35 años de la masacre de Múnich
Columnas > Con los taches arribaPor Rafa XIII
martes 11 de septiembre de 2007 9:07 COT
Lamentablemente, aquellos ideales de paz, hermandad y buena voluntad entre los pueblos, que quiso sembrar el barón Pierre de Coubertin al poner en marcha los juegos olímpicos modernos en 1896, se han visto manchados por hechos de origen político que no tienen nada que ver con el espíritu amistoso del deporte. Así, las justas se vieron interrumpidas por los horrores de dos guerras mundiales. En tiempos de la Guerra Fría, los Estados Unidos y la Unión Soviética boicotearon los certámenes celebrados por el otro, negándose a participar. Atletas estadounidenses fueron descalificados en México 68 por irrespeto a los símbolos olímpicos al lucir distintivos y efectuar ademanes de apoyo a las Panteras Negras, durante las ceremonias de entrega de medallas. Sudáfrica estuvo mucho tiempo marginada de los juegos, debido a su política de segregación racial…
El hecho más recordado y a la vez el más terrible ocurrió en Múnich 72, por estos días hace 35 años. Este espantoso episodio, como una auténtica tragedia griega tuvo tres actos: Primero, el 5 de septiembre de 1972, ocho hombres (Luttif Afif, Yasuf Nasal, Afif Abmed Hamid, Khalid Jawad, Ahmed Chic Thaa, Mohammed Safady, Adnan Al-Gashey y Jamal Al-Gashey) de un comando terrorista palestino autodenominado Septiembre Negro y vinculado a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), tomaron por asalto el lugar de alojamiento de la delegación de Israel, secuestrando a nueve deportistas (David Berger, Ze’ev Friedman, Joseph Gottfreund, Eliezer Halfin, Andrei Schpitzer, Amitsur Shapira, Kahat Shorr, Mark Slavin y Yaakov Springer) y asesinando a otro (Joseph Romano) y a un entrenador (Moshé Weinberg).
A cambio de respetarles la vida a los rehenes, los terroristas exigían la liberación de 234 presos palestinos en cárceles israelíes, de dos más detenidos en Alemania y un vuelo de salida hacia un país árabe. Después de un día de negociaciones, el gobierno alemán “accedió”, aunque en realidad orquestó una trampa en el aeródromo de Fürstenfeldbruck, adonde llegarían secuestradores y rehenes para abordar un avión que supuestamente los llevaría a Egipto. Cuando los terroristas y atletas llegaron para subir a la aeronave, los francotiradores alemanes abrieron fuego contra ellos. Los palestinos respondieron al ataque e hicieron explotar el helicóptero en el que habían llegado. Como resultado de la balacera y la explosión murieron todos los rehenes, dos pilotos, cinco secuestradores y un francotirador. Los tres terroristas sobrevivientes fueron arrestados.
El segundo acto de esta tragedia tuvo lugar en octubre de ese mismo año. Otros integrantes del Septiembre Negro secuestraron en Beirut un avión de Lufthansa y exigieron la liberación de los terroristas que estaban detenidos por la matanza de Múnich. Esta vez, el gobierno alemán no intentó ningún operativo de rescate y liberó a los tres asesinos.
El tercer acto de la tragedia se inició diez días después de la puesta en libertad de los tres palestinos. Indignado por la decisión de los alemanes, el gobierno de Israel, encabezado por la primera ministra Golda Meir, encargó a Zvi Zamir, jefe del servicio de inteligencia Mossad, para que organizara una operación ultra secreta llamada Mivtzah Za’am Hael –Ira de Dios-, destinada a encontrar y matar a los autores intelectuales y materiales de la masacre. El 16 de octubre, Wael ‘Aadel Zwaiter, responsable del reclutamiento de los perpetradores del asalto a la villa olímpica, murió abaleado en Roma por dos agentes del Mossad. El 8 de diciembre, en París, Mahmud Hamshari voló en pedazos por una bomba puesta por los israelíes. La misma muerte sufrió Abal Al Chir en Nicosia, Chipre, el 24 de enero de 1973. Representantes de la OLP en Alemania y Dinamarca recibieron cartas bomba pero sobrevivieron. El 9 de abril, en Beirut, murieron ametrallados Kamal Nasser, Kamal Udwan, Abu Yussuf, además de cuatro civiles libaneses, tres turistas sirios, un italiano y 29 heridos. El cuartel del Frente Popular para la Liberación de Palestina fue destruido con explosivos. El 28 de junio, Mohammad Boudia fue asesinado con un carro bomba en París. El 21 de julio, en Lillehammer, Noruega, miembros del Mossad acribillaron a Ahmed Bouchiki, ciudadano marroquí que no tenía ninguna relación con Septiembre Negro y que fue confundido con Ali Hassan Salameh. Cinco agentes del Mossad fueron arrestados. El 22 de enero de 1979, Salameh fue asesinado con carro bomba.
A la fecha, sólo queda vivo Mohammed Daoud Oudeh, supuesto organizador del ataque a los atletas. Los palestinos, por su parte, mataron a varios agentes del Mossad que hacían parte de la operación Ira de Dios. Si bien es cierto que la forma como los palestinos acabaron con la vida de los deportistas israelíes fue un acto bestial y execrable, la salvaje carnicería que llevaron a cabo los agentes secretos del gobierno de Israel, los convirtió en criminales sanguinarios de la misma calaña. Este triste episodio es apenas uno más en el largo historial de muertes y venganzas de uno y otro bando, enfrentados por motivos religiosos y políticos que trascendieron hasta llegar a la esfera de una pacífica competencia deportiva. En aquel septiembre de 1972, la desgracia opacó el esplendor de las victorias del nadador estadounidense Mark Spitz y los coloridos anillos olímpicos se tornaron negros. Desde entonces, los once deportistas mártires ascendieron al Olimpo, junto a los dioses que inspiraron los juegos en la antigua Grecia. Y los asesinos, tanto los terroristas palestinos como los “vengadores” israelíes del Mossad, quedaron condenados a padecer eternamente en el infierno del Hades, por mancillar el espíritu de paz de los Juegos Olímpicos.
domingo 13 de diciembre de 2009, 17:28 COT
Son tan terroristas los palestinos que mataron a los atletas israelíes, como la banda de asesinos judíos que se dedicaron a matar a otros palestinos y a ciudadanos árabes que nada tenían que ver con esos hechos.