Ritos ancestrales
Columnas > Las torres de TanelornPor Beto Agudelo
jueves 21 de junio de 2007 12:01 COT
Aproximarse a una Estación Orbital es una experiencia asombrosa y, para algunos seres humanos, terrorífica: darse cuenta de que un objeto tan grande —casi el tamaño de la vieja Luna— ha sido construido por otros seres humanos, la sensación de vértigo cuando la astronave que se aproxima entra bajo la influencia gravitacional de la Estación, la impresión de que ese inmenso monstruo metálico va a devorar la nave… pero aproximarse a la Estación Orbital Cero, que gira en torno a la Vieja Tierra, es aún más impresionante, pues es darse cuenta de que esa mole amarillenta y desértica que hay debajo de la Estación fue el sitio donde todo empezó: los viajes espaciales que permitieron colonizar el Sistema Solar y después la Galaxia… Siempre me he preguntado cómo habrá lucido la Vieja Tierra antes del cataclismo. Hoy, es un vasto desierto árido con atmósfera tenue y temperaturas demasiado extremas para sustentar vida.
La rutina de acoplamiento de la astronave se cumplió sin inconvenientes y pronto estuve sentado ante el escritorio del Almirante, que entregó una nueva misión como Agregado Militar del equipo de arqueólogos en la superficie de la Tierra.
Los investigadores han estado encontrando evidencias de una forma de culto extendida en la civilización pre-cataclísmica, además de las 27 de las que se tienen evidencias concretas y sobre las cuales se ha logrado reconstruir un cuadro histórico y social bastante completo. Lo curioso de la "nueva" forma religiosa es su extraordinario alcance —objetos rituales y centros de reunión han sido encontrados alrededor de todo el globo, aparentemente mezclados con muestras de otros sistemas de creencias, aún las más extendidas, a veces en un sincretismo curioso y difícil de entender. Sus templos, por ejemplo, tenían una extensión muy superior a la de otros santuarios.
El culto tuvo medios bastante persuasivos para su expansión, que, según los historiadores del equipo, se desarrolló en menos de cien años. Y, dados los rumores cada vez más corrientes sobre el poder inimaginable de esa religión, es necesario tener cuidado sobre los descubrimientos a su alrededor; una de las leyendas más corrientes habla de un Rito capaz de detener el paso del Tiempo.
Tomé un refresco antes de abordar el vehículo que me llevaría a la Base de Operaciones sobre la superficie. El descenso no fue muy diferente de los efectuados sobre otros planetas, excepto que en esta ocasión la nave era civil y estaba desarmada y mi traje espacial era corriente, no la pesada armadura de combate que acostumbro usar. Sin armas me sentía desnudo, indefenso. Pero, además, estaba descendiendo a la superficie del planeta natal de toda la Raza Humana, con una misión relacionada, según los últimos informes, con el Rito más poderoso del ser humano en toda su historia.
Cuando arribé a la Base de Operaciones un mensaje aguardaba en la recepción: el equipo de Arqueólogos me esperaba con urgencia en el más reciente sitio de excavaciones. Habían encontrado algo, pero no daban detalles por razones de seguridad.
Fui en menos de media hora al lugar usando un aerodeslizador. La excavación estaba protegida por una enorme cúpula geodésica que algunos técnicos estaban terminando de ajustar en ese momento. Pero el equipo científico no estaba en la cúpula sino en la barraca donde funcionaba el Laboratorio y allí estacioné el vehículo. Al apearme pensé en la ironía de llevar un traje espacial con soporte respiratorio en el planeta en el cual mis pulmones habían evolucionado.
Todos estaban reunidos alrededor de una pantalla holográfica. Dos técnicos y un experto en comunicaciones de la Flota Estelar estaban inclinados sobre algún objeto pequeño: una caja negra, rectangular y achatada, que manipulaban con sumo cuidado. La pusieron en la bandeja de un Analizador y esperaron, expectantes. El director del equipo arqueológico apenas me saludó y miró la pantalla, retorciéndose las manos. Uno de los científicos me dio un codazo entusiasmado y me señaló el analizador, comentando que el objeto era quizá un primitivo medio para almacenar información.
Uno de los técnicos señaló una luz indicadora en la pantalla holográfica y dijo, entusiasmado, que tenía almacenada información de audio. El director del equipo conectó el sistema de altavoces y subió el volumen al tope.
En la pantalla holográfica sólo se veía estática y por los altavoces surgía un ruido parecido al del agua corriente. Una imagen apareció en la pantalla. Lo reconocí como uno de los objetos de culto que habían sido recuperados en las excavaciones. Varias personas aparecieron también y comenzaron el Ritual. Los historiadores y arqueólogos rieron nerviosos: era distinto de lo que habían pensado, discutido, escrito y defendido. Poco a poco nos dejamos llevar por las imágenes y por las extrañas letanías que surgían de los amplificadores: palabras en una lengua extraña y que tenían una cadencia particular y un ritmo contagioso. Muy pronto estuvimos pendientes del Ritual y nos empezamos a sentir conectados con la danza, extraña y magnífica, que esas personas en la pantalla —seres que vivieron antes del Cataclismo— llevaban a cabo con precisión y con una agilidad y poder sorprendentes. Nos hicimos, sin quererlo, parte del Ritual, y entonces entendí el Poder de una antigua religión tan poderosa que era capaz de capturar las mentes entrenadas de científicos y guerreros a miles de años de distancia en el tiempo.
Y entonces el Ritual llegó a su clímax y, sin saber por qué, contagiado por la evidente alegría de esos seres en la pantalla y de los hombres y mujeres a mi alrededor, grité junto con todos ellos y junto con el oficiante que, sin previo aviso, rompió la larga y extraña letanía y prorrumpió en ese grito que todos compartimos, como si lo conociéramos desde siempre, como si lo lleváramos en la Sangre, herencia de los Ancestros hasta ahora olvidada. Fue un grito largo y profundo que estremeció las paredes de la barraca y pareció silenciar hasta el furioso viento del desierto. Gritamos y el grito, compuesto por una sola palabra, nos arrancó lágrimas de alegría. Fue un sólo grito, una corta palabra que estiramos hasta el infinito, un grito capaz de contener todos los gritos de combate y de victoria que alguna vez haya gritado la raza humana. Gritamos y la palabra, que todos conocíamos pero habíamos olvidado, se grabó en mentes y corazones para siempre. Una sola palabra, corta e infinita, un conjuro capaz de parar el Tiempo:
"¡¡¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!!!"
martes 26 de junio de 2007, 10:39 COT
Yo sé cuál fue la jugada que vieron, ahora lo veo todo muy claro:
[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=N5L9-Cl739c]
http://www.youtube.com/watch?v=N5L9-Cl739c
Este descubrimiento moldeará el futuro de las generaciones, como ya ocurrió en el pasado cuando se revelaban verdades existenciales.