Fantasía heroica
Columnas > Las torres de TanelornPor Beto Agudelo
martes 24 de julio de 2007 13:49 COT
Demos un paseo por los viejos tiempos, pero los viejos de verdad. Hace más de treinta mil años, cuando los territorios aún no eran naciones y los hombres vivían en pequeñas comunidades que constituían todo su universo. En esa época, nacieron todas las manifestaciones de lo que hoy llamamos Cultura – palabra cuyo significado no discutiremos aquí -; alrededor de la fogata, después de un duro dia de cacería, se relataron las historias que con el transcurrir de los siglos se transformarían en cantos, poemas, mitos, leyendas, religiones y en todo el conjunto de creencias que hoy llamamos Mitologías.
Y hablando de mitologías recordemos las Mitologías Clásicas: Egipto, Grecia, Roma. Son importantes porque son el origen de los grandes Mitos de lo que llamamos Cultura Occidental. Mencionemos algunos de esos mitos: el héroe, por ejemplo, es el ser enormemente poderoso, por lo general hijo de un dios, que ignora su origen y su poder y de pronto, sin previo aviso, se ve involucrado en una situación en la cual su poder y su herencia se manifiestan guiándolo hacia un destino muchas veces trágico. Otro mito importante es el de la Diosa, Madre Tierra, que al finalizar cierto ciclo de tiempo debe aparearse con un Amante, su hijo, para perpetuar la vida. También tenemos el mito del Objeto Sagrado, una joya, un arma, algo que contiene tanto poder que de su control depende el destino del Universo. Los clásicos también nos dieron el mito del Avatar, que es el ser físico que un dios asume para interactuar con los seres humanos.
Esos mitos clásicos, durante lo que los historiadores llaman la Edad Oscura, tras la caída del Imperio Romano de Occidente, chocaron con las ricas culturas de los pueblos bárbaros que por entonces dominaban Europa, de las cuales la más extendida era la cultura Celta. Esa mezcla entre la tradición celta y los mitos grecorromanos se vio enriquecida por la floreciente religión Católica, lo que dio forma definitiva a los principales temas de nuestra Fantasía. Esos temas pueden resumirse en una sola historia, que el escritor Thomas Malory noveló bajo el nombre de “La Muerte de Arturo” y que el director inglés John Boorman llevó a la pantalla de plata en 1981 bajo el título de Excalibur.
Esta leyenda reune la mayoría, sino todos, los temas que hoy encontramos en la Fantasía Heroica. El joven aparentemente indefenso pero que ignora su verdadero poder; un arma tan poderosa que es capaz, sin intervenir directamente, de envolver al mundo entero en la guerra; el héroe extraordinario de origen desconocido que llega en el momento justo para salvar al mundo… sólo para traicionar después a su mejor amigo; el Mago capaz de cualquier cosa para obtener el conocimiento, pero que carece de poder como para enfrentarse al amor; el hijo despreciado que regresa para buscar venganza, y finalmente el mayor de nuestros Mitos, el Santo Grial, un objeto del que todos desconocen aún su forma pero que es tan sagrado que sirve para comunicarse directamente con el Creador.
Demos un salto en el tiempo y vamos hasta una época un poco más reciente. El siglo dieciocho está terminando y el diecinueve empieza a cambiar las vidas de la gente. El sistema Feudal, bajo el que Europa ha vivido por más de mil años, se acaba de desmoronar por completo y la gente se pregunta qué va a ser de ellos. La “verdad” aceptada hasta entonces se cae a pedazos e incluso la omnipotente y ya entonces obsoleta Iglesia Católica, Apostólica y Romana se ve retada y muchas veces vencida. La ciencia deja de ser un dogma de los sacerdotes y puede ser cuestionada. Los Reyes ya no tienen el poder, lo que demuestra que tal poder no es sobrenatural, y por lo tanto las heroicas gestas que han alegrado las veladas alrededor de la chimenea ya no tienen sentido. Los Guerreros, los Caballeros, son cosa del pasado en una época en que la Guerra se enfrenta con armas sin honor y sin gloria, en campos de batalla donde no es posible saber si quien muere lo hace con valor o corriendo horrorizado. Es hora de buscar nuevos mitos, nuevas historias, nuevos héroes, que tal vez no estén tratando de salvar al mundo… pero en cambio deben salvar una bella princesa de las garras de una bruja malvada. Es lo que los historiadores llaman el romanticismo. El hombre ha dejado de mirar al cielo y mira hacia sí mismo y hacia el mundo a su alrededor y busca su propio significado dentro del rompecabezas.
Durante este período histórico se recopilaron la mayoría de las historias a las que llamaremos Cuentos de Hadas, de los cuales tal vez el más conocido sea el de Blancanieves y los Siete Enanos, que sirvió a Walt Disney en 1937 para establecer un hito dentro de la historia del cine con uno de los primeros largometrajes animados. Y también sirvió, más recientemente, a dos hermanos, para establecer un nuevo hito con una reinterpretación del mismo cuento en un contexto totalmente diferente.
Aunque “The Matrix”, dirigida por los hermanos Wachowsky en 1999, se cataloga oficialmente como Ciencia Ficción, dentro de la historia que cuenta se pueden encontrar todos los mitos del romanticismo e incluso de la Edad Media, vestidos de cuero y vinilo y disparando armas de 9 mm en lugar de blandir brillantes espadas.
Hacia finales del siglo XIX estaba de moda en Inglaterra, Estados Unidos y otros paises un tipo de literatura bastante oscura, con historias que casi siempre se desarrollaban en ambientes medievales, en viejos monasterios o castillos antiquísimos. El argumento recurrente es el del viajero que debe solicitar asilo durante una noche tormentosa para descubrir la horrible verdad detrás de la cortesía del extraño anfitrión. Este tipo de historia se le llama Novela Gótica, pues por lo general su acción se desarrolla en edificios de la época gótica. Su cúspide – y muerte – se ve en 1897 con el libro del novelista inglés Bram Stoker que dio origen al máximo de los mitos universales del siglo veinte. Por supuesto, no es necesario hablar mucho de Drácula, el vampiro sobre el que se han escrito cientos de historias y se han grabado más de cuarenta películas, de las cuales cabe destacar dos: la primera, de 1922, llamada “Nosferatu” y dirigida por F.W. Murnau, y una de las últimas y mejores, “Bram Stoker´s Drácula”, dirigida por Francis Ford Coppola en 1992.
A principios del siglo veinte la novela gótica y el romanticismo habían perdido el encanto para la mayoría de los lectores y la emergencia de nuevos medios como el Cine y las revistas Pulp crearon la demanda de nuevas emociones. Entonces nació una nueva saga de héroes, hombres comunes – eso sí, altos, rubios y norteamericanos – capaces de enfrentarse a la selva indomable, a las naciones salvajes de los territorios inexplorados o incluso a los Imperios Extraterrestres que trataban de dominar la Tierra. La novela de aventuras dio origen a bastantes subgéneros que hoy todavía se ven en crecimiento. Tal vez los dos héroes más reconocidos de esta época son Tarzán de los Monos, creado por Edgar Rice Burroughs, y Flash Gordon, sobre el cual se han hecho varias películas, tal vez la mejor de las cuales sea la dirigida en 1980 por Mike Hodges y muy conocida gracias a la increible banda sonora realizada por Queen.
Y fue el Flash Gordon creado en la década de los treinta por Alex Raymond uno de los principales responsables de un fenómeno que empezó en 1977 y que aún no termina. Un fenómeno que es la máxima expresión de un género llamado Ópera Espacial. Un fenómeno que llegó desde una galaxia muy, muy lejana…
A partir de la década de los sesentas la sociedad empieza a buscar en el pasado lo que el presente no es capaz de entregarle. Junto con el movimiento Hippie empieza un reencuentro con la naturaleza y con los mitos y las culturas que estuvieron más cerca de ella: es el nacimiento de lo que llamamos el movimiento de la Nueva Era, que resucita las viejas tradiciones medievales y los temas clásicos. Obras como El Señor de los Anillos, del autor inglés John Ronald Reuel Tolkien, publicado en 1954, se convierten en paradigma para muchos jóvenes de entonces que empezarán a explorar nuevos mundos creados por ellos mismos donde aún es válido ser un guerrero y tener una espada como mejor amiga, y donde no es difícil encontrar terribles dragones, poderosos magos y bellas princesas con poderes sobrenaturales. En la década de los setenta, esa tendencia, hasta ese entonces más o menos subterránea, se oficializa gracias al norteamericano Gary Gigax, creador de un juego que cambiaría la historia del entretenimiento. Gigax retomó la costumbre infantil de interpretar los personajes de libros y películas, le dio una cuantas reglas y creó Calabozos y Dragones, donde el jugador asume la personalidad de un guerrero, un mago o un juglar y emprende extraordinarias misiones en mundos alucinantes, todo sin moverse de una silla.
La increible experiencia lograda ha inspirado a generaciones de autores y directores en un género que retoma los viejos temas y los presenta de una forma muy atractiva para los jóvenes. Dentro de las películas que han resultado de esa tendencia están Dragonslayer, de 1981, dirigida por Matthew Robbins, y The Dark Crystal, de Jim Henson y Frank Oz en 1983, con el atractivo original de ser grabada completamente usando animatrónicos en lugar de actores. Esos puntos destacados no tuvieron mayor competencia hasta el año 2000, que vio la segunda y mejor adaptación cinematográfica del libro que define el género de la Fantasía Heroica: El Señor de los Anillos, dirigida por Peter Jackson y cuyo fulgurante éxito se ve sólo opacado por las costumbres comerciales de nuestro entorno, que permiten olvidar pronto incluso las mejores experiencias.
Aún otra tendencia busca inquietarnos con la sensación de que la magia, la fantasía, o a veces el terror están entre nosotros, a nuestro alrededor, sin que nos demos cuenta. Tal vez las películas que más acercan esa noción a nosotros son Highlander, de 1986, donde Russell Mulcahy nos muestra una realidad en la cual un grupo de inmortales luchando entre sí desde el inicio de los tiempos son los que tienen la llave del destino del mundo. Una historia mucho más gótica, oscura, casi terrorífica, es develada en The Crow, de Alex Proyas, (1994) con una historia que una vez más recurre a las viejas tradiciones – en este caso, al concepto subyacente bajo la figura del vampiro – para hablarnos con inteligencia de la relación entre justicia y venganza.
Las producciones más recientes en el género no constituyen sino desesperados intentos por convertirlo en al rentable. Eragon, de Cristopher Paolini, es una historia convencional sin mayores ni menores aportes argumentales y cuyo única virtud radica en haber mezclado el contexto mágico-medieval del Señor de los Anillos con los temas juveniles de Harry Potter, sin alcanzar la sensación de Pasado Perdido de la primera y sin el encanto familiar del segundo.
