Esmog y jardín para un urbano y montañero
Columnas > Paso sin destinoPor Lukas Jaramillo Escobar
mircoles 3 de junio de 2009 16:54 COT
La ciudad y el campo son dos espacios que buscan lo humano para hacer su entrada triunfal en este mundo mezquino que se remasteriza con las acciones de la gente o se somete hasta el cansancio con la belleza. En el jardín botánico de Medellín, tirado en una manga, lo mejor de lo urbano es un espacio que recuerda aquel lugar escondido en medio de un bosque, un lugar rural total.
Siempre he dicho que me considero un hombre urbano, no he militado en el ecologismo y prefiero un jardín con nevera cercana que una selva llena de jején, y entonces cuando vi a unos niños montándose por la reja, me dije que esa imperfección urbana, peligrosa, desordenada, poco higiénica, era lo mío y era el tipo de malas combinaciones que me definen. Hace mucho que no dormía en el campo, así tuviera que ser una ficción tangible entre el esmog de los buses y que el costo fuera un celular, el aparato ese tan desadaptado para el idilio de mi siesta sorprendida, pero que estaba repleto de números.
Esa ciudad, que con la misma torpeza de todos invento yo también, desde los abuelos hasta mi pereza de ciudadano televidente, es la misma que amo, la que me admite sólo con la cédula en su jardincito y no expulsa mi siesta hasta que ha concluido. Ese prado donde se despierta y se huele la dura realidad es también el prado de los soñadores, porque se puede soñar en medio de la imperfección, se rasga el idilio y se encuentra un último refugio para retozar los sueños madurados a fuerza de desventura… soñar con una ciudad donde un menor nos roba el celular poniendo delante de un buen domingo un lunes que empieza más complicado que de costumbre, sin aquella bitácora de números que hacen que ahorran dos o tres trámites, pero es nuestra ciudad, la misma que expone un cielo licuado, un sol soberbio y una noche como de verano, muy caliente, que luego sorprende con toda la lluvia.
Puedo hacer las paces con mi ciudad, volverme a enamorar y soportar que me robe, dentro de tantas cosas que no le tolero, porque aún en las malas me puedo acordar de que ella muchas veces ha sabido mostrarme su lado más amable, y en un buen lugar se puede todavía saber que, hoy por hoy, su destino no está separado del mío. Como dice el profeta, “nos salvaremos juntos o nos hundiremos cada uno de nosotros por su lado”. Ponerme frente a la pregunta que involucra de qué es Medellín. Para mí, que pasé mi niñez en unos morritos que ella tiene en Suramericana y la adolescencia entre el colegio y pequeñas fugas con un perro por sus calles protegidas, pero que la vine a pensar después de volver de un escape con la que la dejé con excusa de universidad, es una ciudad radical, estrecha, que sólo luego de montarse en sus montañas y ver que no siempre encierra, puede darle tregua a la libertad que a veces se pierde en un ombligo obsesivamente revisado.
Son las 9 y 21 y después de poner tres canciones más, ya sé que no va a pasar nada más, yo no quiero saber por qué, es fácil echarle la culpa a ella, la ciudad, pero es claro que las cobardías se suman y crean una tercera persona que es la que entra en escena. Ella y yo la ciudad, yo sin saber quienes más y la inercia que resulta de eso la ciudad. Medellín cómo me molesta, pero cómo me tranquiliza en una de sus grutas y al final, más allá de cualquier otro idilio, cómo es la única ciudad donde puede residir, a la larga, mi corazón. Cómo esa insoportable sensación es la materia prima de una relación y cómo sé que quiera o no, es el principio de todo y el final para mí.
“Uno es de donde son su muertos”, dice la literatura, y todos mis muertos quisieron y soñaron con salir de su ciudad, vivían de futuros ficticios y de pasados amnésicos y, aún así, estaban atados por hilos de seda o pesadas talanqueras a la ciudad que atajó su último suspiro. Yo no sé si a veces sea el aprecio propio de un trauma, como el aprecio al carcelero, el que lo hace a uno persistir en la ciudad, con algo de fervor. A veces Medellín ofrece tan estrechas salidas que esas son realmente amadas, como caminos propios, y hoy, cuando encontramos nuevas pistas, produce orgullo el gobierno municipal, empieza uno a apreciar lo conquistado como algo ganado a pulso, algo merecido tras los sacrificios indirectos y que otros hicieron por los que podemos con algo de gracia y soberbia continuar, buscando, por momentos, la devoción.
jaramillo.lukas[arroba]gmail.com
sbado 6 de junio de 2009, 06:44 COT
Me gusto hermano y mucho, que ganas me dieron de estar hay echado tambien , mirando a ella la ciudad en medio de esa selva me gusto mucho. menos la parte que le dedico al celular. muchas gracias por escribir y mandarme tus articulos.
WRC