“La palabra camina, la minga transforma”
Especial 2008Por Marsares
lunes 29 de diciembre de 2008 22:55 COT
“Nadie como los pueblos indígenas conoció y respetó los secretos de la tierra; nadie como los Incas supo cultivar los Andes sin destruirlos; nadie como los pueblos amazónicos supo vivir en la selva sin arrasarla; tenemos el deber de escuchar sus sabidurías y hacer de esos sabios poseedores de intuiciones y visiones milenarias valiosos consejeros del porvenir”.
William Ospina[1]

Pancarta en la entrada de la carrera 30 con calle 45 de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, donde la marcha indígena se hospedó en noviembre de 2008 (Foto: Julián Ortega Martínez / equinoXio, licencia CC-BY)
Para dejar de ser invisibles hay que volverse visible, una verdad de Perogrullo, pero que muchas veces se olvida. Así como los secuestrados por las FARC hoy son parte del país gracias a la terquedad de sus familias, los indígenas también lucharon en 2008 por ocupar su lugar.
Este año, en lo que todo fue posible, también fue el de los indígenas. Después de años de incumplimientos, de despojos de tierras, de cientos de muertos, de persecuciones, señalamientos, acosos de los actores armados, de desidia y olvido, el movimiento indígena, también hizo presencia en el país.
Con la minga como herramienta, de nuevo todos se unieron en un todo para cerrar la brecha entre las promesas y la realidad. Meses duraron preparándola, muchas etnias fueron consultadas, y decidieron romper la invisibilidad ancestral de la única forma posible, marchando.
En el Cauca comenzó todo. Y el país indígena respondió. En la Costa, en los Santanderes, en el Tolima, en el oriente, en todo resguardo hubo reuniones, bloqueos, enfrentamientos con la fuerza pública, simples conversatorios, lo importante fue que nadie se quedó quieto.
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Aunque fueron tildados de subversivos, de querer entregar a las FARC las tierras reclamadas, el país no cayó en la trampa. Recordó la resistencia civil a los actores armados y su reclamo de constituir los resguardos en territorios de paz. No obstante, la cifra de líderes asesinados siguió creciendo.
Por eso marcharon desde La María en Piendamó (Cauca), primero hasta Cali y luego a Bogotá, mientras muchos se les unían en el camino. Pese a los ataques de la fuerza pública (videos mostrados internacionalmente) con muertos y heridos, miles de ellos, cuidados por la guardia indígena provista de sus bastones de mando, llegaron a la capital.
No fueron escuchados, pero dieron ejemplo. Así como vinieron regresaron a sus tierras, en paz. Y prometen que la minga seguirá en 2009. Más grande, más fuerte, más numerosa. El tiempo de los indígenas es distinto. También su persistencia. Y el presidente lo vivirá en el año y medio que le queda.
Aprenderá que no bastan promesas de consejos comunales. La minga es otra cosa. Es una comunidad organizada que sólo acepta realidades. Y que no importa lo que pase, ni los retenes “positivos” que se monten para asesinar a sus líderes, ni el tiempo que se demoren. La minga sigue, hasta que sus derechos sean respetados.
Como lúcidamente lo expresaba una pancarta que los recibió a su entrada a Bogotá: “La palabra camina, la minga transforma”.
[1] OSPINA, William, América mestiza, el país del futuro, Editorial Punto de lectura, 2006, pág. 257