Avanza por buen camino el proceso de paz con las FARC
Artículo destacadoPor Marsares
sbado 9 de noviembre de 2013 10:49 COT
Para estar de acuerdo o en desacuerdo con el proceso de paz, conviene antes que nada saber si es cierto que se está entregando la institucionalidad a los alzados en armas y si se pretende cambiar el modelo de país como lo señala el ex presidente Uribe. Un buen ejercicio es analizar el segundo punto de lo acordado en La Habana.
Representación política
Sobre la mesa se plantearon dos interpretaciones. El gobierno consideró que son los partidos políticos y sus representantes elegidos por voto popular los encargados de representar al pueblo. Las FARC plantearon en la mesa que eran más representativos los movimientos sociales.
Si miramos que los órganos de representación popular apenas tienen un 40% de votación y un gran porcentaje de ellos son ganados a través de los cacicazgos regionales con su carga de corrupción y manipulación del elector, no podemos menos que estar de acuerdo con la nueva visión.
Y si a esto le agregamos que las reivindicaciones de los últimos tiempos fueron peleadas por movimientos sociales como los de la Dignidad, o como las mingas indígenas o la MANE en el contexto universitario, pasando por alto incluso los gremios que dicen representarlos, la razón se refuerza.
Lo complicado del asunto es que no puede convertirse en una patente de corso para que se atomicen las protestas multiplicando dichos movimientos, por lo que la tarea es establecer qué movimientos sociales son realmente representativos y hasta dónde puede llegar su injerencia en la política institucional.
Se pactó que esto se definirá en el Estatuto de la oposición, con la participación de los partidos políticos, incluyendo el que funden las FARC, de acuerdo con las reglas de la democracia. Es decir, se discutirá y aprobará después de debatirlo de cara al país. Buena propuesta a la que le han sacado el quite en el pasado.
Participación política
Se pactaron varias garantías para que los movimientos sociales puedan participar en política. La primera es una legislación que los ampare y que deberá ser discutida con ellos. Lo segundo, son los medios para hacer conocer sus propuestos a través de canales masivos como la televisión o la radio. Lo tercero, formar parte de veedurías que ejerzan control a los gobernantes.
También se acordó que tengan la posibilidad de participar en la elaboración y seguimiento de los planes de desarrollo local, integrando los consejos territoriales de planeación, y, finalmente, hubo acuerdo en los “apoyos especiales” a los nuevos movimientos y partidos políticos.
Circunscripciones transitorias especiales de paz
Es obvio que si se quieren cambiar las armas por los votos para hacer política, hay que darles a los desmovilizados facilidades para que puedan integrarse a los cuerpos colegiados de representación popular. Ya se hizo en el proceso de paz llevado a cabo en el gobierno de Betancur e igual en la desmovilización del M-19, varios años después.
De esto se tratan estas circunscripciones que buscan integrar al país a las regiones más golpeadas por el conflicto armado y por el abandono estatal, en las que se supone tiene mayor fuerza la subversión. Estas tendrán sólo un período determinado para elegir “representantes adicionales con unas reglas especiales”.
Si miramos los últimos conflictos sociales que este año conmovieron el país, estas circunscripciones podrían dar cabida, por ejemplo, a candidatos de la Mesa campesina del Catatumbo o de las mingas indígenas del Cauca, lo que supondría una profunda modificación de nuestro vetusto sistema electoral con participación directa de la gente en el desarrollo del país. Democracia participativa en su más pura expresión.
Dejación de las armas
Pero hay un requisito esencial para que todo esto tenga una feliz culminación y es que las FARC deben dejar las armas y aquí es importante señalar un cambio en la postura de la subversión. Aunque ante los medios algunos de sus jefes afirmaron que no iban a dejarlas sino en forma gradual, el acuerdo supone el desarme total antes de ingresar a la política.
Lo aplazado
Lo referente específicamente al tránsito de las FARC a un movimiento político legal y de que accedan a cargos de representación popular en condiciones especiales, quedó para ser discutido en el punto tres de la agenda, que es cuando se especifique el cómo y el cuándo se darán la dejación de las armas y la incorporación plena a la vida civil de los insurgentes.
No se acordó como lo querían las FARC, el contenido del Estatuto de la oposición. A cambio se pactó convocar a un evento en el que partidos y movimientos políticos integren una comisión que “defina los lineamientos del estatuto de garantías para los partidos que se declaren en oposición”. Esta comisión convocará un foro para que brinden sus opiniones los expertos, las universidades y las organizaciones sociales.
Finalmente, se aplazó para después de la firma del acuerdo final lo atinente a las reformas electorales, delegando en una misión de expertos la “revisión integral de la organización y el régimen electoral y, sobre la base de las mejores prácticas nacionales e internacionales, presentar recomendaciones para hacer los ajustes normativos e institucionales correspondientes.”.
Los primates de la guerra
¿Darle mayor participación a los movimientos sociales, garantizar a la oposición las mejores garantías para ejercer su labor fiscalizadora de los gobernantes, procurar que las zonas más golpeadas por la violencia tengan en una primera etapa condiciones especiales para sus representantes en los órganos de elección popular, es entregar la institucionalidad del país?
Es claro que darle mayor injerencia a los movimientos sociales que no se sienten representados por ningún partido político como la MANE, por ejemplo, es motivo de rechazo por quienes construyeron un país jerarquizado de castas y privilegios, donde sólo unos pocos, dueños de vidas y tierras, decidían el destino del país, es decir el destino de ellos, en detrimento de la mayoría.
Explicable que nos hayamos convertido en uno de los países más inequitativos del planeta, con una pobreza escandalosa y una violencia que avergüenza. Cambiarlo los afecta, por supuesto. Es el siglo XIX aferrado al pasado ante el ímpetu del siglo XXI donde ellos, como los dinosaurios, apenas quedarán como un referente anacrónico que sólo tiene cabida en el museo de la historia.
La tarea es gigantesca y llena de escollos y de odios, de intolerancia y resentimiento, de perversos intereses y desconfianza mutua, pero había que dar el primer paso del largo camino hacia la paz.