El doping: campeones de laboratorio
Columnas > Con los taches arribaPor Rafa XIII
jueves 12 de febrero de 2009 0:05 COT
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A raíz de la revelación hecha en estos días por parte de la afamada revista Sports Illustrated, acerca de que el beisbolista de los Yankees de Nueva York, Álex Rodríguez, dio positivo en un control antidopaje en 2003, pero que hasta ahora se había mantenido la información en el más absoluto secreto, vuelve al foco de la actualidad una de las conductas más reprochables en el deporte, el dopaje o doping, que no es otra cosa que obtener una ventaja desleal en una competencia a partir del uso de medicamentos. Con todo y el revuelo que puede haber provocado el caso de Rodríguez en Estados Unidos y países aledaños, en donde el béisbol causa sensación, aquí vamos a referirnos a unos cuantos eventos de dopaje, famosos mundialmente por la importancia de los protagonistas y de las disciplinas deportivas en las que ocurrieron.
Ciclismo: el sospechoso por definición
Debido a las largas y agotadoras etapas de más de 100 kilómetros diarios que generalmente tienen las carreras de ciclismo, ha sido una práctica muy frecuente en este deporte el consumo de sustancias prohibidas para aumentar la resistencia de los pedalistas. Uno de los casos más famosos y trágicos de doping en el ciclismo ocurrió en 1967, durante la etapa Marsella-Carpentras del Tour de Francia. En el ascenso al temible Mont Ventoux, el ciclista inglés Tom Simpson cayó repentinamente de su bicicleta, y tambaleándose se volvió a montar, ayudado por el público que rodeaba la carretera. Metros más adelante cayó otra vez, inconsciente, y a pesar de que recibió asistencia médica casi inmediatamente, no se pudo hacer nada para salvarlo. En la autopsia fue encontrada una cantidad apreciable de anfetamina en su sangre, la cual le provocó una falla cardíaca irreversible que lo llevó a la muerte. Era la segunda vez que un ciclista moría en plena competencia. En 1960, durante los Juegos Olímpicos de Roma, el pistero danés Enemark Jensen se desplomó en el óvalo del velódromo, víctima de los esteroides.
En 1988, el escándalo rodeó el triunfo del ganador de esa edición del Tour de Francia, el español Pedro Perico Delgado, quien dio positivo en un control de rutina, luego de una etapa. La contramuestra dio positivo también, por consumo de probenecina, un medicamento para la gripa, y que Delgado tomó “sin saber” que estaba prohibido por el Comité Olímpico Internacional, pero el cual, convenientemente, la Unión Ciclística Internacional sólo incluyó en la lista de sustancias ilegales en 1989. La letra menuda favoreció al campeón español, pero otros ganadores del Tour no tuvieron la misma suerte.
En 2006, el estadounidense Floyd Landis, flamante triunfador en los Campos Elíseos de París, fue destituido a posteriori, al comprobarse su doping con testosterona, y el título quedó en manos del ibérico Óscar Pereiro. Para colmo de males, al año siguiente, el corredor danés y líder holgado de la competición faltando cuatro etapas, Michael Rasmussen, fue expulsado de la carrera al negarse a presentar exámenes antidoping. De carambola, el primer lugar quedó en manos del español Alberto Contador, quien se coronó campeón al término de la última etapa. Estos lamentables hechos han deslucido al evento ciclístico más importante del mundo, e incluso han salpicado la gesta histórica del norteamericano Lance Armstrong, ganador de siete giros franceses consecutivos (algo que nadie más ha logrado), tras haber superado un cáncer testicular que casi le cuesta la vida, y quien fue objeto de una infame acusación de doping por parte del diario L’Equipe.
Atletismo: la guerra de las centésimas
Si hay algo que se parezca en este deporte a levantar la Copa Mundo de fútbol o ser primero en el Tour de Francia de ciclismo, es ganar la final en la pista de los 100 metros planos en unas olimpiadas o en un mundial de atletismo. Y si es con récord, mejor. Es una competencia breve, brevísima. Pero durante esos diez segundos que transcurren entre el disparo de largada y la llegada a la meta, el planeta contiene la respiración. Con el pasar de las décadas, la guerra por ir bajando el tiempo, segundo a segundo al comienzo, y centésima por centésima después, ha sido a muerte. De aquellos días de 1936 en los que Jesse Owens (q.e.p.d.) hacía añicos con sus largas zancadas la teoría de Hitler acerca de la supuesta superioridad de la raza aria, queda muy poco. Y aunque lo han sucedido grandes corredores que se colgaron medallas de oro y batieron marcas sin ayuda de drogas, como Carl Lewis o Donovan Bailey hace unos años, y Asafa Powell en tiempos más recientes, quizá la victoria más grande del atletismo fue a la vez el mayor fiasco y la peor vergüenza en la historia del deporte base.
Año 1988, en los Juegos Olímpicos de Seúl. Final de los 100 metros planos. Carl Lewis, el rey de las pistas desde Los Ángeles 1984 y poseedor de la marca mundial y la olímpica, es el favorito. Suena el disparo y el campeón estadounidense ve cómo pasa por su lado un desconocido jamaiquino nacionalizado canadiense de nombre Ben Johnson, que no solamente le gana la carrera por más de un metro de diferencia, sino que rompe el récord olímpico vigente de 9,99 y el mundial de 9,93 segundos con unos increíbles 9,78 segundos. Johnson es aplaudido por todos y se da por sentado que hay un nuevo monarca del atletismo orbital. Dos días después, el ídolo con pies de barro se fue al piso. La muestra y contramuestra dieron positivo por stanozolol, y la gloria se convirtió en humillación.
En esos mismos juegos, en la rama femenina, una atleta estadounidense acaparó todos los puestos de honor. Florence Griffith Joyner (q.e.p.d.) ganó los 100 metros planos (y hasta la fecha, ella ostenta todavía las marcas mundial y olímpica, con 10,49 y 10,62, respectivamente); los 200 (cuya marca de 21,34 segundos también sigue vigente); los 4×100 relevos con su equipo, y fue segunda con sus compañeras en los 4×400 relevos. Lo que más llamaba la atención de esta morena era el exagerado tamaño de su musculatura, que sería la envidia de cualquier fisicoculturista. Aunque nunca dio positivo en los exámenes antidoping, su muerte tan joven –a los 38 años–, ha dado pie a las especulaciones acerca de que el consumo de sustancias prohibidas durante su corta pero espectacular trayectoria en las pistas, fue el causante de su prematuro fallecimiento.
Fútbol: la “pichicata” que no puede faltar
Obviamente ha habido, hay y habrá “pichicata” (dopaje) en el fútbol. El caso que más tuvo repercusiones fue el doping con efedrina de Diego Maradona en el Mundial de Estados Unidos 1994, no sólo por ser él, sino porque era la tercera vez que daba positivo en su carrera futbolística (las dos veces anteriores había sido con cocaína). Fue el triste final en las canchas de manera profesional de uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, que vio cómo se truncaba para siempre la magia que desplegaba en la cancha, por aquellos excesos que cometía fuera de ella.
Pero esto es apenas la punta del iceberg. Desde los años sesenta era un secreto a gritos el doping en la Copa Libertadores de América. No había controles antidoping, y no los hubo sino a partir de 1989.
En palabras de Fernando Gamboa, subcampeón de la versión 1988 como jugador de Newell’s Old Boys, y hasta hace poco DT de ese mismo equipo, “hubo cosas raras” en la final ante Nacional de Uruguay, en donde los tricolores lograron ganar 3-0 en Montevideo, tras haber perdido 0-1 en Rosario. Según Gamboa, no deja de ser una simple coincidencia el hecho de que al año siguiente la Conmebol implantó el control antidoping, y los equipos uruguayos no volvieron a ganar ni un solo torneo continental de clubes.
De aquellos años sesenta quedó el legado de las marrullas del estilo del Estudiantes de La Plata de Oswaldo Juan Zubeldía (q.e.p.d.), y de la “pichicata” en los camerinos suramericanos. De las primeras, son vivos ejemplos los alfileres para chuzar a los rivales en los forcejeos en los tiros de esquina, los algodones untados con Vick Vaporub para ponerles en los ojos a los defensores contrarios, los esparadrapos, etc.
De la segunda, solamente hay lo que se cuenta y no se puede comprobar, porque no hay exámenes, muestras ni mucho menos contra muestras para demostrarlo, pero es ingenuo creer que no fue así. Incluso, en años posteriores se habló también de la práctica de un doping “que no era doping” en los equipos que dirigió, incluso aquí en Colombia, el ya fallecido entrenador Eduardo Luján Manera. El procedimiento consistía en extraerle sangre a cada futbolista, para luego volvérsela a inyectar después de unas semanas. Al introducirla de nuevo en el organismo, se produce un aumento en el número de glóbulos rojos, lo que permite una mayor cantidad de oxígeno en el sistema circulatorio, y por lo tanto, que el deportista rinda más. Como es de esperarse, este tipo de dopaje no da positivo en ningún examen, porque no involucra el uso de sustancias médicas. El llamado doping sanguíneo ocasiona a mediano plazo hipertensión y problemas cardíacos graves. Algunos expertos aseguran que varios eventos de muerte súbita en futbolistas en pleno partido son consecuencia directa de este procedimiento.
¿Llegará el día en el que todos los deportistas tengan que doparse para ganar? Ya se dopan los tiradores con pistola y con arco para que no les tiemble el pulso y los ajedrecistas para evitar el nerviosismo. Cuando usen sustancias ilegales los jugadores de golf, los de curling o los de bolos, habremos tocado fondo.
