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Errar es humano

Ciencia y conciencia > Columnas
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lunes 18 de febrero de 2008 18:28 COT

“Se me chispoteó…, fue sin querer queriendo…”
El chavo del ocho

Son las tres de la mañana. Se me pasó el tiempo leyendo. Ya me lavé los dientes, estoy más que empiyamado, y estoy a punto de desmayarme del sueño. Pero no. Debo verificar una vez más, si de verdad dejé la estufa apagada esta vez. Como estuve poniendo agua a hervir toda la noche, para preparar café instantáneo durante los interludios de mi lectura, ya no recuerdo si la última vez que verifiqué si estaba apagada fue después del último café, o del penúltimo. Lo más seguro es que sí esté apagada. Y sí, efectivamente estaba apagada, y de nuevo me siento como un errante obsesivo-compulsivo, verificando mis propias verificaciones, por mal que suene. Pero más de una vez ha amanecido la estufa eléctrica prendida, y encima de ella alguna olla al rojo vivo a punto de fundirse. De hecho, de esta manera he descompuesto al menos tres ollas. Mi preocupación no se basa en algún trastorno de la personalidad, más allá de que padezca de alguno o no, sin saberlo. Se basa en la realidad de malas experiencias previas, que se hubieran podido prevenir. O al menos eso pienso.

Y por supuesto, a cualquiera le pasa, ¿pero tres veces ya? Afortunadamente no es una estufa de gas. Tampoco se trata de un carro que no prende porque se me olvidó echarle gasolina, o que no lo puedo abrir porque dejé las llaves adentro. O las llaves de la casa, mucho peor. No se trata de mi hijo pequeño que se me quedó olvidado en la calle mientras hablaba por celular, o dentro del carro. Porque, menos mal, no soy casado ni tengo hijos. Ni soy un piloto de avión tan acostumbrado a la rutina de volar que no verifico bien el rumbo de mi nave. Ni estoy expuesto al fatal error de disparar un misil antiaéreo contra un avión civil lleno de pasajeros, quizás por una mala interpretación de los datos del radar, que me indican erróneamente que se trata dizque de un ataque sorpresa del enemigo. Ni se me han quedado unas pinzas quirúrgicas en el vientre de un paciente por años, tras suturarle su abdomen en una cirugía. O incluso creo que estoy a salvo de que un reactor nuclear mal mantenido pueda estallar, al menos en Bogotá. La lista de potenciales errores humanos míos o de cualquiera, sin embargo, podría crecer indefinidamente, su clasificación sería bien compleja, y tendría que partir de los errores más inocentes, hasta llegar a los más graves errores de interpretación y de falta de juicio analítico.

Por otro lado hay quienes se benefician de los errores ajenos, cual buitres, y hasta viven de ellos. El multimillonario negocio de las aseguradoras por ejemplo, muchos políticos ávidos por desnudar carencias de sus opositores, los talleres de automóviles, algunos médicos, varios dentistas, escritores sensacionalistas, innumerables filósofos, o los mismos periodistas amarillistas. E incluso también la gente que demanda a otros, porque un error de otra persona podría haberles costado la vida según ellos, o el patrimonio, o lo que sea, aunque al final hayan salido bien librados y sin un sólo rasguño del supuesto percance. Errar es una condición humana, y hasta necesaria para aprender. Por desgracia, hay errores fatales o muy costosos, otras veces corremos con suerte, y si somos sabios, tratamos de no reincurrir en la misma conducta errada. Pero no siempre hay segundas oportunidades.

El tema aquí, por supuesto, es una mirada a la ciencia y sus supuestos errores humanos. Errores tan simples como olvidarse de un método de verificación, una lista de chequeo, o como cuando olvidamos hacerle mantenimiento preventivo a un carro antes de salir de paseo por la carretera. O como cuando no verificamos que todos nuestros papeles están en orden antes de salir para el aeropuerto a tomar un avión a no sé donde. Pero especialmente como cuando ignoramos esa vocecita interna que nos susurra desde nuestro subconsciente, y de manera insistente, que algo anda mal…

Mentes brillantes

Aún así, hasta las mentes más brillantes son susceptibles al error. Algunos de los poseedores de esas mentes incluso, tienen tal grado de conocimiento sobre las posibles consecuencias de sus hallazgos científicos, que viven obsesionadas por no cometer errores de cálculo, o de buen juicio, en las aplicaciones prácticas de alguna investigación científica. Y por avatares del destino se ven enfrentados con dilemas éticos, que ni siquiera hasta el día de hoy se han podido resolver satisfactoriamente. Albert Einstein por ejemplo, le recomendó al presidente norteamericano Franklin Roosevelt, en una carta firmada por él mismo, que desarrollara la bomba atómica, y se ofreció a ayudar a desarrollarla.

Y así se hizo, y ya sabemos lo que pasó después en Hiroshima y Nagasaki. Años más tarde, unos cinco meses antes de su muerte, Einstein expresó remordimiento por su decisión: “Cometí un gran error en mi vida…, cuando firmé la carta dirigida al presidente Roosevelt recomendándole que se desarrollara la bomba atómica, pero había alguna justificación para esto…, el peligro de que fueran los alemanes los que la desarrollaran… [primero]”. No es mi menester ni intención dar un veredicto final en este caso, eso se lo dejo a los lectores. El caso es que nuestro amigo Einstein, quien siempre fue un pacifista por convicción, naturalmente sufrió por esta vaina, con o sin razón.

Un caso más reciente, y muy diciente, es el del casi-error de los Estados Unidos (USA) de hacer estallar una bomba nuclear en la Luna a principios de los sesenta. En teoría, hubiese sido un mensaje contundente, sobre todo para la Unión Soviética (URSS) en plena expansión, y que hubiera sido atestiguado por el mundo entero: la superioridad del poderío militar norteamericano y su determinación de utilizarlo de ser necesario. Uno de los jóvenes que se sabe a ciencia cierta participó como investigador en este proyecto, pero estaba impedido bajo juramento y por la doctrina de seguridad nacional de comentar públicamente al respecto hasta el final de sus días, fue nada más ni nada menos que uno de mis héroes contemporáneos favoritos: Carl Sagan.

Su tarea consistiría en desarrollar un modelo matemático para predecir la posible expansión de una nube atómica y su tamaño, y en últimas determinar si dicha nube podría apreciarse desde la Tierra. Afortunadamente esta demostración de fuerza fue sustituida rápidamente por la hazaña tecnológica y humanística de llevar al hombre a la Luna, y ponernos a soñar a muchos con las más exóticas historias de pioneros y aventureros espaciales de ciencia ficción, en vez de más héroes mutilados de posguerra. Al fin y al cabo, de esos ya había muchos después de la Segunda Guerra Mundial.

Claro que el mérito también lo tiene en parte el carismático ex presidente John F. Kennedy, quien con su inteligencia sorteó la grave Crisis de los misiles de Cuba, y luego canjeó la carrera armamentista por una carrera espacial, que produjo logros inimaginables para el hombre tanto por parte de la URSS como de USA, y expandió las fronteras de la ciencia. Y volviendo a Sagan, él decidió reencaminar sus esfuerzos a demostrar las gravísimas consecuencias de un hipotético invierno nuclear. Palabras más, palabras menos, Sagan demostró que aún sin destruir la vida por completo de un solo golpe en nuestro planeta, como consecuencia directa de la propagación de las nubes de radiación durante un hipotético enfrentamiento con armas nucleares entre las superpotencias, irremediablemente se levantarían unas nubes de polvo tan densas en nuestra atmósfera, que no permitirían pasar los rayos de luz del sol.

Por ende, no crecerían plantas, y se enfriaría la superficie de todo el globo muy por debajo de los cero grados centígrados, durante al menos dos años continuos. De ahí que no sólo estaba asegurada la destrucción mutua de las dos superpotencias, sino del mundo entero. Un ejemplo sublime de que más vale evitar ciertos errores a como dé lugar. En franca contraposición a los anteriores, están las mentes brillantes al servicio de causas reprochables, como la de utilizar seres humanos para experimentos científicos inhumanos, violando tratados y principios internacionales bioéticos, o por ejemplo sacar al mercado un medicamento cuyos efectos secundarios aún no están bien estudiados, con consecuencias nefastas a posteriori. Pero ello no es clasificable como un error per se, pues un error está exento de mala intención, o de omisión. Esos ya son casos de barbarie y de inhumanidad, daños intencionales y a sabiendas del riesgo implícito, y por eso no los trataré aquí.

Mentes errantes

Pero no todos los genios tienen el carisma de un Beethoven, Einstein, Galileo, Sagan o de un Kennedy. Y afortunadamente tampoco tienen que lidiar con dilemas científicos, humanísticos, éticos y políticos tan graves. Pero es curioso, y a veces hasta chistoso, leer sobre los errores ajenos, sobre todo cuando estos vienen de grupos humanos cuyos coeficientes intelectuales y estándares de calidad de vida se suponen muy superiores al resto de nosotros. Es un mezquino caso de Schadenfreude del que solemos participar los seres humanos, término alemán que se refiere a una extraña y perversa reacción psicológica de alegría por las embarradas ajenas, siempre en cuando estas no involucren situaciones de gravedad para nadie, ni lastimen la dignidad de ningún ser humano, salvo tal vez, por su ego. Aunque también es necesario como un ejercicio pedagógico e histórico.

El cuento de los marcianos por ejemplo. Existan o no, todo empezó por una mala traducción del italiano a otros idiomas. El astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli fue el primero en describir los “canales de Marte”. Pero en italiano, la palabra “canali” se refería a una descripción de depresiones rectilíneas, que en el contexto del idioma italiano podían ser tanto de origen natural como artificial. Pero astrónomos como Percival Lowell de inmediato lo tradujeron como “canales artificiales”, y por ende necesariamente alguien los había puesto ahí. Ese alguien eran los marcianos, desde luego. Como era previsible vinieron las posibles causas para tal obra de ingeniería, la distribución de agua, junto a las correctas observaciones de que Marte en esencia era un planeta desértico. Por ende los marcianos estarían escasos del preciado líquido. Seguidamente, como era de esperarse, querrían apoderarse de nuestro mundo para sobrevivir, etc, etc.

Si señor. No hay nada como una mala traducción. Un divertido escrito de un blogger y preciado comentarista de esta columna, conocido como Aturdido y confuso, hace un par de días afirmaba lo siguiente al respecto en su blog:

“De vez en cuando al leer un artículo de prensa, encontramos párrafos indescifrables. Luego de analizarlos nos damos cuenta que todo se debe a una mala traducción. Así en un escrito sobre astronomía se habla sobre observación ‘al ojo desnudo’, (traducido literalmente de ‘Naked Eye’), cuando en nuestro idioma lo correcto es decir ‘A simple vista’. Otro caso corriente sucede cuando al hablar del clima se menciona el efecto ‘Casa Verde’, el lector colombiano se confunde pues piensa que se refieren a algo sobre las FARC, y realmente están hablando sobre ‘el efecto invernadero’ (Greenhouse). «Traduttore, traditore» es la frase que inventaron los italianos y que se queda corta en estos casos, donde aparentemente con un curso de hipnopedia ya se creen con el don de lenguas. En estos días se ha iniciado en TV un programa que aquí se llama ‘El Poder del 10’, nos imaginamos que es la traducción del programa gringo ‘Power of Ten’, que nos suena más a ‘Potencias de 10’ como la película homónima de Charles y Ray Eames por allá en 1968, dos destacados diseñadores del siglo XX que trabajaron en arquitectura, diseño industrial y arte fotográfico. Quedamos con la duda. La película la puede ver en los comentarios de este Blog. Mejor traduce Google. Bueno, en España el programa lo tradujeron como ‘La Energía del 10’. Definitivamente: No estamos solos.”

A la mala traducción, agréguenle otro error humano muy común: una mala conversión de datos. Sí, tal cual. El otro día me encontraba leyendo un texto sobre física del autor norteamericano Benjamín Crowell, donde les imploraba a sus estudiantes que no despreciaran ni ignoraran procedimientos aparentemente sencillos y banales, como la conversión de unidades entre sí. Hasta muy bejuco e indignado con sus compatriotas lo percibía uno, porque aún no se adoptara de forma definitiva por parte de algunos tercos colegas suyos un sistema único de unidades. Como en los USA aún se resisten algunos veteranos de la ciencia a usar el Sistema Internacional de Unidades (SI), toca estar reconvirtiendo todo el día medidas de longitud, como de pies a metros, o de masa, como de libras a kilogramos, o hasta de temperaturas, de grados centígrados o Kelvin a grados Fahrenheit. El cuento es que dicha mala práctica ha afectado proyectos de gran envergadura de la NASA:

“La nave orbital para la observación del clima en Marte (Mars Climate Orbiter) está lista para su misión. Las leyes de la física son las mismas en todas partes, hasta en Marte, de manera que la sonda podía diseñarse con base en las leyes de la física imperantes en la Tierra. Pero desafortunadamente es otra la razón por la que esta sonda espacial es relevante al capítulo de este libro: fue destruida mientras intentaba ingresar a la atmósfera marciana, porque los ingenieros de la Lockheed Martin se olvidaron de reconvertir los datos sobre la fuerza del empuje del cohete del sistema imperial al métrico, y no informaron a la NASA al respecto.” Vaya uno a saber cuanto dinero, tiempo y trabajo costó hacer llegar la dichosa sonda hasta Marte. Y eso por no hablar de muchas otras embarradas cósmicas, estimados lectores.

Un importante médico británico llamado Sir Liam Donaldson, y quien es algo así como el jefe de todos los médicos de Reino Unido, decía lo siguiente el otro día: "Errar es humano. Ocultar los errores es imperdonable. No aprender de ellos no tiene perdón". Suena bien y elegante, sobre todo si uno es algún distinguido profesor o conferencista internacional, o presidente de algún tribunal de ética profesional. Pero yo como ciudadano común y corriente que soy, amante de la tradición y las buenas costumbres eso sí, pero ante todo protector ad honorem del folclor latinoamericano, definitivamente me quedo con el “Fue sin querer queriendo…”. Es más nuestro…

Por favor, ¿podrían repetirlo?

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10 comentarios a la entrada “Errar es humano”

  1. lully, Ref. al desnudo
    lunes 18 de febrero de 2008, 21:58 COT
    1

    Has cubierto el tema desde la A hasta la Z. Es interesante tener una buena dosis de perfección para no caer en la mediocridad, y evaluarnos con continuidad pero sin auto castigarnos. Qué la sabiduría nos acompañe por siempre.
    Me contagiaste de sueño con esa narración de comienzo. Eres brillante apreciado Thilo.
    Te abrazo!

  2. Marta Q. P.
    lunes 18 de febrero de 2008, 22:15 COT
    2

    Impresionante Thilo, como después de estar empiyamado, lavado los dientes , con bostezo y estirón incluido puedes escribir semejante rollo.
    Ahora quedé desvelada pensando en cuántas hormigas caben en el desierto, sin equivocarme obvio.
    Admirable, divino.
    Tomaré una leche tibia con azúcar y cáscara de naranja a ver si logro dormir después de tamaña cátedra.
    Cariños.

  3. Marta Q.P.
    martes 19 de febrero de 2008, 06:15 COT
    3

    Thilo¿Podrías corregir “enpiyamados” por empiyamados, gracias, errar es humano. ( en pijamas se dice por acá).
    Besos.

  4. OIMC - EX CIENCIA Y CONCIENCIA
    martes 19 de febrero de 2008, 12:22 COT
    4

    Hola Lully: Pero claro, hay que darse “suavecito” a uno mismo, ni autocastigarse o ser excesivamente perfeccionista con nuestros seres queridos: ¿otro error? Sobretodo esos padres y/o profesores mediocres que tratan de robarle la niñez a sus hijos o alumnos y los vuelven competitivos desde chiquitos, que “para que sean los mejores”, así no tengan amigos. Mil gracias Lully, otro abrazo para tí.

    Hola Marta Q.P: ¿Cuántas hormigas van? Gracias por la corrección enpiyamada. Toca esperar que alguno de los “duros” de equinoXio lea el comentario y sea tan gentil y corrija mi error, pues yo no tengo ningún tipo de acceso a la edición de la página, mientras tanto no vajas a perder la cuenta… Mil gracias, un abrazo.

  5. Mornatur
    martes 19 de febrero de 2008, 14:34 COT
    5

    Es aún más ilustrativo el incidente Windows – aquella ocasión en que el infame sistema operativo se “colgó” en la primera presentación ante la prensa de una de sus versiones…

  6. OIMC - EX CIENCIA Y CONCIENCIA
    martes 19 de febrero de 2008, 16:12 COT
    6

    Hola Mornatur: Pues no sé exactamente a cual de todas las fallas acumuladas en la historia del tiempo te refieres específicamente, y lejos estoy de ser un experto en esto del software, pero estuve indagando y hallé un artículo muy bueno y ameno (en inglés) sobre el Windows Vista y los errores humanos de Bill Gates, como para que lo referenciaran aquí en equinoXio, si les interesa. Saludos.
    PD Escribí vajas y no va vayas como debería ser, en el comentario anterior. Fue sin querer queriendo, antes de que me caigan…
    🙂

  7. lully, Ref. al desnudo
    martes 19 de febrero de 2008, 21:17 COT
    7

    Marta Q.P.:
    No te preocupes por esa palabra, recuerda que en esta entrada se permite, o… acaso no se llama Errar es humano?

    Thilo:
    El error que mencionas de profesores y padres o adultos con los niños, respiro profundo, no debe ser permitido, pido sabiduría para un mejor futuro de las próximas generaciones. Hay errores que no se debe permitir el ser humano. No obstante, ahora, no soy tan rígida con migo misma y, créeme, es una buena terapia, es guardar un equilibrio.

    Con cariño para ambos, un abrazo!

  8. Luis
    mircoles 20 de febrero de 2008, 09:58 COT
    8

    Este tema es en extremo interesante me recordaste el caso de la talidomina, (que de paso ahora es utilizada para otras dolencias con grandes resultados) pero tambien las cientos de muertes debido a que a finales del siglo pasado los medicos recomendaban compuestos de mercurios, para muchas enfermedades.
    Una vez leyendo un libro sobre historia de la quimica, casi me hago pipi de la risa leyendo sobre el descubrimiento del fluor y de los intentos de purificarlos. Ya que los quimicos morian como moscas. En esa epoca ya que no tenian la tabla periódica tenian que caracterizarlos por su olor, sabor, textura etc.
    ¿te imaginas lo que pasaba cuando olian al fluor? O peor, su sabor.
    Y sobre la mala traducion no es un problema de ahora.
    En el siglo II antes de nuestra era en alejandria quisieron traducir los libros sagrados a todos los idiomas, entre ellos la biblia judia y se la dieron a 7 traductores, según el cuento, todos hicieron la misma traducción, igual hasta en los puntos y coma.
    Hay que tomar en cuenta que en hebreo solo parecen las consonates y las vocales se sobreentienden con el contexto, es decir que MeSa se escribe igual que MaSa.
    Naturalmente eso fue tomado como un aviso divino. El problema comenzo debido a que tradujeron mal una palabra acerca del liberador del pueblo judio y dijeron que el naceria de una virgen, ya que tradujeron mal la palabra “mujer joven” con “virgen” y fue por esa causa que Jesús Tuvo que nacer de una virgen, para que las predicciones se cumplieran. En esa misma versión del viejo testamento hay varias otras malas traducciones, pero es largo de contar, para mi ese es el ejemplo de una mala traducción mas dramatico

  9. Aturdido y Confuso
    mircoles 20 de febrero de 2008, 23:23 COT
    9

    Don Thilo
    Errar es doblemente inhumano cuando se trata de gobernantes como algunos de los nuestros, que nos “gobiernan” utilizando el famoso método de Prueba y Error. Los ejemplos sobran. Basta ver las reculadas que hacen de vez en cuando.

    Saludos

    PS Gracias por la referencia.

  10. OIMC - EX CIENCIA Y CONCIENCIA
    jueves 21 de febrero de 2008, 11:26 COT
    10

    Hola Luis: muy interesantes tus anécdotas, y leyéndote en tu blog me doy cuenta que andas medio “bíblico” (¿De dónde viene Dios?) por estos días… Saludos.

    Hola Aturdido y confuso: Yo creo que hoy por hoy muchos de esos gobernantes ni siquiera cuentan con que lo suyo pueda ser un error, de ahí que perpetúan algunos errores indefinidamente. Creo que hay algo de soberbia mezclado con desprecio por la opinión del otro, sobre todo cuando la opinión de ese otro no le es favorable. Saludos



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