Terror ciego
impuesto de guerraPor Sentido Común
martes 16 de marzo de 2004 23:32 COT
El atentado no era mejor o peor según su autor, sino que resultaba inconcebible una mentira más por parte de los amigos de la guerra.
Varias lecciones han dado al mundo los españoles a propósito del cruento ataque, denominado por los medios como 11-M, cometido en Madrid contra la población civil, por parte de fundamentalistas islámicos:
La primera tiene que ver con el poder de una democracia madura, capaz de rechazar la manipulación de la información por parte del gobernante. Sin duda, la desafortunada declaración del portavoz de Aznar, en la que se culpó tempranamente a la ETA por la autoría del hecho, cuando se tenían ya serios indicios sobre la participación de Al-Qaeda en el episodio, marcó el punto de quiebre del electorado frente a las urnas. El atentado no era mejor o peor según su autor, sino que resultaba inconcebible una mentira más por parte de los amigos de la guerra. Personalmente consideré que se trataba de una primiparada oficial ante hechos de orden público poco frecuentes en Europa, pero los españoles vieron un eslabón más en la cadena de errores, iniciada con la entrada de España al bloque que apoyó al gobierno de Bush durante las mal llamadas guerras de Afganistán e Irak, en contravía del abrumador rechazo de la opinión pública local a tal intervención.
No menos importante como lección, resulta la participación de millones de ciudadanos, volcados a las calles de las principales ciudades españolas para manifestar pacíficamente su enérgico rechazo al terrorismo. Este acto multitudinario, que en realidad todos esperábamos por los antecedentes, denota un alto espíritu de solidaridad, que lamentablemente hemos perdido en Colombia, con la paulatina desensibilización ante los hechos endémicos de sangre y violencia.
Muchos de quienes crecimos en los años sesenta, aún mantenemos activo ese chip que nos identifica con los ideales de Mahatma Gandhi o las consignas de paz y amor de John Lennon y el movimiento hippie; en buena parte por esta razón condenamos cualquier acto de violencia y por supuesto, la guerra. Pese a que estuvimos físicamente más cerca de la lucha de clases y la reivindicación social, abanderadas por Camilo Torres y más tarde por el M-19, la acción de los movimientos subversivos que antes incluían ideología, desembocó inevitablemente en violencia, destrucción, muerte, orfandad, y recientemente, en narcotización del conflicto y desplazamiento de la población civil. Por ese motivo, dejamos de creer hace mucho en la revolución armada como alternativa de solución, como dejamos de escuchar Ricardo Semillas y despegamos de la pared el afiche del Ché, comprado en el pasaje de la 60.
Por todo, ante la matanza de España, nos asiste un sentimiento de total repudio a la demencia del fanatismo, al tiempo que celebramos la actitud pacifista pero activa de los españoles. De igual forma, resulta destacable el voto-castigo propinado al PP por su actitud arrogante y falta de sentido común. Washington y Londres alertan ya sobre el fortalecimiento de Al-Qaeda ante la derrota de Aznar, pensando no tanto en la amenaza del grupo terrorista, como en sus elecciones domésticas, donde los resultados podrían ser similares a los de España. El mundo afronta hoy una encrucijada donde bien valdría la pena rectificar ahora los errores del pasado, antes que avanzar en una batalla interminable contra un enemigo invisible como es el terrorismo, donde los dos bandos actúan contra natura.
Sería perfecto poder regresar a la sencillez de los sesenta, y buscar antes que nada, la paz dentro de nosotros, esa que pronto se pondrá de moda durante una Semana, pero que muchos olvidarán en la Pascua.
Gracias por sus comentarios.