La pixelada paleta del arco iris
Columnas > EscoliosisPor Daniel Páez
viernes 16 de noviembre de 2007 1:37 COT
Comentario fuera de órbita:
Hace unos meses emprendí una apasionante cruzada contra las causas humanitarias. Estoy hastiado de las escopetarras, conciertos bondadosos, el pan de Bono y Manu Changua, entre otros. Si quieren salvar el mundo, vendan sus limosinas y dejen de vestir Gucci o gastar miles de dólares en videos. Yo decidí salvarme a mí mismo llenando mis venas con alcohol, una de las cosas que más disfruto y que, mirando a toda la gente que ha inspirado, es uno de los mejores inventos de la humanidad. Me satisface ver que Eduardo Bechara no recaudó un peso en su malévolo plan de recorrer Brasil en bicicleta para salvar a los niños con cáncer y que, comparativamente, yo me haya emborrachado a cuenta de otros en unas diez o más ocasiones (honestamente, perdí la cuenta). Favor seguir haciendo las donaciones para los niños borrachos en la cuenta de ahorros número 4502-7006-5458 de Davivienda a nombre de Daniel Páez (persona non-grata sinónimo de lucro, RUT 80.232.540-2). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo a tener una posibilidad de escribir una novela tan buena o mejor aún que la de Bechara.
Ahora sí, a lo que vine:
La pixelada paleta del arco iris
Hablar de Radiohead a estas alturas de la historia es como hablar de Nirvana hace 15 años. A todos les gusta, no se les reprocha nada, sus álbumes son impecables (tal vez los de Nirvana eran ruidosos, pero muy bien hechos), sus videos ratifican la esencia de la banda, su cantante es un icono, sus letras deprimen pero no aburren y medio mundo quiere sonar como ellos. Creo que llegó el momento de parar con el entusiasmo: In Rainbows.
No es que el disco sea malo, sólo es más de lo mismo. Yo ya venía saturado de tanta lloradera con The Eraser de Thom Yorke, primer proyecto del cantante en solitario que, a diferencia del Bodysong del guitarrista Jonny Greenwood, se queda dando vueltas alrededor de los mismos efectos sonoros y acordes tristes de Radiohead, pero mucho más aburrido. Con In Rainbows sigue una línea muy marcada, sin salirse un milímetro de lo que el público suele aplaudirle a la banda: letras lacrimógenas y elementos que por un lado recuerdan a Brian Eno y por el otro a King Crimson, sumándole con destreza el me-importa-un-culo de los Pixies (sin duda la mayor influencia de Radiohead) y el purismo electrónico de maestros como DJ Shadow, entre muchas otras influencias.
Un crisol encantador, por supuesto, que se gestó desde The Bends (1995), el primer álbum de verdad de la banda, fuera de la estúpida etiqueta del brit-pop. Antes había estado Pablo Honey (1993), una especie de Trompe Le Monde gemebundo, del que apenas se destacan la canción “Blow out” y la actitud sarcástica del disco en general (me refiero a frases como “I wanna be Jim Morrison” en “Anyone can play guitar” o “I’m better off dead” en “Prove yourself”), con el inolvidable sencillo “Creep”, un tema que, según el mismo Yorke, es una burla a esas tristezas adolescentes. Una letra tan autoindulgente que se convirtió en un himno para todos los depresivos de la era alternativa. El verdadero éxito de Radiohead tomó forma en OK Computer (1997), claramente uno de los diez trabajos más destacables de la década, habitado por texturas diversas y sonidos complejos. Luego se exageró esa tendencia con la dupla de Kid A (2000) y Amnesiac (2001), tal vez demasiado abstractos para el público masivo pero lo bastante serios para convertirlos en el grupo consentido de las revistas y los canales de videos (esto último, con toda razón). Esa especie de álbum doble, vendido por separado, fue un paso muy importante que dibujó un nuevo panorama para las tendencias que se mezclan con el rock.
Luego vino el que, a mi juicio, ha sido su mejor golpe: Hail to the Thief (2003), un recorrido en medio de sintetizadores y guitarras, con las letras más pesimistas que se puedan escuchar en la radio comercial y una parte visual (el disco y sus videos) que da envidia. Los pocos detractores de Radiohead dicen que lo más loable de la banda se debe al magnífico productor Nigel Godrich, pero en vivo demuestran que él es un gran apoyo en estudio, no más. Otros sintieron que el Copy Controlled impuesto por la disquera era un insulto y que los integrantes del grupo sólo estaban haciendo música por el dinero. Eso no es del todo falso, ahí está el ya mencionado The Eraser de Jamón Yorke, que hasta por su diseño podría llamarse The Check: envíenme su dinero, paguen entradas de 200 euros para verme y sigan llorando con mi falsete. Sin contar con la prolífica carrera de Radiohead, llena de EP y sencillos que coleccionar sumaría unos 300 dólares y que ofrecen canciones que ni siquiera suenan a B-Side, sino a pura masturbación mental al estilo de Bob Mould (ni siquiera al estilo de Frank Black, por lo menos sus álbumes difieren entre ellos), divertida y buena, pero que satura.
Para desmentir a quienes los acusan de mercantilistas, en octubre de 2007 contraatacaron los ojicaídos de Oxford con una propuesta que es más tilín-tilín que paletas: lo de distribuir un disco por internet no es novedad, ya lo hizo Prince y ya lo han hecho un montón de grupos y net-labels que, literalmente, regalan su música, discos enteros, en la red. Ahora, todos podemos llevarnos sin pagar la descarga de In Rainbows, pero hay que botar 40 libras por su edición especial. Así como suena, $200.000 colombianos, medio salario mínimo en el dolido tercer mundo que los Radiohead, Bono, Geldof y todos esos tipos bondadosos tanto quieren ayudar. Empezando por ese pequeño detalle, el nuevo álbum no me gustó y no apoyo el optimismo generalizado a su alrededor, ya es hora de dejar de creer ciegamente en una u otra vaca sagrada, Bowie tiene discos malos, García Márquez también escribe libros malucos, Kusturica no es perfecto, pero eso no los convierte en bazofia.
Pasando a la música, la cosa con In Rainbows está bien (de hecho, está muy bien si la comparamos con Coldplay o esos tediosos fusiles de Radiohead). El trabajo tiene tres canciones de lujo: “Babysnatchers”, “Reckoner” y “Jigsaw falling into place”. Pero también tiene, por primera vez en un disco de la banda, dos canciones flojísimas: “House of cards” y “Videotape”. Por lo demás, las mismas lágrimas en las mismas letras con las mismas tonadas que recuerdan a las mismas influencias y que tienen pocas emociones (no pido que una canción sea lenta y la otra gritona, sólo que los discos sean menos homogéneos, menos predecibles). En conclusión, el trabajo más desabrido desde el brit-pop-o de Pablo Honey. Sin contar con una portada inmunda: la pixelada paleta del arco iris.
martes 20 de noviembre de 2007, 18:16 COT
En conclusión, el disco es bueno.
Los montes pariendo ratones hacen menos bulla.
lunes 14 de enero de 2008, 21:14 COT
[…] Reznor empezó a fraguar un golpe conceptual mucho más vasto que el sobreestimado In Rainbows, incluyendo distribución libre de las canciones, una campaña de expectativa y un […]