Más devotas que con votos [tributo a Havel]
Columnas > El perdedorPor Clandeldestino
viernes 3 de abril de 2009 7:33 COT
Con la participación de Alejandro Echandía M. C., Lukas Jaramillo Escobar y Juan Diego Jaramillo M.
“Mienten los que afirman que la política es algo sucio. La política es simplemente un trabajo que requiere de hombres genuinamente puros, puesto que al desarrollarlo podemos ensuciarnos moralmente con especial facilidad” — Václav Havel
¿Quién necesita más ganadores? En épocas de campañas presidenciales habrá que tener cuidado con tanto ganador. Por eso este mes en el Perdedor, con equinoXio, quisiéramos rendir tributo a un testimonio vivo de fracasar mejor: Václav Havel.
Sin duda, y con riesgo de caer en un cliché, nunca dejará de causar una sincera admiración la imagen del hombre bajando al mismo averno y sobreponiéndose a él. Con algo de justicia poética este dramaturgo checo, presidente entre 1989 y 2003, que fue encarcelado por la dictadura no sin antes verse prohibida toda su obra, subió a la cima. Él, que fracasó, volviéndose un perdedor para sus opresores, nunca extravió aquella integridad, aquel anhelo que nos recuerda lo que es verdad desde lo muy propio a lo muy vuestro, logró llegar con sus propias reglas, ganando todo lo que se permitió perder: un corazón sin precio, un hombre sin dedal.
Havel encabezó la llamada «revolución de terciopelo», que se constituía como una gran movilización popular que en última instancia consiguió el desmantelamiento de la dictadura sin derramamiento de sangre, para instaurar en Checoslovaquia un régimen democrático. Por sí solo ya es suficientemente decoroso un hombre que desde el arte (y también la farándula) haya constituido un movimiento que ignoraba lo militar para lograr pasar de la dictadura a la democracia, pero ya se hace a nuestros más profundos afectos cuando lo vemos, tras dejar la presidencia, dejando todo, volviendo al punto desde donde partió, con una obra autobiográfica. Estamos ante el testimonio de vida de aquel que en muchas ocasiones decidió perder para no ganar aquello que lo difuminaba en los absurdos del éxito.
“Cualquiera que se tome demasiado en serio corre el riesgo de parecer ridículo”, dice Havel con una lucidez inusitada en los políticos y lo comprueba en sus memorias fragmentadas, en las que pareciera no dejarse definir: si el lector está desprevenido no sabe que quien le habla es alguien que estuvo en la cima de su propio país: parece a ratos un funcionario romántico y bien humorado y, casi siempre, un artista, pero no se deja detectar como un hombre de poder. En las memorias, en una reflexión pausada, constata que ha perdido el poder y que sabe que en la última fase de su vida todavía le queda luchar entre sus recuerdos, libros papeles, un cuarto de retiro, por encontrarse, por entender aún más que significa lo recorrido.
Es muy peligroso, en el ser humano de antes y de ahora, que esté ausente de su propia vida. Sin preguntas, sin dudas, nuestros personajes de poder dejan de ser testigos de sí mismos, para ser parte de una función que no es la propia pero que intenta que lo defina. Uno no puede dejar de registrarse a sí mismo, no puede dejar de escribir su ruta, allá donde no hay luces y cámaras, pero donde se alojan los “demonios” que ponen en riesgo a los otros con nuestras “salidas”. Dentro de toda esa aventura por reconstruir un estado, desarrollando instituciones democráticas por vez primera en la historia nacional, el político y artista pareciera nunca olvidarse de sus luchas íntimas, de aquellas subjetivas de no perder la identidad, de relativizar la gloria y su propio poder.
“El ser hechizado en mi interior y el que está presente en el mundo se pueden dar la mano en cualquier momento, en cualquier lugar, de cualquier manera: cuando contemplo la copa de un árbol o cuando miro los ojos de otra persona, cuando consigo escribir una carta bonita, cuando me emociona una canción o cuando el fragmento de una lectura pone mis pensamientos en efervescencia, cuando ayudo a alguien o alguien me ayuda a mí, cuando ocurre algo importante o cuando no ocurre nada especial. Esa necesidad nuestra, irreprimible, de trascender los horizontes situacionales, de cuestionar, conocer, explorar, entender, buscar la esencia de las cosas, ¿qué otra cosa es esa necesidad sino otra de las formas de aquel anhelo interminable por recobrar la integridad perdida del ser, aquel anhelo del yo de regresar al ser? ¿Qué otra cosa es sino ese anhelo intrínseco de despertar al propio ser oculto, adormilado, olvidado tantas veces, y a través de él alcanzar aquella plenitud e integridad de la existencia que nuestra intuición nos permite vislumbrar?” — Václav Havel
Como Proust, el ex presidente Havel sabe que la literatura es aquella fiesta donde uno invita a unos pocos y terminan asistiendo muchos intrusos. Lo descomunal es que pareciera aplicar lo mismo a la política, cuando logra entender que su mundo subjetivo no se puede desligar de su labor objetiva, cuando sabe que las pasiones sólo nacen de lo íntimo, solo hay que oxigenarlas para que contemplen bien al otro. La apuesta que me provoca el dramaturgo es que con aquel que tiene algo de artista, nos enfrentamos a una dedicatoria constante al ser amado, una construcción de ciudad o país para que el amor encarnado tenga un lugar, sea más feliz, brille con más fuerza… y eso es lo único cierto: sin aquella vanidad, aquella pasión, el político no podrá más que optar por la codicia y el control sádico de un supuesto pueblo que no reconoce, porque no ha sabido respirar, rosar.
La política de hoy debería ser la de un proyecto, un programa de gobierno, que se hace para la única persona en el mundo y termina afectando a la ciudadanía por igual y sin distingos. Al que reconoce en su propia mortalidad (enfermedad, senilidad y demencia) que el poder y sus estancias son pasajeros y, antes, quedará la huella sólo de un oficio, para después los únicos templos, lejos de las ruinas que mantienen en pie los seres queridos, cerca del reencuentro del propio ser. Celebrando esa pequeña sinceridad en ese mundo de farsantes, habrá que revisar con lupa quiénes de los candidatos a la presidencia tienen a alguien por el que se justifique construir mejores calles y andenes por los cuales caminar, unas nuevas oportunidades que él o ella puedan tocar, unos encuentros y complementos bellos, suficientemente bellos para los ojos del ser amado.
Cuando se está enamorado y se es buen depositario de aquel milagro (que todavía quiero creer que pueden ser merecedores hasta nuestros políticos promedio), se ve el reflejo del rostro de la devoción en la de los otros, se pretende que todos los demás puedan tener las mismas oportunidades que nosotros para el encuentro, para permanecer y andar junto a él o ella el tiempo que sea necesario. Si la política logra eso, volverá a conectarse con lo humano (allí donde es mortalidad, corporalidad y afecto); volverá a conectarse con todos.
viernes 3 de abril de 2009, 10:33 COT
Un texto pertinente y bello en estas épocas de elecciones donde los farsantes quieren y logran lucirse con ayuda de los Grandes Medios, mientras a los pocos seguidores de la moral de Havel les toca remar contra la corriente, los remolinos y los escombros que porta la corriente.