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[Memorias de un camino andado] Historia de un oficio en extinción (1/4)

Artículo destacado
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martes 21 de diciembre de 2010 6:17 COT

A partir de hoy y en cuatro entregas, equinoXio publica el trabajo Historias de un camino andado, reportaje realizado por Cheli Melisa Llano Marín, Silvana Escobar Arias, Eisen Hawer López Chica y Juan José Ossa Zuluaga como parte de sus estudios de comunicación social y periodismo en la Universidad de Antioquia.

William Jurado
William Jurado

Hay un tópico cultural y de memoria que ha sido relegado, casi por completo, en Rionegro. Alrededor de la zapatería no sólo gira una historia; también hay prácticas, rituales, rutinas, personajes y motivaciones que hacen de ésta, una expresión cultural y artística que vale la pena recordar.

Introducción

Por Eisen Hawer López Chica

En los últimos años, Rionegro se ha caracterizado por tener una confluencia de culturas, costumbres e identidades diversas, tanto de todo el Oriente, como de Medellín y el departamento en general. Cada visitante del municipio, ayudan a la construcción de memoria, al tiempo que esta memoria se desvanece cuando esos visitantes foráneos regresan a sus verdaderos lugares de residencia. Así, Rionegro es un municipio que carece de identidad propia, como lo afirma el historiador Jesús Gonzalo Martínez, la memoria inmaterial del municipio se disipa en las culturas de todo el Oriente y de la capital antioqueña.

Partiendo de esta base, nos encontramos con una manifestación propia del municipio, una de las pocas cosas que aún hoy siguen construyendo memoria, pero que poco a poco se disuelve en el mundo de consumo y nuevas tendencias en que vivimos. El calzado o la zapatería artesanal, es una práctica que nació hace más de un siglo y fue, durante mucho tiempo, el sustento de la población de Rionegro. No obstante, muchísimos factores han influido para que esta práctica haya quedado al borde de la extinción, siendo el fin, su destino inminente.

Sin embargo, nos dimos a la tarea de indagar más sobre esta práctica que, más que un simple oficio, es una cultura, un arte, un estilo de vida y una herencia simbólica que nos dejaron generaciones pasadas.

Los registros escritos nos dijeron poco. No hay mucha documentación al respecto; no obstante, pudimos adentrarnos en este mundo del calzado artesanal, bajo la supervisión de los pocos maestros sobrevivientes en este oficio. Pudimos reconstruir la historia, pero no solo de la zapatería, también logramos descubrir los sentimientos que se esconden detrás de esos rostros cansados, pero satisfechos de sus últimos exponentes.

Hoy, a través de una reconstrucción de lo que fue, es y será la zapatería artesanal en Rionegro, pretendemos rendir un pequeño homenaje a esos hombres que son casi invisibles, que fueron aplastados por las industrias, pero que se esconden en sus madrigueras, y siguen en su oficio, viendo pasar el mundo y esperando poder calzar muchos pies hasta que la vida les de fuerzas y poder así, ser ellos, los quienes dejen las huellas de este arte.

Historia de un oficio en extinción

Por Cheli Melisa Llano Marín

Hace sólo medio siglo cualquiera que quisiera lucir el mejor zapato del mercado sabía que tenía que ir a Rionegro. Hoy, pocos recuerdan la actividad que durante 40 años fue el eje de la economía de este municipio. Los documentos son escasos y las versiones de historiadores y zapateros difieren en algunos datos, sin embargo, tratamos de presentar aquí una reconstrucción de la historia del oficio que hizo gloriosa a la ciudad Santiago de Arma de Rionegro.

Recuerdos de las raíces del oficio

En el Archivo Histórico se encuentra que para 1824, cuando Rionegro llevaba sólo 38 años con el nombre que lo conocemos, la zapatería ya se establecía como uno de los oficios representativos. Había, en ese entonces, ocho carpinteros, cinco zapateros, cuatro herreros, tres maestros de escuela, tres sastres y dos talabarteros. Se decretó en 1817 que Miguel Escobar sería el capataz encargado de agremiar a los demás oficiales, y que los maestros de zapatería darían la comida a sus aprendices y estos retribuirían con trabajo.

Los documentos de años posteriores sobre el tema parecen haber desaparecido de las bibliotecas y del Archivo Histórico. No hay más tomos que hagan alusión a lo sucedido con la zapatería en ese resto de siglo y los libros de crónicas de Rionegro o las reseñas sobre el municipio describen el pueblo en las décadas en que fueron escritos, pero no hablan de forma amplia del oficio. Algunos aportan datos significativos como El rincón de mis recuerdos, crónicas sobre Rionegro de antaño y otros relatos, de Luis Emilio Gallego Barco: “En Rionegro el 80% de la población (urbana) se dedicaba a la zapatería, las mujeres ayudaban en los oficios”. Esta es la edición de 1987, y vemos que ya se estaba hablando en pasado de la época gloriosa de la zapatería.

Personajes como Jesús Gonzalo Martínez y Francisco Zapata Gallego, historiadores del municipio, junto a los zapateros que fueron y que son, retomaron la historia del oficio desde los años 20.

Rionegro, hasta esa década, era el centro del comercio del departamento, a pesar de que Medellín hubiera sido decretada capital, derrotando este municipio y a Santa Fe de Antioquia en su aspiración. El ferrocarril de Antioquia unió, en 1929, a Cisneros con la capital, mientras Rionegro quedó aislado de ese centro, pues el tranvía de Oriente que conectaba con Manrique no fue tan popular.

El acelerado crecimiento de Medellín en esos diez años, hizo que los intelectuales y adinerados emigraran y buscaran asiento en la capital. Los pequeños burgueses que quedaron en Rionegro vieron en la industria del calzado una salida a la crisis. Había artesanos del zapato, que heredaron el arte de los indígenas Quiramas que habitaban San Antonio de Pereira, quienes desde el siglo XVIII hacían zapatos de cartón y los pegaban con almidón y tunas de naranjo.

Contando con que comprar la maquinaria no era costoso, las salas de las casas de la zona urbana de Rionegro, se convirtieron en talleres de zapatería. La zona rural seguía dedicada a la agricultura, con técnicas incipientes, cultivando los productos que siempre han sido representativos del municipio: frijol, papa y maíz.

Entrando los años 30, la artesanía del zapato tomó fuerza como una economía de subsistencia familiar. Tanto la técnica como el material mejoran con los años, empieza la época gloriosa.

Los años gloriosos

En los hogares del municipio se daba la división del trabajo alrededor de la fabricación del zapato. Las mujeres, madre e hijas, podían cortar pieles y guarnecer, es decir coser el cuero para darle forma. Los hijos, por su parte, aprendían del padre la parte de la soladura, montar el cuero cosido en la horma, y poner la suela. De esta forma cuando crecían se dedicaban al mismo oficio y lo enseñaban a sus hijos.

La repartición de tareas es una práctica que aún hoy permanece en el oficio. En los talleres de zapatería hay un artesano dedicado a cortar, otro a guarnecer, y así hasta tener el producto acabado. Hay algunos que saben hacer todo el proceso, dentro del gremio los llaman polifuncionales, pero para optimizar el tiempo y obtener mayor calidad, prefieren hacerlo por partes.

Volviendo al pasado, el zapato rionegrero conoció los suelos de toda Colombia, incluso los de las Antillas Holandesas. La fama del producto por la calidad y la perfección traspasaron límites geográficos, aunque los temporales no fueran superados.

Había dos grandes producciones en el año, una de enero a abril, para Semana Santa; y otra de mayo a diciembre, esas eran las fechas en que se compraba zapato.

“En Rionegro se llegó a fabricar el mejor zapato para dama y caballero aristocrático”, dice Francisco Zapata. El zapato rionegrero no fue para rionegreros, los mayores compradores eran las personas adineradas del resto del país. Incluso, cuenta este historiador que hubo un gran fabricante de calzado que nunca tuvo un par de zapatos en sus pies “los hacía a la perfección, pero no se los ponía”. Tener zapatos era un lujo, las clases sociales medias y bajas compraban un par de zapatos al año en Semana Santa, los más sencillos que ofreciera el mercado, y lo dejaban para “dominguiar”. Durante la semana sus pies permanecían desnudos.

En estos primeros años de fama se constituyó una calle aledaña al parque principal como La Calle de las zapaterías, en ella estaba el conjunto de almacenes más importantes, donde los artesanos llevaban su producto, para ser distribuido en masa o para que el visitante lo encontrara reunido en un mismo lugar y fuera más fácil realizar la compra. Algunas de las tiendas tenían su propio taller, pero la vocación de esta calle, aún hoy, ha sido de distribución.

Con los años se establecieron también unos grandes almacenes de venta de zapato artesanal rionegrero en Medellín. Semanalmente algunos artesanos iban a la capital a llevar el producto y a surtirse de materias primas. Con la prosperidad de la industria zapatera, triunfaron también las tenerías, los fabricantes de hormas, de tacones, entre otros.

Darío Guarín, un hombre que fue zapatero, dice que todos eran muy independientes, cada uno trabajaba con sus precios y materiales. Sin embargo, Samuel Álvarez Botero, párroco de Rionegro en ese tiempo, trató de agremiarlos. Fundó la cooperativa Liborio Mejía y a partir de ésta se construyó el barrio La Cooperativa en la zona urbana de Rionegro. Estos datos fueron aportados por Francisco Zapata, pero en las narraciones de los zapateros ninguno menciona el hecho, y dicen no haber formado parte de alguna asociación.

A pesar de esto, tenían rasgos comunes, por ejemplo, el catolicismo y el gusto por el licor y la parranda. Cada ocho de septiembre de esos buenos años, celebraban por su cuenta la fiesta de la Virgen del Rosario de Arma, patrona de los rionegreros.

Durante la década del 50, el gremio regaló, primero a Roberto Urdaneta y después a Alfredo Rubio, ambos obispos del municipio, un par de zapatos morado, otro par verde, azul claro, rojo, negro y blanco. Conseguir las pieles en esos colores fue complicado, pero finalmente cumplieron con su objetivo, que sus obispos tuvieran unos zapatos para cada una de sus sotanas.

Casi todos los artesanos trabajaban sin contabilidad, ni inventario; otro logro de esta década es que la familia Orozco Bravo fundó la primera fábrica de zapatos organizada, Calzado Brands. Otras familias que destacaron en el oficio fueron los Cardona y los Zuluaga.

Otro acuerdo común derivado de los gustos compartidos, fue establecer el lunes como día de descanso. Lunes del zapatero, las versiones sobre el por qué este día varían. Darío Guarín dice que el sábado no les alcanzaba para parrandear y seguían el domingo, así que el lunes calmaban guayabo, por eso no trabajaban. Jesús Gonzalo Martínez, historiador y Director de la Biblioteca Pública Baldomero Sanín Cano, dice que como los turistas llegaban los domingos a comprar, a los artesanos les tocaba trabajar ese día, entonces se tomaban libre el lunes. Los zapateros que aún ejercen no saben por qué la tradición, dicen que fue algo de toda la vida, pero ellos ya no lo aplican.

Las fiestas tradicionales de Rionegro se comenzaron a celebrar a nombre del calzado, Fiestas de la Industria, el Calzado y la Artesanía, el municipio sobrevivía por cuenta de esta actividad, los turistas llegaban en busca de calzado y compraban otras cosas de paso.

Ante la prosperidad de la industria, aparecen hombres que algunos tildan de inteligentes y otros de usureros. “Estos hombres figuran como zapateros, pero de eso sólo tienen el nombre, eran explotadores que se aprovechaban del sudor de los verdaderos fabricantes”, dice Francisco Zapata, emocionado porque su padre fue zapatero y uno de los “explotados”.

Ramón Garcés es el más recordado de este grupo de comerciantes. Él se dedicó a negociar al por mayor con los grandes almacenes, salió de Medellín y exportó a otras ciudades. Este personaje compraba el producto a los artesanos y lo revendía. “Tenía muchos trabajadores a los que les daba poca ganancia” dice Jesús Gonzalo Martínez. Darío Guarín dice que por la época de Ramón Garcés hubo más oportunidades, pero Rodrigo Zuluaga otro zapatero que todavía fabrica artesanalmente coincide más con los historiadores.

Cuando ya llevaba cierto tiempo negociando el producto artesanal, decidió no sólo comprar el calzado terminado, sino proveer las materias primas a los zapateros. En Medellín adquiría pieles y demás materiales para vender en Rionegro “(…) él compraba al por mayor y eso le salía más barato, venía y nos vendía bien caro, y por el zapato nos pagaba bien poquito”, asegura Rodrigo Zuluaga.

Llega el plástico, empieza la decadencia

La fabricación industrializada a gran escala fue, sin duda alguna, la mayor responsable de la decadencia de la zapatería artesanal. Según Jesús Gonzalo Martínez, Calzado Bucaramanga entró al mercado a finales de la década del 60 con precios y cantidades con las que era imposible competir. Las visitas de turistas buscando zapatos empezaron a disminuir, los zapateros que aún vendían su producto en los almacenes locales, se vieron obligados a disminuir la producción.

La aprobación del derecho al voto femenino dada en 1954 hizo que las mujeres se sintieran más fuertes e independientes, las rionegreras quisieron estudiar e incursionar en otros campos, lo que trajo consigo menos ayuda para los zapateros que trabajaban con sus hijas y esposas.

La industria del plástico trajo otro gran cambio en las formas de vida, desde ese momento el zapato no sería un artículo exclusivo de las élites, las clases media – baja pudieron empezar a calzarse. La comodidad y economía del tenis hizo que las ventas de esas nuevas industrias se dispararan.

La escasa demanda hizo que las nuevas generaciones pusieran sus ojos en otras actividades. La misma industrialización que acababa con el arte, llamó la atención de los hijos de los artesanos, y más tarde los atrapó a ellos salvándolos del desempleo.

Las empresas ofrecían prestaciones como salud y pensión, garantías que nunca se habían tenido con la zapatería “estábamos en un estado de desprotección, nadie se preocupaba por nosotros”, palabras de William Jurado, un hombre que aún fabrica zapatos artesanales.

“En el año de 1965 con la industria textil, se inició un proceso de transformación de las relaciones sociales y se dieron las condiciones propicias que luego dieron lugar a una gran industrialización y crecimiento urbanístico (…) actividad industrial iniciada con Textiles Córdoba”. Esta información aparece en el libro Cátedra Local Municipio de Rionegro: Geografía, Historia, Patrimonio, Valores y Personajes. Con los años llegarían también empresas como Pepalfa, Coltejer, la Nacional de Chocolates, entre otras.

En 1960 se abrieron las puertas del Instituto Técnico Industrial Santiago de Arma de Rionegro, un colegio que se creó aprovechando el naciente interés por la educación, con una vocación de enseñanza de la artesanía. Jesús Gonzalo Martínez cuenta que nadie se inscribió, “ya nadie quería ser zapatero”, por eso la institución tuvo que cambiar su lineamiento.

Este cambio y el funcionamiento de otros colegios y universidades llevó a las nuevas generaciones a ampliar sus opciones. Carreras como ingenierías o licenciaturas que llaman la atención de los rionegreros en busca de un futuro más prometedor.

En 1969 cerraron los primeros talleres de zapatería artesanal. Algunos fabricantes, preocupados por la situación, y ante la posibilidad de realizar una labor diferente a la que aprendieron desde su infancia, decidieron dejar de hacer zapatos, pero siguieron ganándose la vida con el producto. Darío Guarín, fue uno de ellos.

“Yo trabajaba con mis hijos, y les dije muchachos esto ya no da, aquí no hay de otra, dediquémonos a revender”, dice Darío Guarín. Este hombre que desde los 12 años fabricaba zapatos, que gracias a esa artesanía había adquirido su casa y dado estudio a sus hijos, tuvo que emprender, en los 80, viajes semanalmente hasta Medellín para comprar calzado de Bucaramanga y venir a revenderlo a Rionegro. Darío Guarín realizó esta actividad durante 20 años, y hace 10 terminó por completo su relación con la zapatería.

Ramón Garcés murió hace poco y fue uno de los últimos en dejar de comercializar con zapato, en los años 90. Sus restos reposan en la capilla Divino Niño Jesús de Praga, cuyo terreno él donó por los años en que la industria fue próspera. Pedro Luis Arias fue otro de los últimos fabricantes, porque vale la pena aclarar que en estos años finales muchos se dedicaron a la reparación, sólo con su muerte dejó el oficio, hace unos cinco años.

Los historiadores hablan de los 60 como la década en que empieza a disminuir la actividad, pero para cada uno de los artesanos la zapatería acabó en un momento diferente. Hay unos cuantos para los que el oficio aún no termina, siguen trabajando con las técnicas antiguas, la inquietud es si con ellos se va a extinguir la tradición. Sería importante dejar registros y rescatar el oficio, aunque no como forma de subsistencia, como patrimonio histórico de este municipio con identidad desdibujada.

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Un comentario a la entrada “[Memorias de un camino andado] Historia de un oficio en extinción (1/4)”

  1. Ana
    mircoles 22 de diciembre de 2010, 16:34 COT
    1

    me gusto mucho



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