Vino Tinto
Columnas > Las torres de TanelornPor Beto Agudelo
viernes 5 de octubre de 2007 6:29 COT
1.
Pasos semiconscientes me llevaron al bar artístico de moda. No soy habitual, pero algunos de los parroquianos me conocen, aunque la mayoría preferiría negarlo. Luego de intercambiar algunas sonrisas y medios saludos con los presentes – en un par de ocasiones con bastante hipocresía – logré llegar hasta la barra.
Sólo hube de sentarme para que una cerveza apareciera ante mí. Hice una seña de aprobación al encargado y volví mi atención hacia dos lindas jóvenes en una mesa del fondo. La porción estratégica de mi mente empezó a hacer cálculos, ponderar diferencias – ambas eran preciosas – y establecer tácticas. Un plan de acción incluyendo un poco de francés bien chapurreado y una rosa se desbarató cuando un par de movimientos en la mesa del fondo me dijeron que ninguna de sus ocupantes necesitaba de cualquier indivíduo masculino.
“¿Decepcionado?”
La voz tenía una extraña cualidad musical que envió raros ecos a través de mi percepción. El espejo tras el encargado me mostraba la barra vacía a excepción de un hombre joven con aspecto de cazador nocturno y gracioso gesto. Entonces volví la mirada al mundo real. Más que caminar, ella se desplazaba flotando hacia la barra desde la puerta. Nuevo misterio: según su mirada, ella era la que había hablado. Pero estaba aún lejos y Queen estaba a demasiado volumen como para que su voz me hubiera llegado tan clara y tan cercana. Miré primero la cerveza y luego a ella.
“No, no soy delirium tremens”.
Los ojos verdes y la sonrisa sacaron sin autorización mi mejor mueca idiota y un saludo que pretendía ser halagüeño y que resultó un balbuceo infantil. Pero de nuevo su mirada me dijo que su pensamiento al respecto era diferente. En ese momento, las muchachas del fondo del bar se desvanecieron. Sólo existía Ella. Mil años después volví a percibir We Will Rock You y el informe murmullo de los demás parroquianos.
“Parece como si me conocieras”, atiné a decir.
La juguetona expresión de los ojos verdes se intensificó. Desvié la mirada antes de que me hipnotizara, disimulando mi turbación con un trago que dejó el jarro de medio litro casi vacío.
“Eso podría decirse”, respondió después de un momento.
Una preciosa mano elegante y un tanto pálida se extendió hacia mí. La suavidad helada me encantó.
“Llámame Theri”. No había duda sobre la delicada pronunciación de la Th. Aunque carecía de acento, algo en la entonación me anunció que tenía ante mí una visitante extranjera.
“Soy europea”. La sorpresa ante la aparente intromisión en mis pensamientos me hizo olvidar decirle que fuera un poco más específica. “Con más precisión, tengo en las venas algo de sangre eslava, griega, un poco de inglesa y de francesa… en realidad, de muchas nacionalidades”.
Aunque lo dijo con seriedad, algo en sus ojos me sugirió la idea de un viejo y hermético chiste.
“En realidad”, continuó, “vengo de Yugoslavia. La vida se ha vuelto difícil por allá. Demasiada sangre, pero muy poca… viva”. De nuevo me invadió la sensación de chiste secreto. Preferí no preguntar.
A partir de ese momento, la conversación fue bastante trivial. De vez en cuando alguno reía. Más esporádicamente nos mirábamos con profundo interés; debo reconocer que nunca pude sostener su mirada.
En el transcurso de la noche noté el resto de su avasalladora presencia. Estatura un poco inferior a la mía, un cuerpo delgado y de forma exquisita, piel suave, tersa y pálida, cabello castaño claro con algunos mechones dorados. No usaba maquillaje. No lo necesitaba. Vestía un ceñido traje negro, elegante para no desentonar en ninguna parte e informal para no ser llamativo.
Después de mucho tiempo empecé a percatarme de nuevo de mi existencia, justo cuando ella se despedía. Un vaso con restos de espeso vino tinto que jamás le vi solicitar desapareció del mostrador en las hábiles manos del encargado. Me quedé unos momentos dudando entre pedir otra cerveza o caminar hasta el apartamento. El encargado me miraba con impaciencia.
“Parece que la cerveza le está afectando”, comentó. “¿Puedo cerrar el local o se queda a dormir?”
Las luces estaban encendidas, no había música y todas las mesas estaban vacías. Miré mi reloj: Casi las cinco. La cerveza debía estar afectándome. Al incorporarme, tomar un taxi me pareció imprescindible. Cuando pregunté por la cuenta, el encargado me miró con conmiseración.
“Ya está paga”, dijo con sequedad.
2.
Desperté sin los síntomas habituales de resaca, pero sin fuerzas para levantarme. Miré la hora: casi las cuatro de la tarde: Me decidí a reunir la voluntad suficiente para ponerme en pie y hacer un par de llamadas. Estaba indispuesto y débil para pensar en cualquier cosa que no fuera dormir. Sin embargo, me duché y me vestí para sentarme a ver televisión. En algún momento intenté salir al balcón, pero la luz del sol me empujó de nuevo al interior del apartamento con brusquedad y dejándome un fuerte dolor de cabeza.
Cuando anocheció el aburrimiento me corroía y decidí que había recuperado fuerzas suficientes como para una corta caminata… que me llevó de regreso al bar.
De nuevo fue innecesario hacer un pedido: el encargado apareció con una taza de café. No capuccino en ninguna de las variedades alcohólicas. Café, caliente, negro y fuerte. El esfuerzo de la caminata me convenció de no protestar. Tuve dificultades con el primer sorbo, a pesar de estar delicioso, pero luego hice desaparecer la bebida con rapidez. Pensé en salir de allí a buscar una o cuatro hamburguesas, y descubrí con sorpresa que no había comido nada en las últimas veinticuatro horas.
Todos los pensamientos desaparecieron cuando Theri entró. No buscaba a nadie, no pasaba de casualidad. Entró, se sentó a mi lado y volvimos a charlar.
El vaso lleno de vino tinto se movía en su mano a medida que gesticulaba para recalcar alguna palabra. Aunque pensé en el objeto varias veces, algo me impedía siquiera considerar el preguntarle qué bebía. Entretanto, yo me iba sintiendo más débil y mareado. Pero no había bebido nada después del café.
De nuevo me encontré como despertando de una inusitada siesta y el encargado me miraba con preocupación.
“Bueno”, dijo. “Me parece que habrá que hacer algo respecto a usted”.
“¿Qué?”
“Cuando termine de desmayarse”.
Su rostro se iba haciendo cada vez más borroso. No pude sostenerme. Sintiendo la barra fría bajo mi mejilla, lo último que vi fue el vaso con restos de espeso vino tinto.
3.
Desperté ya de noche. La oscuridad en la habitación era absoluta, así como el dolor en todos mis músculos, que me hizo reconsiderar la estúpida idea de levantarme y darme una ducha. Media hora más tarde la volví a ponderar y decidí que era buena.
El espejo del baño me devolvió a regañadientes una imagen demasiado pálida y ojerosa, en vivo contraste con unos ojos enormes y muy brillantes. La enfermedad me favorecía.
La ducha y la ceremonia de vestirme fueron mecánicas. Recuerdo que recobré la conciencia justo en el instante de abrir la puerta del apartamento con la vívida imagen del bar en mi cerebro. “¿A dónde creo que voy en este estado?” “¿Cuál estado?”, me respondí. Me sentía bien… pero con sed. Mucha sed. Tanta sed como no había sentido en toda mi vida. Cuando tomé conciencia de ello, la imagen del vaso de Theri, el eterno trago de espeso vino tinto, se presentó ante mi con tanta claridad como si ella estuviera presente con su mirada verde esmeralda y su suave, pálida y provocativa piel.
Me pareció extraña la poca cantidad de gente en la calle hasta cuando recordé que mi muñeca izquierda llevaba un reloj. Eran más de las doce. Calculé que debí dormir hasta cerca de las diez de la noche sin ninguna interrupción, pero en ese momento llegué al bar y todos los pensamientos desaparecieron.
Ella aguardaba esta vez. Supuse que había llegado hacía poco pues aún no le habían servido el infaltable vaso de vino. Me senté cerca de ella y, la siguiente vez que miré su mano, el vaso estaba allí. Con muy poco vino.
“¿Decidiste reducir tu dosis?” Pretendí que mi tono fuera sarcástico y agresivo, pero sólo conseguí una especie de súplica abyecta. La sonrisa de respuesta me recordó los extraños chistes de nuestra primera conversación.
“No. Es sólo que el tonel ya está casi vacío. Éste es el último trago”.
La debilidad regresó cuando ella pronunció esa frase con ese tono extraño de broma antigua y secreta. Vació lo que quedaba en el vaso y sentí que las luces empezaban a apagarse, y mucho, mucho frío. Ella se acercó con lentitud y me dio un beso suave en los labios. Su boca estaba fría y aún tenía rastros de ese último trago de vino que, justo antes de que se hiciera a mi alrededor la oscuridad definitiva, identifiqué como mi propia sangre.
viernes 5 de octubre de 2007, 10:28 COT
¿Fue un acto de suicidio o un intento de asesinato? ¿La sangre embriaga? Supongo que eso depende de cada lector, lo cual hace más valioso el relato.
Yo alguna vez escribí una reflexión -más bien light, lo advierto- llamada Vino rojo. Mi conclusión fue algo diferente –aunque era vino “rojo”, no vino tinto, despues de todo-, y era así:
“Además el vino rojo, si es de buena calidad, ni da resaca, ni permite entrar a estado catatónico o hipnótico alguno, por cuenta del alcohol. Y es que en realidad el que toma vino rojo no quiere olvidar, sino recordar. Pero el recuerdo ha de ser endulzado, con vino rojo.”
viernes 5 de octubre de 2007, 10:42 COT
PD: Hace unas semanas leí Las intermitencias de la muerte de José Saramago -primer libro de él que leo, lo confieso- y al final del libro la muerte resulta ser una sensual mujer, y se enamora de un violonchelista solitario. De ahí mi interpretación. Muy buen relato.
viernes 5 de octubre de 2007, 20:13 COT
Este relato me llevó a los primeros post que leí de tí querido amigo. Muy a propósito de mi último post sobre hechizos, brebajes… En fin, disfruté tu relato sensual y misterioso.
Me antojaste de vino tinto y ya me estoy tomando una copa… brido por tí queriro Beto.
Un abrazo equinoXial!
viernes 5 de octubre de 2007, 20:15 COT
Nuevamente, brindo por tí querido Beto, hmmm creo que me está elevando este delicioso vino tinto.
Te abrazo!
viernes 5 de octubre de 2007, 21:53 COT
Ah, Lully… pero si es que Theri podrías ser tú misma…
jueves 11 de octubre de 2007, 17:08 COT
¿Es la misma Lady Theri que ha dejado la torre ancestral en busca de nuevas víctimas? ¡Dios nos ampare!
jueves 11 de octubre de 2007, 17:51 COT
Podría ser, Marco. O podría no ser…