El micro, el banquero y yo
Columnas > EconomíaPor Julián Rosero Navarrete
sbado 17 de mayo de 2008 9:20 COT
Una de las grandes preocupaciones de los economistas, sin duda alguna, es el desempleo –lo que los españoles reconocen como para masivo–. Por tanto, se han escrito infinidad de textos, y realizados centenares, millares de estudios al respecto, para determinar qué es y cómo se desarrolla, y los posibles caminos para solucionarlo. Los que tienen una perspectiva macro y que usualmente comparten la perspectiva ortodoxa del estudio de la economía, contemplan posibilidades como aumentar los flujos de inversión directa, sea extranjera o no, para el desarrollo de nuevas plataformas productivas que expandan las existentes y requieran de trabajadores; los que tienen una perspectiva macro-normativa, usualmente con un metódico análisis neoclásico, señalan que entre más flexibles sean las leyes y las dinámicas laborales, mayor será la demanda de mano de obra. Por último, hay algunos que definitivamente creemos en los procesos locales, la dinámica atomizada productiva a nivel micro, en la cual las plataformas productivas se desarrollan de pequeños núcleos y unidades productivas y se van expandiendo poco a poco, conglomerando a la mayor cantidad de gente en medio del proceso de expansión.
En esta última es necesario enfocarse. Pues bien, para que una pequeña unidad productiva se conforme y expanda, necesita un mínimo de capital físico y claramente, la mano de obra, cuyo trabajo objetivado genera el valor sobre el material bruto con ayuda del capital físico. Es claro que para ello, se necesita de conocimientos previos, especialización, y por supuesto, el mínimo de recursos para sostener los costes de operación. Digamos que en una economía de “mentiras” estudiada bajo un modelo marca “acme”, esto resultaría espectacular y al desarrollar el modelo en n periodos, esa economía mostraría sustanciales crecimientos y como dicen los trillados cuentos de hadas, “colorín colorado, esta historia se ha acabado”. Sin embargo, por mucho que Echeverris, Echavarrías, Carrasquillas, Árias, entre otros se “toteen por el ombligo”, es mejor dejar eso a ese nivel, a una simple forma de ver el mundo marca “acme” y volver a la vida real, a la vida de verdad.
En la vida de verdad no hay especialización de labores, ni individuos tecnificados, ni capital físico, ni el mínimo de recursos para más del 50% de la población. Estos carecen de todo, y en muchas ocasiones, hasta de esperanza para salir de ese círculo tan marcado de pobreza, desempleo o empleo marca “acme”, y exclusión social. Por tanto, en estos casos, los modelos deben quedar en el papel, dejar el esfero a un lado, y remangarse las manos para ver que esta gran cantidad de personas, que el absurdo 27% del PIB en inversión no tiene en cuenta, logre articularse en procesos productivos para poder tener una vida digna y una forma de ganarse el pan de manera decente. Pues bien, hace tiempos que los economistas diseñaron las estrategias, y se inventaron un campo muy útil denominado “microfinanzas”.
En el mundo han surgido muchos ejemplos interesantes de microfinanzas, empezando por el Grameen Bank del Dr. Yunes en Bangladesh, junto con decenas de ejemplos a lo largo del mundo. Pues bien, nos debe parecer genial que esto ocurra, pero ¿qué pasa con Colombia?
En Colombia, el ex ministro Carrasquilla y la voluntad del Presidente lograron articular una política para la bancarización de la población denominada la “Banca de las Oportunidades” de donde las estrategias de manera concreta van desde cuentas de bajo monto, sucursales no bancarias, hasta lo más delicado: la popularización del microcrédito.
Así pues, en aras de generar el impacto mayor posible, se le dio a la banca comercial nacional los estímulos para que ésta incursione, complementar el papel de ONG, fundaciones y cooperativas que no tienen la capacidad para expandir esta actividad, y sacar a los microempresarios y emprendedores sin oportunidades del oscuro círculo del crédito informal constituido por los agiotistas. No obstante, como es de esperarse, la banca comercial colombiana, en medio de problemas como su posición subóptima frente a las condiciones del mercado actual, su extrema concentración y, simplemente, su falta de voluntad, no sólo han mantenido al margen a esta población de emprendedores sin oportunidades, sino que siguen realizando sus prácticas tradicionales para el cobro de sus acreencias, como si el microempresario pobre fuera a comprar un televisor plasma y no fuera a hacer una inversión productiva para favorecer unas dinámicas locales.
Así pues, el año pasado, de manera osada y quizá un tanto idealista, se radicó un proyecto de ley el cual busca comprometer a la banca comercial en contener carteras de microcrédito a igual costo que una acreencia convencional. Como sabrá el lector, de manera risible y hasta irónica, el microcrédito, que busca esencialmente desencadenar procesos económicos a nivel local y en poblaciones vulnerables, resulta más costoso que el crédito que alguien pudiente accede para comprar un carro, viajar a Aruba, e incluso, para dotar de licores su bar personal. Pues bien, haciendo caso omiso de la ortodoxia económica se construyó este proyecto, que en una primera instancia, busca generar el debate de cuál es el papel que tiene y debe tener la banca en el desarrollo de las microfinanzas.
El martes pasado fue el cuarto foro de la evolución de la financiación a las PYMES realizado por Asobancaria, en donde tuve la oportunidad de asistir para reunirme con los representantes de los bancos y exponer lo que algunos lobbistas llamaron un “proyecto de tercera”. Es claro que limitar las tasas de interés y comprometer a los bancos resultó toda una herejía desde los establecimientos y métodos económicos actuales, y fue de tal magnitud, que ni siquiera lo tuvieron en cuenta para tan acaloradas discusiones. Es más, si yo no me sentase a hablar con uno de los mayores representantes de tan importante gremio, es probable que esta iniciativa hubiese pasado inadvertida.
Los argumentos de los banqueros redundan en el alto riesgo de las poblaciones usuarias del microcrédito, del alto costo de operación, y además, de la alta probabilidad de la no recuperación de la cartera. Es por ello que resulta más costoso que el crédito convencional y además, se pongan más trabas y limitantes para la aprobación de los mismos. Vale la pena aclarar, que detrás de todo esto existen complejos modelos económico-financieros que ayudan estructurar así el pensamiento. No obstante, como todo lo hecho por humanos, está sujeto a discusión y no resulta algo absoluto. Así que, en medio de la discusión entre él y yo, le exponía al banquero la posibilidad de cambiar las costumbres de la banca tradicional para que esta prestase a los microempresarios de bajos recursos a precios módicos y sin tanto papeleo; no sé, a mi percepción, al banquero le pareció tan absurda la propuesta que el tema cambió intempestivamente y terminamos hablando de reforma política, parapolítica y, de hecho, como estábamos almorzando, de lo rico que se encontraba tal comiso brindado por el prestigioso y elegante Metropolitan Club.
Pero reitero, una de las formas para dinamizar las microfinanzas, definitivamente, es olvidarse del perfil desde la óptica tradicional de los usuarios y además, cambiar la forma como se concibe este mercado de crédito para fomento microempresarial. Sin esto, se los tomará siempre como “riesgosos” y se cobrarán extracostos por encima de un crédito convencional (como el de consumo), que de un modo u otro, le envía una señal negativa al microempresario de escasos recursos para que éste se autoexcluya. Es más, bajo la racionalidad individual, en el momento en que un microempresario no tan excluído financieramente se enfrente a la decisión de si adquirir un microcrédito o no, éste definitivamente optaría por un crédito de libre inversión que es mucho más barato. Entonces, si el dinero es el mismo, para el mismo usuario y para el mismo fin, ¿a dónde se va ese sobrecosto que pretende compensar el riesgo y todo eso que aducen los banqueros? En definitiva, le dejo la respuesta de ello a cualquier expresión jovial de García Márquez… o mejor, me adelanto: ¡al carajo!
Como sugería el Dr. Yunes, la bancarización no es cuestión de estímulos ni de acomodar acreencias para los emprendedores de bajos recursos a complicados mecanismos financieros; la cuestión es de voluntad. Voluntad por parte del banquero en meterse la mano al bolsillo para no ganar tanto… ¡ojo! No ganar tanto y colaborar con esto a exterminar la pobreza, a dinamizar los procesos de economía local y de golpe, a desarrollar este país de manera real.
Es claro que no pude exponerle este último párrafo al banquero, pues ahí sí que éste hubiese pensado que el título de economista lo saqué de un Kinder Sorpresa (sí es que ya no la hacía). Así pues, de tal foro salí un tanto desconcertado y bastante pensativo, pues no sabía cómo convencer a los poseedores de recursos para que los faciliten fácilmente y a costos moderados a los micro proyectos de emprendimiento en los sectores más necesitados. Pero ¡eureka! La respuesta me la dieron dos jóvenes y bellas muchachas al pie de la Universidad de donde soy egresado…