Mi baúl
ColumnasPor Silvana Escobar
domingo 12 de junio de 2011 22:06 COT
Quizá este texto no sea una de esas obras impecables, de hecho violenta ciertas nomas que un periodista debe tener en cuenta a la hora de escribir. No haré menciones en mi defensa, sólo diré que estas letras son escritas con profundo cariño para el hombre de mi vida. El que me saca todas las rabias del mundo, el que se apropia de mis logros, el que me hace reír con sus locuras, el hombre más particular y común del mundo: mi papá.
La razón es que en mayo abundan homenajes para las madres. Y claro, no es que no los merezcan, ellas son el amor hecho carne. Pero ellos cumplen roles en la vida que no tantas veces se reconoce. Y porque yo sí creo que padre no es cualquiera, y no hablo de la biología, hablo del corazón.
Recuerdo que cuando era una niña Superman me parecía un héroe de pacotilla. ¿Para qué Batman, Aquaman o Flash si yo lo tenía a él y era mío? ¡Qué conformista! Ahora que lo pienso, pero sólo ver sus músculos saliendo de la camisa “esqueleto” azul era suficiente para considerarlo el hombre más fuerte.
Hoy que puedo analizarlo más, descubro que se parece más a ese antihéroe mexicano de vestidura roja y corazón amarillo, ese que dice sandeces divertidas y cuyas herramientas de lucha no tienen par. De hecho, ese es su apodo, Chapulín. Con cada letra se hace más grande su similitud.
Sus huesos no se elevan mucho del suelo, aunque qué puedo decir yo que heredé sus centímetros. Su piel tiene una tonalidad extraña, es escarlata, supongo que de ahí viene el mote. Aunque bien podía serlo por todo lo que habla o por su grandiosa manía de inventar las más descabelladas cosas.
Alumbran su rostro dos luceros verdes de los que sólo saqué la maldita triquiasis, una enfermedad que hace crecer una pestaña transparente que chuza el ojo. Su rostro lo “decora” un mostacho que en casa nos parecía muy feo, hasta aquel día en que decidió eliminarlo y con risa descubrimos que no tenía labios (extraño para alguien que usa tanto la boca). Con súplicas le pedimos que lo dejara renacer.
Su inagotable creatividad nos ha dado regalos que marcaron la época de juegos y travesuras, como aquel caballito de madera blanco que tanto disfruté. Ha tenido colección de latas de bebidas con las que tapizó la finca de extrañas veletas de viento y dice que sabe hacer de todo, es el mejor cocinero del mundo, sabe de plomería, carpintería y demás. Como buen casi culebrero, es necesario depurarle la verdad.
Para todo tiene una receta: que si el dolor de oído, “échele leche o un poquito de orines a eso”. O como esa vez que me hizo lavar el cabello sin agua porque, según él, quedaba más limpio. Obvio, no.
En las tardes de sol se asoma al corredor y encoge sus piernas con los brazos atrás, como para recibir de una manera propia la vitamina D. Con los años ha perfeccionado un silbidito particular, una tonadita inolvidable para anunciar su presencia. Cuando se baña sale a rasparse los talones en el cemento elevando los brazos para que el aire le ayude a su desodorización.
Por supuesto, en su coloquial vocabulario están todas las frases típicas y esa inagotable cantaleta sobre su valor y la sapiencia de los años, o el trauma por la música que escuchamos queriendo silenciarla con excusas inocentes como que los parlantes del computador no sirven para tal fin.
Raúl no sabe que es la prudencia, le faltó un esfínter en la lengua misma que muchas veces lo ha castigado. Pena, ¿qué es eso? Creo que preguntaría. Nunca he visto que se le suba el color a la cara por algo, de todas formas no se le notaría.
Desde hace más de diez años tiene un automotor, obviamente rojo, al que le compra champú de mujer para darle brillo a la pintura. Creo que todos le tenemos algo de celos a su “pichirilo”. Otra de sus manías indelebles es que cada que come algo que tiene papel, al final, hace un nudo de confite en éste, rasgo que también le heredé, igual su genio explosivo que tanto nos critican.
Ahora a sus sesenta y dos años, a su pelo, en una cuasi rebeldía juvenil, le dio por formar una cresta. A él no le disgusta mucho, incluso se ufana con ella y la deja crecer nada raro en él.
Él fue el que, a muy temprana edad, me enseñó como nacían los bebés y qué tipo de eventos biológicos me tocarían por ser mujer. No es muy afectuoso, pero no le gusta ir a ninguna parte sin la compañía de mi mamá, quizá sea para poder tener alguien a quién hacer quedar mal.
Terco, alegón, creativo, impredecible y predecible, juicioso y atípico. Ese es mi baúl, el que siempre nos sorprende con algo distinto, al que me gusta llamarlo por el nombre, o mejor, deformárselo como en este texto. Ese que se enoja por eso y me dice que él para mí no tiene otro nombre distinto de “Papá”.
Feliz mes a todos los “Raúles”.
lunes 13 de junio de 2011, 16:12 COT
El periodismo muchas veces nos exige ser neutrales o pide una objetividad que es imposible de lograr por la misma condición que tenemos como humanos, ignorando en muchas ocasiones que los sentimientos y opiniones son los que nutren y dan sentido a nuestra labor.
Creo que don Raúl, no podría ser descrito de otra forma diferente, tal cual es.
Me gusto mucho tú texto, felicitaciones.
martes 14 de junio de 2011, 08:57 COT
Tal vez no sepa nada de periodismo, pues lo mío es la psicología, sin embargo puedo decir que no hay nada mejor que esos sentimientos que nacen del corazón para describir a las personas que forman parte de nuestra vida, y nada mejor que rendirles un homenaje a través de nuestra profesión a quienes hacen parte de ella. Felicitaciones!!!!
martes 14 de junio de 2011, 20:24 COT
jajajajjaj!!!!de verdad que hasta me hacer reir el acordarme de tantas cosas…..sí……..la verdad ese es tu papá………no pudiste describirlo mejor……recuerdo todos los regaños que nos hacia…….jajjaj…fue muy divertido y lindo al mismo tiempo recordar todas aquellas cosas……Gracias…un abrazo