Un año (in)docente #1
Columnas > EscoliosisPor Daniel Páez
jueves 30 de noviembre de 2006 0:01 COT
No es fácil ser freelance en Colombia. Y eso que nuestro magnánimo Presidente y su tristemente fallecido Ministro de Protección (o como se llame la cartera) hicieron una reforma que obliga a todos los trabajadores a cotizar salud y pensiones, a tener un número para pagar impuestos (el popular RUT) y que la mayoría de las empresas prefieren “prestadores de servicios” que empleados de planta. Pero mi tema no es la injusticia laboral del país, no porque no me interese, sino porque me deprime saber que tendré que trabajar mínimo tres años para poder ir de vacaciones al Cafam de Melgar por un fin de semana y, por lo menos, diez años si quiero ir a un destino interesante por un lapso más largo.
El hecho es que trabajé todo el 2005 como burócrata y me malacostumbré a la buena vida: llegaba tarde y salía temprano, trabajaba poco y me ganaba un milloncito por diseñar un banner diario para una página web gubernamental que ahora no voy a mencionar. Obviamente hubiera preferido ganar el doble y trabajar la mitad, pero ese privilegio sólo lo tienen los directivos. El directivo que estaba sobre mí decidió “correrme la butaca” y en enero de 2006 me convertí en parte del 10% de desempleados del país (cifra del DANE que, casualmente, se aumentó apenas reeligieron al sátrapa). Algo había ahorrado y tomé las cosas por el lado amable: desde ahora iba a manejar mi horario, sería mi propio jefe, tendría tiempo para estudiar alemán (proyecto que llevaba aplazando durante años), escribiría y viajaría más, haría dos o tres videos en el año y diseñaría menos publicidad burocrática.
En febrero ya no tenía ahorros ni alguien a la vista dispuesto a pagar por mi trabajo. Entonces acepté convertirme en profesor de Diseño Gráfico en un colegio del norte de Bogotá. No pagaban mucho, pero me ahorraría el transporte y los almuerzos, además me quedarían las tardes libres para todos esos planes maravillosos que tenía en mente.
La cosa resultó catastrófica. Nunca en mi vida había manejado tal nivel de estrés: en cuestión de una semana tuve que inventar el plan curricular para una asignatura que se llamaba Informática (no Diseño Gráfico como habían dicho) y que yo debía dictar desde kínder hasta undécimo. Por suerte el total del colegio sumaba 150 estudiantes, pero sólo había 12 computadores y los grupos tenían entre 10 y 35 alumnos, aumentando cada semana con un nuevo niño despedido de algún colegio de mejor categoría; tuve que lidiar con bebés de 20 años; había unos pocos estudiantes sordomudos y otros con leves retrasos mentales con los que me resultaba imposible la comunicación, no por antipático, sino porque mi lenguaje de señas es nulo y no estudié educación especial. Ante mi reclamo por las condiciones, la rectora me dijo: “los profesores buscamos soluciones, no problemas”.
Después de dos meses encontré la solución: renunciar. Aunque en términos generales mi relación fue buena con los estudiantes, me sentía perdiendo el tiempo en medio de una generación a la que no le gusta nada, ni siquiera sabotear a los profesores, como hice en mis años colegiales. La mayoría de los alumnos sólo quería usar el Messenger, los restantes sólo querían mirar el techo. Por primera vez en más de quince años tuve pesadillas: una vez soñé que el salón de clases se incendiaba y otra que se generaba un problema incomprensible del cual yo era el responsable. Tal vez eso se debió a que yo soy muy laxo con la disciplina y tuve un par de inconvenientes con otros profesores y con algunos estudiantes, rematados con que la rectora me exigía unos estándares de resultados académicos demostrables a la Secretaría de Educación. Por eso mismo, cuando llegaba a la casa debía planear una nueva estrategia para que las clases funcionaran y no me quedaba tiempo para mis proyectos. Me fui y sólo volví para cobrar.
Para entonces apenas empezaba el primer semestre en la Universidad Nacional por aquello de las protestas que prolongaron la culminación del año pasado. Mariana Mosquera, la directora de la Escuela de Diseño Gráfico hasta ese semestre, me ofreció la asignatura de Expresión 5 que enfatiza en las aplicaciones del diseño al movimiento. Acepté a pesar de ser conciente de que el pago iba a ser ridículo ($10.000 por hora y seis horas semanales). Pensé que con el prestigio que implica ser docente en una universidad tan grande iba a conseguir una beca o, por lo menos, más trabajos como freelance. No logré mucho, apenas unos cuantos artículos.
Para el segundo semestre cambiaron el director de la Escuela y, sin importar que yo recibiera muy buenas calificaciones de mis estudiantes y que hayamos realizado un video que ya ha recibido dos reconocimientos, José Jairo Vargas me retiró de Expresión 5 y me pasó a Informática 1. El nombre de la asignatura trajo a mi memoria las pesadillas del colegio que mencioné antes. La desmotivación fue total, pasé de una materia artística de quinto semestre a una mecánica de primero y, lo que es peor, de seis a cuatro horas semanales. Pero seguí para no quedar mal y soñando con esos premios que dicen que obtienen los multimillonarios profesores de la Universidad Nacional. Parece que no hubiera estudiado allá y que no me hubiera dado cuenta de que, de los profesores que tienen carro, el más moderno es modelo 95.
Se acabó el año y no hice mayor cosa. Aun cuando publiqué artículos con Rolling Stone, Zona de Obras y El Espectador, mis ganancias oscilaron entre los $160.000 y los $900.000 mensuales. No más de eso y con el tope en octubre, el promedio en realidad fue de $400.000. Un jugoso salario mínimo que tenía que alcanzarme para pagar un crédito, mis transportes, algo de alimentación (ni de riesgos voy a vivir sin mi familia, pero mi padre ya no me da mesada) y, por supuesto, mi entretenimiento (que no fue mucho). Para tranquilidad de mi madre, cambié las borracheras semanales por una sola en todo el año (espero que eso cambie con las festividades decembrinas). No pude comprar nada de ropa, y no es que me guste estrenar cada viernes, pero cuando uno empieza a verse como una fotocopia, siempre igual y cada vez más desteñida, las posibilidades de conquistar mujercitas se reducen. Tuve que retirarme del curso de alemán por falta de dinero y de tiempo para dedicarle.
Estoy trabajando en más de cinco proyectos actualmente y ninguno deja regalías. Mis amigos dicen que tengo más puestos que un bus, pero de dinero nada. Todos los días salgo a buscar historias para nuevas crónicas, entrevisto diferentes personajes, transcribo sus palabras, redacto historias, paso mínimo diez horas frente al computador diseñando piezas promocionales, planeando un nuevo video musical o fraguando algún experimento. Lo único bueno es que he viajado: Medellín, Capurganá y Cartagena han sido los destinos más destacados, pero ir me ha implicado drenar aún más mis vacías arcas.
Mala decisión la de jugar a ser independiente. La bancarrota se acerca y mi desesperación aumenta cada día. Incluso he llegado a aceptar horribles trabajos revisando la ortografía de anuncios de brujas y centros de estética, entre otras funciones nada envidiables. Los mejores planes que veo en el camino son irme a Londres a lavar platos en un restaurante y hacer un postgrado en los ratos libres. Ofertas laborales no faltan en Colombia, pero los pagos no compensan el esfuerzo, además mi ocupación como docente en la Universidad no me permite aceptar un cargo de tiempo completo.
El consejo y la conclusión, amigos lectores (se me está pegando el lenguaje de las brujas), es que, mientras puedan, conserven sus empleos así sea como prestadores de servicios, no vaya y sea que les toque ir donde Sabina para solucionar su problemas económicos. Cualquier cosa es mejor que este “desempleo moderado” que no cuenta ni en las estadísticas, porque trabajo sí hay, dinero no. Por mi parte, resistiré los días que restan del año, el alcohol los hará más llevaderos. Pero para el año que viene…
jueves 30 de noviembre de 2006, 15:52 COT
Estimado amigo, usted se topó como dicen con lo que no es. Resulta que para ésta profesioón se necesita no solo vocación, si no también buena disposición para sortear con la parte económica.Ademas de tener alguna dote de payaso, pues en todo momento se debe tener la sonrisa a flor de piel, para no traumatizar al niño,. que donde lo vea con cara de muy pocos amigos, pagará el pato con el rector si le va bien y en el pero de los casos, en control interno disciplinario.
jueves 30 de noviembre de 2006, 16:00 COT
Quiero agregar que el docente hoy por hoy es bilipendiado, ultrajado, pordebajiado, por otros profesionales, porque una cosa es hablar desde la barrera y otra hablar cuando se desempeñado en esa labor. El docente es privilegiado, ya que es un conductor, un guia,un payaso, pues de ésto depende que el estudiánte se apropie del conocimiento. Un docente sin esas características que cambie de profesión.Todos los padres deberían ser docentes con sus hijos, miren los problemas en que anda la juventud por una mala influencia negativa, de sus propios padres.
jueves 30 de noviembre de 2006, 16:08 COT
Estimado amigo, no soy la doctora corazón pero…., hay que cambiar de profesión.Mire usted , como decía yo, en el comentario anterior, tanto que pordebajean a los maestros, que la vida misma lo puso a ejercer esa noble profesión. Y tan mal pagos éstos , los maestros, que sin embargo han sacado bien que mal, las generaciones de trabajadores y profesionales que sustentan la economía de éste pais. ¿ pero quién tiene la culpa ? como todas las profesiones hoy, dependen de la globalización de la economía. Que si la economía se desarrolla en tecnología la educación debe cambiar a la tecnología.
jueves 30 de noviembre de 2006, 19:48 COT
No entendí su punto, aunque en el mismo tono que le hablo a mis alumnos, le pido que use bien la ortografía, se dice “vilipendiar” y “estudiánte” no lleva tilde, entre otros errores gramaticales. Pero atendiendo a sus amistosos comentarios, intentaré mejorar como docente, más no abandonar la profesión. En el número 2 de este artículo se enterará de los pormenores de tan descabellada decisión.
sbado 2 de diciembre de 2006, 19:24 COT
Daniel yo también soy profesora, pero exceptuando la entrega de notas del miércoles pasado diría que mi experiencia ha sido bastante buena, así mismo la de freelancer. Quizás no añore el ser empleada porque nunca lo he sido durante largo tiempo, en una ocasión estuve yendo a una oficina durante 15 días medio tiempo y casi me enloquezco. El punto es que si bien es duro ser independiente cuando realmente uno disfruta su tiempo y tiene las anheladas recompensas como armar su día a gusto y sin presiones uno no cambia eso por una oficina durante 8 horas al día.
Próximamente en http://www.elclavo.com se publicará un artículo en el que hablo un poco más detalladamente del tema.