Casa Tomada
ColumnasPor Sentido Común
lunes 8 de mayo de 2006 4:37 COT
Daniel es su nombre y solo lo supe muchos días después de caminar juntos en busca de un sitio para alojar el sueño despierto que descubrimos común. Daniel es algo así como un maestro de obra que conoce su oficio y lo práctica con ganas, por lo que mi condición de arquitecto nos dio para pensar que asociar nuestras fuerzas sería conveniente y fácil. Fue así que salimos la mañana de un miércoles cualquiera a recorrer la ciudad digital, en busca de un lotecito baldío que nos sirviera para levantar sobre él el edificio idealizado.
Comenzaríamos desyerbándolo y sacando todo lo que no fuera útil o bueno. Luego vendría el diseño y a continuación la obra. Para ganar tiempo, durante la caminata empecé a hacer rayas en una servilleta de papel, que pronto Daniel interpretó como planos (aunque nunca lo fueron) y comenzó a convertir en materia una simple idea. En unos pocos días nos habíamos hecho amigos sin darnos cuenta.
Sucedió entonces algo imprevisto. Una tarde ya casi sobre las seis, nos encontramos en una plaza con un grupo de manifestantes grafitteros que gritaban abajos a un colega por la forma indecorosa como escribía sus graffiti. Sin más, nos acercamos y gritamos con ellos lo mismo un rato (Daniel y yo también hacemos graffiti), hasta que nos aburrimos. Cuando se hizo noche y nos calentábamos con las antorchas de la marcha, descubrimos que en el fondo la protesta no era contra el fulano en sí, sino simplemente contra la irresponsabilidad y agresión de sus palabras.
Encontramos en aquel grupo un sentimiento común con respecto a la necesidad de un espacio de expresión donde se pudiera abrir paso una nueva forma de comunicación. Esa noche todos caminamos incansablemente y elucubramos hasta más no poder. Queríamos escribir un manifiesto de protesta y sentar en él nuestra posición en contra de la violencia, así fuera de palabra.
Todos terminamos agotados, tirados en el pasto de un parque, frente a una vieja casa abandonada y misteriosa. Convencidos solo de la necesidad de inventar el espacio anhelado y compartirlo, fue así que decidimos entrar a la casa y tomarla. Eran exactamente las doce y un minuto de la noche del 21 de marzo de 2006, pleno comienzo del equinoccio de primavera. Entonces sacamos la llave de la alcantarilla y abrimos la vieja puerta de roble, que aún permanecía bien cerrada. Encontramos intactas y desoladas todas sus generosas estancias y decidimos acomodarnos y descansar hasta el día siguiente, para asear y ordenar luego lo que parecía no había sido tocado sino por el polvo durante años*. Subimos las escaleras y cada quien encontró su sitio. Andrea, Caro y Lully, las mujeres del grupo, escogieron de primeras sus alcobas. Le siguieron Álvaro, Julián, Daniel, Marco, Julio y Miguel. Conmigo éramos diez, pero había muchas más habitaciones para ocupar. Ya llegarían muchos otros.
Me ha correspondido en suerte la buhardilla. Por fortuna es grande, porque tengo cinco pesadas maletas de cuero que ocupan mucho campo y aquí caben bien. El espacio es amplio, claro y cálido, como toda la casa, a pesar de ser tan antigua. Hay una sola ventana, más bien grande, que mira hacia el mundo. Un mundo (el mío) del que seguiré escribiendo con el mayor sentido común que pueda, hasta que me canse alguna vez.
Mañana será otro día…gracias Cortázar. Clic.
jueves 11 de mayo de 2006, 18:15 COT
Qué lindo tu relato sobre el nacimiento de equinoXio, pues te cuento que todavía tengo maletas por descargar, creo que te puedo ganar en el número de ellas… ya pronto muy pronto quiero sentarme contigo en el balcón.
Un abrazote Guillermo!
domingo 25 de noviembre de 2007, 00:16 COT
[…] distintos puntos de vista, y un creciente número de colaboradores. Desde la idea de la casa tomada a hoy, adentro y afuera han sucedido muchas cosas, a las cuales los lectores no han sido ajenos. […]