Ciudadanía aérea: política de amor
Columnas > Paso sin destinoPor Lukas Jaramillo Escobar
jueves 2 de abril de 2009 14:59 COT
Desde un parapente, miro hacia abajo y recuerdo que muchas cosas las diseñamos, las proponemos, para gente que está en la tierra, gente que no nos despegamos del suelo. Tanto es falso que uno se levanta del suelo cuando siempre es grave la caída, como que cuerpos en reposo no hay cuando todo gira alrededor. Como bien lo dice un profesor, sólo tendemos a acomodarnos mejor en el suelo y, como bien explica el filósofo, con un mundo en movimiento no sabemos lo que son cuerpos en reposo.
Es duro y fascinante este mundo y la ciudad desde la que me hago parte, porque no permite parar, no tiene buen puerto; podemos cambiar de sintonía y así andar más lento, más leves, pero qué equivocados estamos cuando creemos que hemos llegado, siempre se quiere un poco más, se emprende un nuevo anhelo cada vez que conocemos más, que experimentamos algo nuevo. Nos debatimos entre aferrarnos a algo en movimiento, correr tras de algo y resbalarnos aparatosa o tenuemente y con el tiempo comprendemos que sólo se mantiene lo hallado en una reconquista permanente.
Desde acá arriba, soñando que recordaré lo que quiero escribirles, me imagino una ciudadanía en la que ella logra reflejarse, una sagrada condición: volar. Una ciudadanía aérea que estará destinada a moverse pero ya no al suelo, con los cielos a su disposición, para que aquellas almas hartas duren en la tierra. Una ciudadanía que bien opta por ser femenina porque tiene más de mujer que de hombre y porque viene a reclamar lo que hombres jugando a nuestros inventos le hemos negado: libertad. Ahora iguales, por compartir alas, en el cielo nada se puede dejar de tener, nada falta y nada nos puede amarrar, más que nosotros enlazarlo todo, siendo parte de todo, envolviendo con unas raíces que se echan sobre la tierra abierta sin alambrada.
La propuesta acá no es por una metáfora, es por unas alas de verdad, un parapente por cada 3 ó 4 ciudadanos o, por lo menos, empezar con una habitación de una hora en el aire, ante el derecho de haber nacido en la tierra, desde el agua. Saber muy claro que es no estar en la tierra y ante tanta analogía barata, coger vuelo para ver desde arriba de que están hechas algunas mentiras y entender el juego barato de los que nos rifan un mezquino posible, en una ciudad a veces encerrada por sus montañas, que como muchas otras no contó con la inmensidad del mar, es simular menos, acabar el ensayo, vivir hoy coleccionando menos, conquistando sólo lo necesario para ser más libres; recobrar lo sagrado, para sentir cada día más el camino del otro como algo que vale también nuestro empeño (por lo menos para que permanezca abierto).
Nos regalaron un viento navegable desde varios cerros tutelares, en una ciudad que sigue siendo tercermundista una escuela de ilimitación, de lo posible, por fuera de los designios para perder la divinidad paradigmática de la respuesta y hacer las paces con el milagro de todas las dudas. Arriba, pequeños y ante todo el precipicio, toda la desconfianza de que algunas cosas tan adustas abajo no sean serias, con la sospecha de que algunas obligaciones a ganar perdiéndonos, a seguir (“bien”) una mala corriente, no sobrevivirían a nuestro fecundo desgano, ya sin necesidad de torres.
Sobrevolando un barrio donde la noche anterior se estaban matando, por una pendejada más, por un motivo menos de estar vivo, de dar vida, me decía un hombre de apellido Fly, ¿Quién se va a matar por el terreno cuando ya se estuvo arriba? Tiene razón, abajo para aquellos hombres sin respiro, ni suspiro, nuestros pillos, hay plazas de vicio, mucha torpeza y la búsqueda imposible de fingir no tener el miedo a la vida, para que otro finja respetar por un rechazo a la muerte.
Nosotros, los machitos, seguiremos perdidos sino descubrimos que hemos fabricado nuestras gestas entre dos femeninos: un cielo indómito y una tierra firme que nos contiene. Desde arriba, se entiende que cuando uno se deja de agarrar se reencuentra con ese deslizamiento que fue viento que creó el único receso, que generoso, hizo posible parar y levantarse (esta vez cierta, sin triunfo o sacrificio) de la tierra.
Yo que andaba enredado por las ausencias de un lunes que le hace una mueca al domingo, vi ya en el aire como quedaban abajo pérdidas y ganancias con el mismo color y me encontré arriba con una libertad a la cual ser devoto, la de hacer menos y ser más. Me separo de ese día difícil que gobernaba mi territorio y vuelvo por minutos que no se cuentan en un reloj quebrado a acordarme, diciendo gracias, de mis paisanos, para que se les permita creer como yo desde el aire, en el amor, en un domingo.
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