Mario, el conquistador
Columnas > CulturaPor Carlos Uribe de los Ríos
martes 24 de abril de 2007 11:25 COT
¿Quién es este escritor? ¿Quién lo conoce? ¿De dónde salió? Fueron las primeras preguntas del jurado que, en 1979, estaba encargado de fallar el Premio Nacional de Novela ‘Vivencias’, en Cali. Ninguno tenía idea de quién era un tal Mario Escobar Velásquez, hasta entonces sin nombre, desconocido en la literatura colombiana, que los había subyugado con una novela sorprendente.
Esa fue la primera noticia que tuvimos de Escobar Velásquez en Colombia, por aquella época. Aún así, no se hallaba mayor información. El periódico El Mundo lo descubrió en la selva de Urabá y el escritor mismo se encargó de hacerse notar en adelante.
Mario Escobar Velásquez, nacido en Támesis y criado en Jericó, fue maestro de escuela primero. Después pasó por oficios diversos y contradictorios, pues buscaba con afán algo que le permitiera sentarse a escribir sin las preocupaciones del día a día. Y hay qué destacar que trabajó en Coltejer, donde tuvo en sus manos la revista Lanzadera, donde figuran sus primeros textos. Precisamente uno sobre Fernando González, publicado en 1954, revela ya la aspereza de Escobar Velásquez con la prensa y los periodistas. Aspereza que después abarcaría todo a su alrededor: una actitud crítica severa, negativa con frecuencia, implacable, que afirmaría su misantropía.
En algún momento de la vida, cuando lo había intentado todo en lo económico y decidido a buscar el espacio propicio para escribir alejado del mundo, se fue a vivir a Urabá, en plena selva, en las inmediaciones del río León con el Atrato, donde se esforzó durante diez años en montar una finca ganadera y donde escribió su primera novela. Precisamente Cuando pase el ánima sola, la ganadora del Premio Vivencias. Esa estancia lo marcaría en el futuro. Para el resto de su vida y de su obra, pues los elementos y personajes de buena parte de sus libros posteriores saldrían de aquella cantera inagotable.
A esa experiencia están unidas dos de sus primeras novelas: Un hombre llamado Todero y Marimonda. La primera relata con fuerza y pasión el reto de sobrevivir y ganarle a la selva y a los hombres, de abrirse campo, de subsistir en un duelo permanente con un medio encantado, hostil y maravilloso al tiempo. La segunda, es fruto de una observación minuciosa y permanente de la suerte dura y cruel de las marimondas, unos primates de la región sometidos a la presión sin lástima del cazador y de la tala de los bosques.
Escobar Velásquez se vino para a ciudad de nuevo, quizás tras la oportunidad de escribir y publicar los libros que tenía en turno en su cabeza y de los que hablaba poco, cicateramente, con sus amigos. Sabía con exactitud qué libro debía enfrentar primero, cuál después, en qué perspectiva, con qué mirada, con qué lenguaje, con cuánta fuerza y vigor y en cuánto tiempo. Y a la vez comenzaba a dictar sus talleres de escritura en la Universidad de Antioquia y en otras universidades locales que le abrieron las puertas. Las malas lenguas, precisamente, dicen que Mario logró vender tantos ejemplares de sus libros como alumnos pasaron por sus manos en estos años. Porque a través de las librerías fue poco lo que le llegó al público, sobre todo después del esplendor –desafortunadamente pasajero- de Cuando pase el ánima sola y Un hombre llamado Todero.
Las experiencias con los editores no le resultaron afortunadas. Peleó con todos ellos hasta quedar en solitario, decidido a escribir y a publicar, a distribuir y a mercadear sus libros en principio y, quizás después, los de otros escritores víctimas de un mercado lastimoso. Fue cuando fundó Thule Editores, sello en el que publicó la mayoría de sus trabajos, en un esfuerzo económico que lo llevaba cada vez a la quiebra. Pero pocos de esos trabajos medio circularon en Medellín y, menos, en otras ciudades. Esa fue una de las razones por las que Mario Escobar Velásquez fue objeto de estudio de los conocedores, de los académicos, y leído apenas por los más cercanos.
Esa compulsión de escribir, como si lo hubiera cogido la noche, se debía a que Mario se propuso dejar un corpus literario respetable en volumen, pues decía que una obra seria tiene que ser a la vez consistente, grande, mostrable. Por eso cada año o cada año y medio publicaba un libro hasta llegar a más de veinte, a una edad en que la mayoría de la gente piensa en descansar.
Mientras, se aislaba más del mundo. Ya de los placeres se había alejado toda la vida, pues Escobar Velásquez no fumaba, no se tomaba un trago, le importaba la comida como alimento y lo único en lo que persistía de frente era en sus relaciones amorosas.
Accedió por fin a que la Universidad de Antioquia publicara un texto suyo, Diario de un escritor: extractos y a que la Universidad Eafit sacara a la luz Muy caribe está, una de sus novelas clave al decir de los críticos. Y menos aún se sabe cómo hizo Luis Fernando Macías para publicarle dentro de su fondo editorial, El tambor arlequín, todos sus cuentos reunidos en dos tomos.
Mario Escobar Velásquez iba de vez en cuándo a la cafetería de la Facultad de Comunicaciones, en la Universidad de Antioquia, y se sentaba por horas, solo, sin hablar con nadie, apenas respondiendo algún saludo desde lejos. Así miraba al mundo. A distancia, con desconfianza, con contenida fiereza.
Lo cierto es que ahora, cuando ya lo tenemos completo, nos queda el encargo de revalorarlo, de hacerlo público, de invitar a leerlo y a apasionarse con sus libros. Libros de maravilla, fuertes, duros, a veces secos, siempre intensos y sorprendentes.
Obras principales
- Cuando pase el ánima sola,
- Un hombre llamado Todero,
- Toda esa gente
- Marimonda
- Historias del bosque hondo
- Canto rodado
- En las lindes del monte
- Cucarachita nadie
- Historias de animales
- Tierra de cementerio
- Vida puta, puta vida
- Del fervor de la crónica: 28 muestras
- Muy Caribe está
- Relatos de Urabá
- Diario de un escritor: extractos.
sbado 28 de abril de 2007, 15:45 COT
Por supuesto que la obra de Mario Escobar debe ser leída, por aquellos quienes buscan en los libros atmósferas propias de nuestra cultura; la maravillosa descripción del Uraba, y la ficción – realidad de nuestros indigenas en épocas de la conquista (caso del libro Muy Caribe está), ayudan a “oxigenar”, la nueva visión de algunos escritores que hablan desdeñosamente de la literatura referente al Caribe.
lunes 30 de abril de 2007, 17:11 COT
Lastimosamente el gran maestro: Luis Mario Escobar Velásquez, se ha marchado a engalanar la bóveda celeste con su riqueza literaria. Grato sería que quienes no tuvieron la fortuna de conocerlo personalmente y hacer parte de sus talleres de escritores, descubrieran en sus libros, en cada una de sus palabras bien escritas, bien descritas; el alma maravillosa que habitaba dentro de él.
Dejó enseñanzas dignas de imitar, claramente nos decía a sus alumnos que el verdadero escritor es aquél que se hace a través de la constancia y la disciplina.
Alguien de su talante, me parece digno de reconocimiento y admiración, lastimosamente pocos comprenden la magnitud de tal partida, y pobremente hablan de él a través de los medios de comunicación; aunque vale la pena aclarar, que lo que menos le interesó a mi profe: Mario Escobar, fue ser figura pública. (Humildemente dejó sus huellas para siempre…)
sbado 18 de agosto de 2007, 00:13 COT
Mario Escobar Velasquez fue un gran maestro de la literatura y nos enseno como ver las cosas de la vida desde la perpectiva del escritor. Mario: fue un privilegio para mi, pertenecer al grupo que dirigias en la Universidad de Medellin y luego, por invitacion tuya al de la universidad de Antioquia. Me gustaria saber que paso con los libros que se publicaron de los talleres y sobre todo de los del gran maestro Mario Escobar Velasquez.