Proteger o no proteger
Columnas > Eco-grafíasPor Germán A. Quimbayo
martes 30 de junio de 2009 9:40 COT
En diversas instancias se ha discutido mucho acerca de la importancia que tienen las Áreas Protegidas como elemento principal para la conservación de los ecosistemas y para el mejoramiento del ambiente colectivo, local, regional y global. Incluso existen congresos en donde se toman decisiones respecto al tema, poniendo el tema en la agenda política intergubernamental alrededor del mundo.
La Unión Mundial para la Naturaleza (UICN) definió hace unos años que un área protegida es una “superficie de tierra o mar especialmente consagrada a la protección y el mantenimiento de la diversidad biológica, así como de los recursos naturales y culturales asociados y manejada a través de medios jurídicos u otros medios eficaces”. Según el Instituto Alexander von Humboldt, en Colombia este concepto empieza a ser manejado a través del Convenio de Diversidad Biológica —ratificado por el país mediante la ley 165 de 1994— el cual dispone en su artículo 2 que “un área protegida se entiende como un área definida geográficamente que haya sido asignada o regulada y administrada a fin de alcanzar objetivos específicos de conservación”.
Sin embargo, más allá de contemplar la importancia de declarar o considerar un área importante para la conservación, ¿cómo se valora realmente un área de importancia ecológica? ¿quién o quienes lo consideran? ¿qué interés existe detrás de la declaratoria de un área protegida?
Generalmente, antes de declarar un área protegida se siguen unos pasos que comprenden valoraciones de dicha porción geográfica que se relacionan con estudios de aspectos biofísicos, estudios de caracterización ecosistémica y evaluación de la funcionalidad ecológica, además de identificación de bienes y servicios ambientales que puedan brindar a la sociedad. Sin embargo, existe otro tipo de conocimiento, el de tipo vivencial, que es el que tienen las personas que habitan los territorios, y que se relacionan directamente con lo que vemos como ecosistemas y paisajes.
Es cierto que, en muchos casos, las poblaciones cercanas a ecosistemas de importancia ejercen una presión negativa que propicia procesos de degradación ambiental. Pero también existen casos en donde las comunidades (por lo general las que han habitado por mucho tiempo un territorio) han construido y producido el territorio en el que viven, e incluso la biodiversidad presente es producto de esa relación sociedad-naturaleza.
¿Será el conocimiento científico el único tipo de conocimiento aceptado?
No estoy desconociendo que estos factores no hayan sido tenidos en cuenta en la agenda política ambiental, de organizaciones conservacionistas y de los estados, pero en la práctica existen muchos casos en donde hay ecosistemas y paisajes de importancia ecológica y cultural en determinados territorios que, bajo la normatividad o las leyes, no son áreas protegidas. El otro extremo de esto es ver islas de áreas protegidas que no tienen ni un beneficio conservacionista ni social originando serios conflictos ambientales.
¿Bastará entonces con la ley o normatividad para que puedan conservarse los ecosistemas?
La geografía, como disciplina, puede darnos pistas y aportes al ambientalismo, de cómo cada uno de nuestros actos configura, produce o crea espacios o lugares que consideramos de importancia ecológica. La mayoría de teóricos del pensamiento geográfico (David Harvey, Doreen Massey, entre otros muchos más) consideran el espacio como la unión dinámica entre su construcción social (cotidiana, momentánea, temporal, histórica) y su relación con dinámicas del entorno físico (procesos ecológicos y biofísicos en varias dimensiones y escalas temporales e históricas). Mientras tanto el lugar es el producto de discursos, subjetividades y relaciones de poder en el espacio-tiempo, como han llamado de igual forma los geógrafos contemporáneos.
El declarar un área protegida es, ante todo, un acto político. Es importante que, en instancias tanto de discusión académica y de gestión ambiental participativa, se consideren estos elementos antes de declarar o considerar un área protegida o no. Se deben propiciar (y ante todo conciliar) diálogos entre las distintas visiones sobre la naturaleza, que construyan el mejor escenario de conservación posible. Algunos avances se han dado al respecto con la gestión de enfoque ecosistémico. Pero aún falta trecho, lo importante es que nada está perdido aún.
ADENDA: Precisamente la semana pasada un grupo de expertos de la Unión Mundial por la Naturaleza, declaró como área patrimonial al Parque Nacional Natural Los Katíos, debido a que presenta un valor ecosistémico altísimo que se encuentra en riesgo de desaparecer por razones políticas y económicas. Este es un claro ejemplo de que no es suficiente declarar un espacio como Área Protegida. Se debe pensar más allá.
viernes 23 de octubre de 2009, 10:14 COT
[…] muchos elementos para abordar de forma crítica los conflictos ambientales, especialmente en áreas protegidas. Pese a ello sigo pensando que el proceso de “mercantilizar” a la naturaleza e […]