Dos a uno: lágrimas de dolor y agradecimiento
Columnas > Con los taches arribaPor Rafa XIII
viernes 4 de julio de 2014 22:50 COT
Mientras escribo estas líneas cae un tremendo aguacero sobre la capital colombiana. Parece que el cielo también estuviera llorando esta inmerecida eliminación de Colombia en el mundial Brasil 2014, a manos de la selección local y con la complicidad manifiesta del árbitro español Carlos Velasco.
No se trata de una actitud rencorosa ni de un sentimiento de malos perdedores de parte de los colombianos, sino de una certeza acerca de algo que se veía venir en los días anteriores al partido y que desgraciadamente se confirmó a medida que pasaron los 90 minutos de juego en estadio Castelão de Fortaleza. Se temía que la terna arbitral estuviera cargada del lado de Brasil y, en efecto, así sucedió.
De todas maneras, Colombia no hizo lo que tenía que hacer para contrarrestar el hecho de jugar contra doce (más bien catorce, contando los jueces de línea) y permitió que la selección auriverde se pusiera arriba en el marcador demasiado rápido. Había que aguantar al menos 20 minutos, pero a los seis del pitazo inicial cayó el primer gol local, en una desatención de Carlos Sánchez en el tiro de esquina, que dejó libre a Thiago Silva para anotar sin marca alguna en el arco de David Ospina. Cualquier planteamiento que hubiera tenido José Pékerman tendría que empezar a modificarlo inmediatamente, porque la opción era empatar o salir goleado. Daba lo mismo perder por uno o por diez goles, igual, seríamos eliminados.
La igualdad casi se dio a los diez minutos, con un remate de media distancia de Cuadrado que habría cambiado la historia del juego. De ahí en adelante, fue un monólogo de pito en contra de Colombia, porque el central señalaba absolutamente cualquier falta cometida por los nuestros mientras se hacía el de la vista gorda con la golpiza que Fernandinho, Paulinho y Marcelo les dieron a James y a Cuadrado. Las tarjetas amarillas apenas si se vieron al final de la primera parte, a pesar del concierto de patadas, agarrones y empujones de los brasileños.
Menos mal Ospina soportó incólume el aluvión. A los 19, contuvo dos tiros consecutivos de Hulk y Oscar, otro más de Hulk en el 27, un cabezazo de Fernandinho a los 33 y un tiro libre de Neymar Jr. a los 43. Lo mejor era que el primer tiempo terminara pronto, de modo que don José le cambiara la cara al equipo nacional en el camerino en el entretiempo, como tantas veces lo había hecho.
Como se dijo más arriba, la cuestión era empatar o salir goleados. Pékerman sacó a Ibarbo, metió a Ramos y la tricolor se vio más ofensiva. Guarín se acercó con un zurdazo de media distancia a los 58. Y vino la jugada polémica a los 65. Tiro libre cobrado por Rodríguez, borbollón en el área y Mario Yepes finalmente metió la pelota en el arco. El árbitro y el asistente señalaron fuera de lugar, que en ningún momento existió porque, si bien en el instante previo a que James pateara Guarín estaba adelantado, cuando la bola iba por el aire regresó a posición lícita y él NO participó en la acción. Yepes, Zapata y Ramos, que saltaron a cabecear en el racimo de jugadores, estaban en línea con los defensas verdeamarelos. No había ninguna razón para anular la anotación colombiana.
Y como el mandadero tenía que completar su misión, dos minutos más tarde, Velasco pitó una falta inexistente de James —con tarjeta amarilla para el 10 cucuteño— sobre Hulk, que causó el tiro libre para el golazo de David Luiz. Ahora había que pensar no en hacer un gol para empatar, sino meter dos para alcanzar el milagro. Enseguida entró Bacca por Teófilo Gutiérrez. Si íbamos a perder, que fuera con las botas puestas.
El premio al esfuerzo de la selección cafetera se dio por un penalti increíblemente pitado a nuestro favor por Velasco. Habría sido el colmo que no lo concediera. Júlio César, el arquero de Brasil, derribó a Bacca cuando se encaminaba a la portería. Era penal, en Fortaleza, en Río de Janeiro, en Bagdad y en Cafarnaúm. Pero también debió ser expulsado el guardameta, puesto que era el último hombre y cortó con infracción una jugada inminente de gol. El referee se lavó las manos con una simple tarjeta amarilla. Gol de James Rodríguez, 2-1. Entró Quintero por Cuadrado y parecía que se iba a conseguir la hazaña.
Los últimos diez minutos del partido fueron la demostración de que Colombia tenía con qué jugársela el todo por el todo y que Brasil, muerto de miedo, solo pudo superarnos con la complicidad de los hombres de negro —hoy de verde—. Pedían tiempo, pegaban, pegaban y pegaban. Tras el penal anotado por Rodríguez hubo seis llegadas al área de Júlio César por ninguna a la de Ospina, que incluso se aventuró a cabecear un tiro libre en el tiempo agregado, cuando ya habíamos quemado las naves.
Final del encuentro. James lloró, Pékerman lloró y todos lloramos. Tristes, porque no sólo los coterráneos sino también los extranjeros vieron que el resultado estuvo ensombrecido por la intervención de un arbitraje amañado y localista, pero a la vez sentimos una gratitud enorme hacia este plantel de futbolistas, que desde el DT hasta el tercer arquero fueron unos dignos, dignísimos representantes del fútbol colombiano y que lograron la mejor figuración en nuestro corto historial mundialista.
Gracias a don José, a James y a todos. Lo que hicieron superó las expectativas del más optimista de los hinchas. Si queremos estar en Rusia 2018, lo mejor es darle continuidad a este proceso y hacer oídos sordos a voces estúpidas como la de Carlos Antonio Vélez y sus secuaces, que, favoreciendo oscuros intereses personales como la promoción de jugadores de su cuerda y la obtención de comisiones, claman por el regreso de la rosca maldita que impidió el avance del fútbol de Colombia en las tres eliminatorias anteriores.