En un país donde el uribismo es una religión y llevar la contraria lo convierte en prospecto de mártir, extraña que existan personas a las que no les interese Uribe. Estos especímenes son los anuribistas. Viven en un mundo propio, donde el diario vivir no está diseñado para Uribe. En otras palabras, para ellos el presidente de Colombia no existe.
Hace unos días Édison Gómez, un joven antioqueño de 24 años, escribió un artículo para el periódico Pregón de las comunas en Medellín, en el que contaba cómo era ser anuribista. En él decía que nunca se había sentido atraído por Uribe en términos políticos. “Cuando tenía 18 años, mi padre me regaló el folleto de los 100 puntos con los que Uribe pretendía transformar a Colombia. Me sentí como si estuviera leyendo acerca de otro país. No sabía que había gente interesada en lo que proponía el ex gobernador”, escribió. Contaba que alguna vez intentó leerse dicho folleto, pero lo único que logró fue aburrirse tanto “como si estuviera mirando un periódico viejo”. Llegó a imaginarse cómo sería ese país ideal en algunas ocasiones, pero dice que al hacerlo no pensaba en nada en especial ni fantaseaba, “sólo era por pasar el tiempo cuando no tenía nada más que hacer”.
El caso de Edison no es único. De hecho, el joven se casó hace nueve meses con una mujer que también se considera anuribista y entre los dos todo funciona de maravilla, sin las perturbaciones cotidianas de la telenovela reeleccionista, reformas para sacar la piedra, visitas palaciegas clandestinas o el sainete de los impedimentos que afectan los matrimonios uribistas y antiuribistas.
La existencia de los anuribistas es cada vez más conocida gracias a Facebook. El portal anuribistas.org, de la organización anuribista Vivir sin Uribe (VISU), es el más conocido sobre el tema y reúne a personas de toda Colombia que aseguran tener esta condición. También es visitada por quienes están confundidos y no saben si son o no son uribistas. Allí, se trata el anuribismo como una inclinación política más, al lado del furibismo, el antiuribismo o el oporturibismo, entre otras. “Es diferente al celibato político, ya que éste es una decisión personal. El anuribismo es una parte intrínseca de lo que somos, no hace que nuestra vida sea mejor o peor, simplemente afrontamos retos diferentes a los del resto de la gente”, se lee en la página.
Los anuribistas sostienen que no desprecian a Uribe ni les da tirria, simplemente no les interesa. Dicen tener las mismas necesidades políticas de cualquier ser humano, y aunque algunos se sienten mejor solos, también hay quienes encajan bien en grupos y hasta tienen amigos donde es posible conversar sobre cualquier tema sin incluir a Uribe. Muchos se sienten atraídos hacia personas que giran alrededor de Uribe, pero no en términos políticos sino más bien por afinidad intelectual o por la personalidad. Por eso, aunque suene contradictorio, los anuribistas se definen como políticos, así no haya intenciones burocráticas o paraburocráticas de por medio.
Como en el caso de Édison, hay quienes se buscan entre sí para hablar del país y pueden entablar amistades que por lo general son duraderas, así haya escasa o nula controversia uribista, ya que para ellos no hay un vínculo entre Uribe y la política.
¿Patología?
Desde del punto de vista estadístico, médico y siquiátrico, el asunto no ha sido muy tratado, entre otras cosas porque no llama la atención. El politólogo Alberto Rodríguez dice que de los aproximadamente 5.000 casos que ha estudiado, sólo uno está relacionado con este tema. Además, prefiere hablar de hipouribistas y no de anuribistas, ya que para él no existe alguien que no tenga alguna manifestación uribista.
Rodríguez explica que “los hipouribistas son personas que aunque tienen poco interés en Uribe son felices. Solo conversan conmigo porque le tienen miedo a la sociedad y porque se sienten fuera de lugar y piensan que son bichos raros”, dice. Otros acuden con los siquiatras porque a pesar de no tener interés en la Seguridad Democrática deciden entablar relaciones con uribistas activos. Estas relaciones pueden marchar bien por pocos meses, pero con el tiempo el uribismo se vuelve tan recalcitrante que se sientan frustrados. Estos casos por lo general terminan en rompimientos.
El analista político Francisco de la Hoz dice que en seis años de correría por el país no ha encontrado a ningún paciente anuribista. “Hay una diferencia muy clara entre ser anuribista y estar anuribista. He conocido personas que no han tenido pensamientos a favor o en contra de Uribe en los últimos dos años pero que antes sí los tenían”. Se refiere a que muchas personas bloquean sus impulsos. En ese grupo entrarían por ejemplo las personas que han sido despedidas de la burocracia estatal que pierden el interés por Uribe y no buscan una nueva palanca política, ya sea por desengaño o porque nadie quiere saber de ellos. También los que por una opinión se privan de su ser político, como los vendedores ambulantes y los pensionados que mantienen su anuribismo sin contratiempos.
Para algunos expertos, detrás del rótulo de anuribistas puede esconderse un problema. Según Alfredo Ran Helms, siquiatra y máster en uribología, “el anuribista es un ente patológico por antonomasia. No es motivo de orgullo, es una tragedia, porque estas personas están perdiendo uno de los instintos más enriquecedores del colombiano”. Para él, la política es inherente al ser humano y muchas personas que no sufren ninguna patología pueden querer pasar por anuribistas para ocultar un síndrome de Samper Pan, que se entiende como la negación a madurar y adquirir responsabilidades, o para ocultar una disfunción intelectual y no sentirse estigmatizados. La anorexia uribista es otro factor. Ran Helms la define como “abandono” político. “Son hombres y mujeres que desprecian la política después de haberla vivido por traumas o violaciones a sus derechos. Es gente que ha tenido malas experiencias”.
Otros pueden tener problemas para relacionarse, como en el caso de los apragmáticos, que son personas demasiado tímidas y ansiosas que le tienen miedo a expresar su uribismo o antiuribismo porque por su contexto familiar nunca aprendieron a relacionarse o tener contacto físico con el directorio político de su región. Por otra parte, también puede tratarse de un desequilibrio intelectual.
Pero no todos presentan esta clase de problemas. Según Ran Helms, la mayoría de la gente que ha tenido ocasión de examinar y que dice no tener impulsos políticos tiene perfiles intelectuales normales y no presenta ningún impedimento sicológico para tener relaciones amistosas con políticos. “Son personas normales y con buenas relaciones interpersonales. La mayoría son mejores trabajadores que la gente promedio, ya que se concentran más y no pierden el tiempo pensando en Uribe como el resto”, dice.
El Gobierno aún no tiene una explicación para el fenómeno, aunque hay quienes creen que posiblemente se trata de una variable intelectual determinada por la genética, o de una señalada conexión cerebral. Probablemente, como en tantos otros temas, la respuesta no está a la vuelta de la esquina. Quizás, en la próxima reelección se aclare un poco el panorama.