Cómo nos enseñan a leer
ColumnasPor Fabio Villegas Botero
mircoles 23 de febrero de 2011 12:12 COT
Son recurrentes los informes sobre lo poco que leemos los colombianos. Igualmente acerca del poco rendimiento de los estudiantes en español en las mediciones a nivel internacional. Hace muchos años soy profesor de lengua materna en diversas universidades, y tanto con la experiencia personal como con la de los colegas encontramos que el nivel de lectura y de escritura de los estudiantes que ingresan semestre tras semestre es decepcionante. Es más. Los profesores de matemáticas y demás materias encuentran que su trabajo tiene que ir muy lento por la pobre competencia lectora y escritural de los estudiantes.
Si el lenguaje es el instrumento por excelencia de comunicación entre los humanos, no lo es menos para la formación, el estudio y la creación. El hecho de que desde niños aprendamos a hablar y podamos comunicar en un lenguaje familiar ideas, sentimientos y emociones, no quiere decir que la lengua sea un instrumento sencillo y fácil de aprender y manejar. Enriquecer el vocabulario, dominar la gramática y la sintaxis, asimilar lo que leemos y, sobre todo, redactar textos apropiados para cada ocasión es algo supremamente difícil. La simple habla mediante un instrumento absolutamente simbólico, donde no solo hay que descifrar el código de cada fonema, cada sílaba, cada palabra, sino también de cada grupo de palabras, cuyo significado depende de multitud de códigos adicionales: la semántica de las palabras, sus relaciones entre si, el orden de las mismas en cada conjunto, la intencionalidad del emisor, las circunstancias en que se expresa y un sin número más de condiciones posibles, hacen que, tanto hacerse comprender de otros, como comprender lo que se dice sean procesos inmensamente complicados. Cuántas veces tenemos que repetir y nos tienen que repetir lo dicho, y cuántas más lo mal interpretamos.
Y si del habla pasamos al escrito, el simbolismo de la lengua se vuelve más y más difícil de dominar. Tuve la experiencia de aprender japonés, lengua que se escribe básicamente con ideogramas chinos, aunque de su cuenta inventaron dos silabarios (un grafema para cada sílaba diferente. Afortunadamente son poquísimos en comparación con el español). Si la lectura para ellos es más fácil (casi como ver cine), el esfuerzo previo es mucho más exigente. Cada kanji (ideograma de cada concepto) tienen que saber previamente qué significa, cómo se pronuncia y cómo se escribe. La paciencia y la tenacidad para memorizar miles y miles de ellos es asombrosa. Y pasar de la lectura a la escritura les es todavía mucho más difícil. Por eso, quizás, los japoneses son los lectores más apasionados que conozco (siempre con un libro o revista), pues si dejan de practicarlo quedan en incomunicación casi total. Para las lenguas con alfabeto, memorizar menos de 30 grafemas, cada uno con pronunciación casi exclusiva, es muchísimo más fácil. Lo difícil es interpretar algo tan supremamente simbólico. ¿Será que eso nos hace menos diligentes en aprender a leer y escribir, menos lectores?
Leer es esencialmente memorizar las palabras que vemos en un texto y relacionarlas entre sí para inferir su significado. Dicha inferencia es lo que llamamos comprensión. Pero, ¿cuántas palabras alcanzamos a ver cada minuto? Parece que este es un problema irrelevante para los profesores de español. Es más, hay en ellos como un rechazo a cualquier técnica para aumentar la velocidad de lectura. Mentalidad sin ningún fundamento y anticientífica, que le hace inmenso daño a los alumnos, a todo el sistema educativo. Un profesor de la UdeA escribe: “Antes un lector leía 150, 200, 230 palabras por minuto y era todo un genio; pero hoy es imperdonable leer menos de 500”. La próxima semana explicaré porqué.