Hablar de confederación y autonomía
Columnas > EconomíaPor Julián Rosero Navarrete
mircoles 20 de mayo de 2009 12:43 COT
El debate que se suscitó en el Senado de la República a lo largo de 2006 y 2007 con el proyecto de Acto Legislativo 11 de 2006 –hoy sancionado como Acto Legislativo 04 de 2007– dejó en muchos de los simpatizantes de la descentralización política y administrativa profundas reflexiones sobre qué tan incólume se encuentra la esencia de la Constitución de 1991. El hecho de que, a discreción del gobierno nacional central, se mesure o expanda la descentralización proclamada en la Carta Magna según consideraciones estratégicas de la mera coyuntura hace ver los designios de la autonomía regional y local para el desarrollo como un simple “saludo a la bandera”.
Muchos economistas, sobre todo de naturaleza ortodoxa, salieron a defender la iniciativa gubernamental aduciendo que las finanzas del Estado estaban en peligro si no se aprobaba ese proyecto de Acto Legislativo. No obstante, lo hermético y sesgado de su raciocinio les impedía pensar que su extensa evaluación econométrica y científica se convertía en el think tank de una administración que aminoraba el proceso descentralizador, con tal de poder financiar la costosa guerra contra el terrorismo. En pocas palabras, su retórica matemática y ortodoxa sirvió de idiota útil para cambiar el destino de unos recursos de un rubro a otro. Pero, ¿qué hay de la tan anhelada descentralización? ¿El alejar cada vez más el Estado de los ciudadanos generará el país competitivo de cara al oscuro siglo XXI?
En medio del debate, la oposición señaló que disminuir la participación dentro del presupuesto de las entidades territoriales ampliaba el margen de inversión del gobierno nacional central. Esto tendría alguna utilidad si se tuviera un gobierno central preocupado por el desarrollo regional y local. Pero no es así. Los rubros de más (los cuales, obviamente no se ahorran sino que se gastan en otra cosa) se van en apropiaciones estratégicas para los intereses del gobierno de turno que, si está maniatado a intereses económicos de unos pocos, termina en los bolsillos sin retorno del gran capital. Las regiones y municipios, cada vez más rezagadas, terminan desligándose del juego e interacción de sus economías por el exceso de centralismo; ahora, sólo el triángulo económico (Medellín, Cali y Bogotá), en donde de casualidad se encuentra la Zona Franca de Occidente, es el único fragmento de la nación que tendría oportunidades, pero ¿qué hay de la periferia que está tan azotada por el abandono, la pobreza y la falta de oportunidades?
Es pues hora de hablar de un nuevo modelo de Estado y de propuestas alternativas de ordenamiento territorial, en donde las regiones y las entidades territoriales conciban una autonomía real ante el desarrollo económico y no “nominal” en una Constitución que agoniza gracias a un régimen autoritario. La autonomía regional y el acercar cada vez más el Estado a los ciudadanos conllevará a una dinamización de los procesos económicos que lleven hasta el palmo de tierra más olvidado a probar un poco del desarrollo que sólo se concentraba en las grandes urbes.
Finalmente, antes de lanzar una propuesta de nueva organización regional y de administración estatal, es necesario detectar a los enemigos de dicha. En primer lugar, se debe tener en cuenta la cultura política del ciudadano de a pie. Como se insinuó en un escrito anterior, la ausencia de control ciudadano sobre los procesos administrativos y presupuestales es el peor enemigo de la autonomía regional. Así pues, el proceso confederativo de una nueva república debe empezar por cambiar la concepción de democracia.
El día en que miremos a la democracia más allá de la retórica útil para sostener dictaduras del siglo XXI y que el ciudadano, el centro de ésta, tiene derechos pero deberes frente a la vigilancia de los procesos administrativos, se podrá hablar de autonomía regional y de confederación. De lo contrario, se podría pasar por alto los impasses de la época federalista, aquellos que devinieron en el movimiento de la Regeneración y que impusieron un centralismo autocrático, aquel que hoy desangra la posibilidad del desarrollo integral a lo largo y ancho de la nación.