ellas hay algo maravillo para reflexionar y aprender.
lunes 27 de septiembre de 2010, 15:15 COT
una impactante historia, que realmente cumple el objetivo del periodismo y de una buena cronica, sensibilizar al lector de todo un mundo que lo rodea, de ese mundo tan cercano en el que parece tan ajeno porque se esta lleno de cegueras impuestas por tan mencionado consumismo que nos aleja de lo realmente importante .
es de resaltar que no solo los grandes artistas o como asi acostumbramos llamar a las personas que poseeen dicho portagonismo en la farandula no son los unicos merecedores de los medios pero hay que cambiar esta cara y revelar articulos sobre aquellos hombres que realmete son artifices de una magnifica historia de vida y que con sus relatos logran hacer de esta vida un mundo mas magico revelando que con valentia el mundo puede ser mucho mejor
domingo 3 de octubre de 2010, 09:28 COT
Es triste pensar que como la de Carlos Emilio hay miles de historias totalmente invisibles y duras, llenas de coraje y superviviencia. ¿Cuántos colombianos diremos a diario “sólo espero que Dios se acuerde de mí”?
viernes 29 de octubre de 2010, 16:51 COT
Hola Silvana, eres un ser humano con mucho talento e inteligencia, te deseo lo mejor en el futuro.
Felicitaciones.
Marta C.