Lo que uno salva
Columnas > Paso sin destinoPor Lukas Jaramillo Escobar
martes 17 de marzo de 2009 20:34 COT
La seguridad tiene que servir para algo más. No es para que no haya conflictos, ni para una paradisiaca armonía, eso ya me parece sospechoso y bastante inerte; es decir, ahí la seguridad no pareciera poner a ganar a la vida. La seguridad para algo más incompleto, algo más imperfecto, para la angustia de todos los riesgos y para estar muy vivo, muy inquieto, para lo vital, lo orgánico, no para lo inerte de la quietud, de aquella armonía falsa. Yo soy de los que no piensa comprar la paz como objetivo de la seguridad, yo paz no he pedido y no estoy muy entusiasmado en comprarla para los que no la piden. Yo me quiero salvar para correr el riesgo siguiente, para que nadie me marque el destino y encontrarme en aquel angustiante silencio, frente a frente, que me recuerda todo el sagrado miedo de estar vivo.
Un gato y una mujer diría, el desganado guía de Enrique que es lo que hay que defender. Yo sólo quiero que me dejen fumar al final del día junto a un hombro tibio, con nuestra propia última bocanada y no por la ajena fría del que transfiere riesgos. Vamos tras de una ciudad donde encontrarnos con todo el riesgo de enamorarnos, de angustiarnos, de perder, de agotarnos y de volver a empezar. La ciudad de hoy (no sé si la de ayer) no es tan grande, pero es tan profunda y dispuesta como se quiera: se vive la ciudad en tres espacios de encuentro y unos cinco de desencuentro, se vive para escapar, ser visto y volverse de nuevo invisible; perder gente y encontrarse uno mismo.
Lo público y lo privado se conectan bien cuando aquel espacio, aquel encuentro, reservado o íntimo, que normalmente lleva en la impronta nombre de persona, se defiende desde la ciudad que al ser testigo anónima de un amor, se hace cómplice y resplandece con nuestro vigor para ocuparla. Se ama a la ciudad donde se busca con algo de arte un fervor y se recibe con algo de milagro la devoción, de ahí se emprende un vínculo leal para crearla noche tras noche con el fin de que guarde lo conseguido, lo que sólo vive afuera y móvil, para que defensora amarre con un lazo una última oportunidad, la que se condensa a todas en ser bienvenido junto a ella.
Luego también recordarla aún habitada cuando haya que recordarle, después de todos los riesgos, por entre el vaho de su aliento, que estamos vivos o incluso a punto de estallar, gritarle a su viento que no aguantamos. Salvar una ciudad para enamorarnos, re-crearnos para seguir andando, para continuar con nuestras agonías, para elegir salvándonos perdiendo o perder salvaciones, para ser uno más o cualquiera, para ser de los pocos, con el espacio de parecer como muchos y siempre correr el peligro de truncarlo todo, resbalándonos de nuestra rutina en otra ciudad y en medio del vértigo reencontrarse perdiendo casi todo, retozando con eso de parques, caminadas, noches, libros, catedrales y árboles que es ella.
jaramillo.lukas@gmail.com
martes 17 de marzo de 2009, 21:27 COT
Hola Lukas!
“Salvar una ciudad para enamorarnos, re-crearnos para seguir andando”. Genial frase.
Me haces reflexionar en los espacios de mis entornos y en cómo puedo yo contribuir en crecer dentro de mi ciudad y en pro de ella. Así mismo, la generación del empoderamiento a través de las comunidades. Doble deber que me hace mirar hacia adelante con especial sentido de pertenencia regional.
¡Aliciente de vida por la vida!
jueves 19 de marzo de 2009, 11:22 COT
Lukas,
Esta columna es una de las mejores que yo te he leído. Vale la pena pensarla, re-prensarla. La ciudad como magia y como encantamiento, como ilusión, como encuentro y desencuentro me hace recordar un cuento de Ray Bradbury “El peatón” donde el señor Mead (escritor) se pasea todas las noches por las calles y “luego de diez años de caminatas, de noche y de día, en miles de kilómetros, nunca había encontrado a otra persona que se paseara como él”. La policía lo paró un día, era un sospechoso por caminar la ciudad, por no tener televisor, por no tener esposa, por caminar para tomar aire, para ver. Lo montaron en un carro y lo llevaron a un centro psiquiátrico.
viernes 20 de marzo de 2009, 10:21 COT
Creo que vas por el camino , que te llevará algun dia a la novela
UN ABRAZO
JORGE ESCOBAR R.
viernes 20 de marzo de 2009, 10:36 COT
Bella forma de pensar la ciudad, lo que dices simplemente demuestra qué es lo que hay en ti y lo que eres. Me gusta mucho, la frase final, la larga que comienza con: “salvar una ciudad para enamorarnos…” Me vi caminando por esa ciudad
viernes 20 de marzo de 2009, 16:48 COT
Lukas y Mauren:
Me hicieron recordar a Saramago acompañando a Ricardo Reis en su paseo por la LIsboa de 1934, la de Pessoa, esculcando sus rincones, sus gentes, sus olores, pulsándola, acariciándola con sus pasos, inusuales, extraños, como cuando se recorre una mujer ajena que antes fue propia, personaje singular que, al atravesar el Terreiro do Paço, pisa “aquellos peldaños del muelle hasta donde el agua nocturna y sucia se abre en espuma, retrocediendo después para volver al río…” y termina preocupando a un guardia municipal pues “tal vez estuviera pensando en tirarse al río, en ahogarse, y fue el pensar en los problemas que esto le traería, dar la alarma, hacer retirar el cadáver, redactar el parte…” que preocupado se acerca, pero Reis le da las buenas noches “y el municipal aliviado preguntó, Hay alguna novedad, no, no había novedad, la cosa más natural del mundo es que un hombre se acerque al muelle, incluso de noche, para ver el río, los barcos…”, pero para el policía no es natural y se aleja “reflexionando sobre la madurez de cierta gente que anda por el mundo a medianoche para gozar de la vista del río con un tiempo así…”
Hermosa reflexión, Lukas, que suscita complicidad de parcero.