¿Dónde está la bolita?
Estancias > Primera planaPor: Marsares
23 dAmerica/Bogota Septiembre dAmerica/Bogota 2014 19:13 COT
Por fin se da como debe ser. El senador Cepeda se instala frente al micrófono y sus colegas se arrellenan en sus asientos. Todo está listo. Muchos, frente a los televisores, sintonizan un canal que nadie sabía que existía, pero que ahora miran con asombro porque se va a presentar un Desafío Marruecos, pero al estilo Congreso, con mil y una noches también, donde hay un helicóptero fantasma, doce apóstoles, una hacienda llamada Guacharacas y un señor que monta a caballo sin derramar un tinto.
Todos miran a la puerta. En esas, el senador Cepeda prueba el micrófono y no le suena. Intenta otra vez con el consabido “hola, hola”, pero nada. Sus compañeros se miran entre sí. Todos murmuran y como es el día de las suspicacias, los dedos señalan. “Esto está raro”, dice alguno, y de inmediato el vecino escribe un twitter diciendo lo mismo pero con un sentido más grave: “Esto está muy raro”. Las redes sociales se alborotan, y como sucede en estos casos, dicen que cuál raro, si eso se sabía que iba a pasar.
Aparece un empleado afanado, coge el micrófono y sonríe. El senador Cepeda enarca las cejas. El empleado le dice que para que suene hay que prenderlo. Acciona el mágico botón y antes de que el senador diga esta boca es mía, el empleado repite las palabras rituales: “hola, hola” y su voz resuena en el recinto. Todos voltean a ver, incluso el senador que está jugando en su tablet y que haca una mueca por la distracción ya que el Candy Crusch se le llena y le toca volver a empezar. De todas maneras hay un suspiro general.
“Es que sin micrófono es como sobado”, comenta uno de los asistentes. “Sí”, le contesta uno de más allá. “Con micrófono es mejor porque al menos se escucha más duro, porque si no, capaz que se la pasa toda la tarde sin dejar hablar”. Los que alcanzan a escuchar, asienten con la cabeza. Entra la señora de los tintos y comienza a repartir. Uno de los jóvenes le pregunta: “¿Ya viene?”. La señora de los tintos le contesta: “¿ya viene quién, doctor?”. “Pues quien va a ser. ¿Es que no sabe lo que va a pasar hoy?”. La señora de los tintos dice que no, que nadie le ha dicho nada.
El de bigote dice que la señora de los tintos no es ni chicha ni limoná. Uno de los periodistas que para oreja, sonríe. “Es que ese es el problema, el pueblo no se da cuenta de nada, por eso estamos como estamos”, lo apoya el del copete. Pero el de cabello blanco le revira. “No es cierto. Lo que pasa es que todos se tapan con la misma cobija y eso ya lo sabe el pueblo. Por eso no le paran bolas a estas vainas”. Para apoyar sus palabras mira a la señora de los tintos. Todos callan en espera de su veredicto, pero ella lo único que dice es que ya trae más tinto para los que faltan, que permiso, y se va como vino, pasito.
Ahí es cuando se asoma uno bien conocido por su aporte a la filosofía del turismo. “El desplazado”, dice uno de la radio a la colega de televisión. Hay risas furtivas. Pero no pasa nada, sólo echa una ojeada y desaparece. “Ya viene”, dice el del extremo. Vuelve el murmullo y todos se acomodan en sus asientos. Sólo el que va a presidir la sesión se mantiene como tieso, coge el micrófono y carraspea. A su lado descansa una Biblia. Dos asientos más allá, uno de los senadores mira la pantalla de su celular y alza la voz, aunque no mucho. “Confirmado, viene por el pasillo”. “Que qué?”, dice el del extremo opuesto. Nadie alcanza a aclararle porque el que estaban esperando, entra.
Detrás de él, en fila y con unos carteles, van entrando los demás. Unos se ponen a un lado, otros se ponen al otro lado, y los que sobran le cubren las espaldas. Como si todos se hubieran puesto de acuerdo en guardar un minuto de silencio, la sala se apaga. El que juega en su tablet pone “pausa” y mira como los demás. Los periodistas alistan las cámaras, los celulares se ponen alerta y los presentes aguardan. Él coge el micrófono y le da unos toques para comprobar el sonido. “Toc, toc”. Sonríe satisfecho y sus acompañantes le hacen la segunda con iguales gestos, mientras saca de su bolsillo tres cajitas que pone encima de la curul que le han asignado.
Entonces habla con su acento característico, el mismo que usaba cuando era la única voz que podía escucharse: “¿Dónde está la bolita?” Con manos ágiles, tapa y destapa las cajitas y la bola a veces aparece en una y al instante está en otra, mientras los honorables siguen con mirada ávida las maniobras, procurando adivinar el destino final. “¿Dónde está la bolita?”, repite el citado, al tiempo que las cajitas las deja quietas. Uno de los senadores se aventura a señalar una, la del centro. Pero no, ahí no está. Vuelven las manos ágiles a darle vida a la bolita que va de un lado a otro, de cajita en cajita, tan rápido, que ya nadie quiere perderse el juego.
“¿Dónde está la bolita?” El país de nuevo, como lo hizo años atrás, le sigue el juego, pero nadie sabe dónde está la bolita. ¿Lo sabe usted?