Fracasos muy exitosos
Ciencia y conciencia > ColumnasPor Thilo Hanisch Luque
lunes 13 de agosto de 2007 9:50 COT
El otro día me repetí una de mis películas favoritas, como lo es la del Apolo XIII. Siendo este un número que se evita en varias aerolíneas comerciales –de manera que usted no encontrará fila trece en muchos aviones-, los científicos agnósticos de la NASA no se podían dar el lujo de seguir esta tradición y demostrar que creen en la suerte u otras fuerzas sobrenaturales, naturalmente. Y fue justo esa misión la que fracasaría, aunque como se dijo después, fue el fracaso más exitoso en toda la historia de la NASA, pues la tripulación llegó vivita y coleando, tras un esfuerzo mancomunado y coordinado de las mentes de todos los involucrados. En realidad, o tuvieron mucha suerte, o la suerte no tuvo nada que ver y el ingenio del hombre, y una serie de probabilidades matemáticas de lo que podría sucederle a la tripulación, se desarrollaron favorablemente.
Ahora que mi motivo para recordar esta hazaña histórica no es otro cuento espacial, al menos no el día de hoy. Me puse a pensar en algo mucho más personal, como lo es la noción de fracaso. ¿Cuántos proyectos no hemos emprendido en la vida, y por razones de diversa índole, hemos tenido que darnos por vencidos en nuestros objetivos? Incluso, creo que la obra de muchos hombres y mujeres se ha juzgado negativamente y despreciado por la sociedad a la que pertenecen. Son desplazados de la violencia, como lo son muchos campesinos del país. En este caso, empero, se trata de una violencia que parte de la incomprensión intencional o no, matizada en la retórica pseudointelectual de quienes se presumen a sí mismos como seres superiores, por la razón que sea. Y de esos desplazados hay tantos o más que de los otros. Aunque también hay que decirlo, el juicio más destructivo y lastimoso del que un hombre o mujer es capaz, generalmente procede del mismo individuo. Es decir, uno contra uno mismo.
En esta marejada pseudofilosófica me acordé de otros fracasos trascendentales para la humanidad. Por ejemplo el fracaso de uno de los mejores cirujanos del mundo, como lo fue el médico húngaro Ignaz Philipp Semmelweis. Fue el precursor de las normas de asepsia y antisepsia para los procedimientos quirúrgicos. En marzo de 1847 creó un estricto programa para la esterilización de los instrumentos quirúrgicos en su hospital de Viena (Austria). Un procedimiento tan simple, ligado a normas de higiene, y que cualquier persona comprendería el día de hoy. Lavarse las manos con agua caliente y un cepillo de uñas, y luego enjuagarlas con agua clorada, había reducido la mortalidad a una séptima parte. Pero Semmelweiss era un humanista y un científico. No tenía tiempo para luchar por favoritismos ni puestos de poder dentro de la burocracia de su lugar de trabajo, y de la sociedad austriaca. Semmelweiss fue humillado sistemáticamente por sus colegas, y su trabajo calificado como un fracaso científico. Aún no había llegado Louis Pasteur para demostrar que los gérmenes microbianos no eran un mito científico más, o “pseudociencia”, término tan manoseado estos días. Semmelweiss murió sólo y abandonado en un manicomio local.
El médico alemán Robert Koch en cambio si pudo integrar los hallazgos de Pasteur a su obra, y medio siglo después recibió el Premio Nóbel de Medicina de 1905 por aislar el Mycobacterium tuberculosis, el bacilo bacteriano de la tuberculosis; y que también se conoce como bacilo de Koch. Instauró la recomendación de usar el bicloruro de mercurio como antiséptico. Koch obviamente tuvo éxito. Ahora con la técnica de la asepsia y la antisepsia, se demostraba que había algunas cosas tanto o más importantes que las habilidades quirúrgicas, aunque ello afectara irremediablemente la vanidad de muchos cirujanos del momento, y que se dieron cuenta del número de fracasos –y muertos– que se podrían haber evitado si se le pararan más bolas a médicos como Semmelweiss.
Luego se vendría otro fracaso sin precedentes, tan sólo veinte años después, con las investigaciones de Alexander Fleming. Cuentan que era muy desordenado, lo cual ya hace que me caiga bien. Tan desordenado y descuidado, que estas características lo llevaron a ser el descubridor de dos grandes sustancias, pero me referiré sólo a una. Era 1928, y el distraído médico escocés estaba cultivando en una placa de Petri la temida bacteria Staphylococcus aureus. Y tan de malas, que por no cubrir bien sus muestras, se contaminó la misma con un hongo llamado Penicillium notatum. Al parecer el hongo era más agresivo que la bacteria, cuyo color amarillo como el oro –de ahí el aureus– se había convertido en un pálido líquido casi transparente, como lechoso. Si estimados lectores, la penicilina fue el producto de un accidente. Imposible estimar cuántos millones de vidas se salvan a diario gracias a la penicilina, y a los innumerables antibióticos derivados de la misma. Otro fracaso exitoso.
Todos los días el talento innato de innumerables hombres y mujeres es desestimado por múltiples causas. Ayer, por ejemplo, vi un programa en la TV según el cual por muchísimos años casi no había mujeres en las grandes orquestas sinfónicas y filarmónicas del mundo. Hasta que alguien estimó conveniente un experimento en el que se hicieran las audiciones con los jurados tras una cortina, y que sólo se les permitiera evaluar las notas y melodías interpretadas por los candidatos, sin apreciar como estaban vestidos, o cuales eran sus opiniones sobre la política, o si eran feos o bonitos, viejos o jóvenes, ricos o pobres, simpáticos o antipáticos. Obviamente la participación femenina en las orquestas, y su composición por edades, pasó a ser mucho más representativa de la sociedad a la que pertenecían. Claro que en mi experiencia, aún el mejor músico, si no cree en si mismo, baja notoriamente sus posibilidades de ser interpretado como un éxito tras el velo de las cortinas.
Para no volver al teorema de la suerte, digamos que el arte de la ciencia requiere de mucha inteligencia y carácter, para convertir fracasos en rotundos éxitos. También requiere de honestidad, claro está. Y la vida de cada uno de nosotros no podría ser muy distinta en ese sentido, pienso ahora. Y créanme cuando les digo, que los médicos de hoy no son muy diferentes a los del pasado, a la hora de establecer arbitrarios juicios de valor sobre el desempeño académico o profesional de sus colegas, o peor aún, la conveniencia de un tratamiento médico que no comprenden o aceptan, porque no fue publicado en alguna revista prestigiosa de medicina norteamericana o europea. Contra más diplomas poseen, la tendencia al desprecio de sus semejantes crece exponencialmente. Para creer en nuestros hombres ý mujeres de ciencia, o nuestros músicos, o lo que sea, pareciera indispensable llegar primero con el aval de alguna institución del primer mundo. Y si no, hay que ser un lambón de oficio. Un lagarto inescrupuloso y oportunista para escalar posiciones, creerán firmemente algunos, para lograr el éxito. Por eso la mayoría de directores de orquesta volvieron a la tendencia de escoger a sus músicos a dedo, y quizás, de acuerdo al prestigio del nombre de la escuela de artes que consta en el diploma de los aspirantes. Y ciertamente, muchos de nosotros seguimos comiendo cuento y nos dejamos reducir y humillar por los estándares de excelencia que la sociedad pretende imponernos, tal como ocurriera con Semmelweiss.
De nosotros depende, convertir el fracaso de nuestra sociedad en nuestro éxito. Y si todo esto le sonó a autoayuda, cursilería o un panfleto psicológico o político lleno de buenas intenciones, no es mi problema. Será otro fracaso exitoso, a lo sumo. Dedicado a Ignaz Semmelweiss, brillante médico y científico, y quien muriera sólo y olvidado en alguna mugrosa celda psiquiátrica un dieciséis de agosto, por una infamia como la de ser un fracaso.
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lunes 13 de agosto de 2007, 12:18 COT
Todos estos ejemplos no me asombran, sino que me parecen lo más natural del mundo. Aunque parezca increíble, no es la ambición de éxito social y económico lo que ha provocado los grandes avances de la ciencia, sino la mera curiosidad. Si insistimos en ver la ciencia como un reality, tal vez para que al público en general le parezca más interesante, hay que centrarse más en las motivaciones internas que en los aplausos o rechiflas. Hay muchos farsantes pataroyescos, pero los grandes científicos han sido personas curiosas que buscan el placer de entender.
El público los ve recibiendo sus premios, o entrevistados en televisión, pero su labor cotidiana, la que realmente les importa, se considera aburrida e irrelevante. Y es a solas con sus instrumentos y observaciones, o dándoles la vuelta a las cosas en su cabeza, donde se gestan las ideas, y en las charlas con sus colegas, unas formales y otras no, donde se maduran.
Tal vez se me escapa la idea general del post, aunque eso no es extraño con frases como «En realidad, o tuvieron mucha suerte, o la suerte no tuvo nada que ver y el ingenio del hombre, y una serie de probabilidades matemáticas de lo que podría sucederle a la tripulación, se desarrollaron favorablemente». No me refiero al error de conjugación, o a la tautología clásica de “o X o no X”, sino a aquello de la serie de probabilidades matemáticas que se desarrollan favorablemente. Confuso.
lunes 13 de agosto de 2007, 12:42 COT
Hola Lanarck: pues ahora que lo pienso quizás debí decir “probabilidades estadísticas”. En cualquier caso lo digo refieréndome al cálculo matemático de la posibilidad de sobrevivir a un accidente o circunstancia determinada. Al partir la nave espacial ya existía un número determinado que representaba la probabilidad de sobrevivir (o no sobrevivir), que se disminuyó exponencialmente (o aumentó si nos referimos a la posibilidad de morir). Al presentarse la falla del cohete por la pérdida de un panel de revestimiento, la maniobrabilidad de la nave se tornó caótica, disminuyendo la probabilidad de enrumbar la nave exitosamente de vuelta a la tierra (primer evento). Luego la amenaza de que murieran asfixiados por el aumento del CO2 en la cápsula (segundo evento), y finalmente, el trayecti de reentrada que era muy oblicuo por la falta de peso en la nave (se estimaba que reentraría con un peso adicional dado por las muestras de rocas lunares). Son tres números hipotéticos, que habría que multiplicar entre sí. A eso me refiero. Fracias por su pregunta y cuestionamiento, espero haberme expresado con mayor claridad esta vez. SALUDOS. THL
lunes 13 de agosto de 2007, 13:44 COT
NOTA para Lanarck: se trata de una tautología retórica, no matemática, por ende no se puede expresar en símbolos matemáticos que permitan identificar una contradicción o una indeterminación. A lo sumo se me puede calificar de falta de estilo…
🙂 Gracias
lunes 13 de agosto de 2007, 17:20 COT
Que casualidad, esta semana tuve una discusion en una pagina de economia. El liberal venezolano, quienes afirman que el cambio climatioc no tiene nada que ver con el hombre.
Hasta tuve que explicar como se imponen los paradigmas cientificos y puse como ejemplo el caso de Semmweiss.
Su expermento sobre las causas de la fiebre pauperal es realmente una obra de arte en la concepcion del mismo. Y las concluciones fueron totalmente acertadas.
De hecho en una materia que estudie trataba de como concebir un experimento, nos pusieron ese caso, y lo estudie muy bien, de como aislo las variables etc y lo puse como ejemplo que los paradigamas de la ciencia solo cambian cuando existe un concenso. En el caso de semmeweiss causa muertes y los cirujanos siguieron haciendo autopsias y luego atender a las parturientas debido a su estupidez.
y con respeto al tema, en los años 89,90 realizando un simple trabajo de ecologia nos dimos cuenta que el cambio climatico estaba sucediendo y afectaba a las comunidades vgetales y por lo tanto a los animales en el bosque. terminamos el paper y lo mandamos a las revistas. Nos pedian que cambiaramos las concluciones, que teniamos que sustentar mas los datos etc. La universidad se nego a darnos financiamiento, debido a que el estudio no tenia relevancia y se burlaban de nosotros.
Con nuestro propio dinero, lo continuamos en otras locaciones. al final fue aprovado por dos revista (lo podimos hacer ya que cambiando un poco las muestras a tomar lo adaptamos a varios campos) fue uno de los primeros trabajos de como el cambio climatico afectaba a los ecositemas en las montañas tropicales.
la universidad nos pidio que la incluyeramos en los creditos. Pero nos negamos. y seguimos pareciendoles excentricos debido a que extrapolando los datos nos dimos cuenta de las consecuncias.
martes 14 de agosto de 2007, 03:25 COT
Hola Luis: Qué chévere tenerte de lector, es un honor. No sólo captaste el espíritu de mi articulito, sino que con lo que nos cuentas, lo has complementado y ampliado, gracias. Yo recuerdo la materia de Metodología de la investigación, una insulsa materia que uno ve en todas las carreras de pregrado en Colombia. La tal metodología consiste en aplicar las normas ICONTEC a los trabajos. Márgenes, notas de pie de página, bibliografías; cosas concernientes a la “presentación”, que está muy bien considerar si se va a publicar. Pero lo triste es que cuando me mataba tratando de crear buenos contenidos, muchas veces apenas lograba la nota mínima, otras veces ni siquiera eso. Un día decidí experimentar con los profes, y escribí un panfleto lleno de cursilerías sobre ética científica, con múltiples redundancias, y sin decir nada nuevo, realmente. Mi intención era por supuesto burlarme. Pero eso sí, hice lo de los márgenes y la presentación al pié de la letra: Me felicitaron en público, me dieron la máxima nota y pasé a ser una especie de “ejemplo de superación”.
Pero peor aún, cuando escribía la tesis, teníamos un asesor estadístico para lo del carretazo de rechazar la hipótesis nula o afirmarla. No tenía ni idea de lo que estaba describiendo en las variables, sólo comprendía como tabular datos. Otro desastre, que fue exitoso porque pasé de agache. La mayoría de la gente es memorista. Y los exámenes, y las preguntas están diseñadas para comprobar datos almacenados, no para discutir o confrontar las ideas. De hecho preguntar o cuestionar en clase es un acto subversivo para mucho profesor mediocre que hay por ahí, y el alumno que se atreva a pensar es castigado al mejor estilo de Un mundo feliz, de Aldous Huxley. Aunque por lo que nos cuentas, por allá en Venezuela ya van en 1984.
MUCHOS SALUDOS Y GRACIAS POR TODOS TUS APORTES.
THILO.