Lechón asado al estilo cubano
Durante 61 años viví en La Habana, la ciudad donde nací el 10 de noviembre de 1942. Y desde 2003, vivo como refugiada política en Lucerna, cantón de la Suiza alemana. Pero tanto en Lucerna como en La Habana, cuando llega diciembre y con él los días navideños, mentalmente siempre vuelvo a mi infancia, pues fue en esa época que disfruté el verdadero espíritu de la Navidad.
Pese a pertenecer a una familia humilde y trabajadora, siempre pudimos reunirnos para cenar el 24 de diciembre en casa de mi abuela paterna. Se llamaba Matilde y era una multa alta y corpulenta, como sus seis hijos, mis tías y mi tíos, uno de ellos mi padre, José Manuel Quintero, a quien sus amigos decían el gordo Quintero.
Mi abuela Matilde vivía en Luyanó, barrio donde vivían muchos obreros y sindicalistas antes de 1959. Por la mañana del 24 de diciembre, en la Esquina de Tejas —uno de los sitios céntricos de la capital cubana—, a dos cuadras de nuestro domicilio, cogíamos una guagua (ómnibus) de la ruta 10, que nos dejaba cerca de la casa de la abuela Matilde.
Mientras mi padre y mis tíos se encargaban de ir a la bodega, a comprar las botellas de vino y refrescos, mi mamá y yo nos poníamos a ayudar en la preparación de la cena de Nochebuena, consistente en arroz blanco, frijoles negros, lechón asado (como el de la foto), ensalada de lechuga, tomate y rábanos, yuca (mandioca) con mojo y fricasé de guineo o gallina. De postre, dulces caseros en almíbar, de naranja, toronja o cascos de guayaba, que se comían con queso blanco; turrones españoles de jijona, alicante, yema y mazapán y dátiles e higos secos de algún país árabe. Para beber, vino tinto, los mayores, y mi abuela y los menores, Materva o Salutaris, dos marcas nacionales de refrescos.
Después de cenar, a partir nueces y avellanas, que a granel vendían en las bodegas. Y a conversar y a hacer chistes, mientras en la radio se escuchaban danzones interpretados por Barbarito Diez, boleros de Benny Moré, y viejas canciones de María Teresa Vera, una de las grandes de todos los tiempos de la música cubana. En ese tiempo, en casa de mi abuela no había televisor.
Al filo de las 12 de la noche mis padres y yo, hija única, regresábamos a nuestra casa. Al día siguiente, de nuevo nos reuníamos en la casa de la abuela Matilde, esta vez para almorzar lo que en Cuba se llamaba "la montería", o sea, lo que había quedado de la cena de Nochebuena. Y a la que siempre, al menos en casa de mi abuela, añadían tres platos con tres tipos de chicharrones: empellitas, el pellejo del puerco frito con masa; tripitas, pedacitos de tripa de puerco fritos, y de viento, inflados y crujientes. Estos chicharrones eran unas de las tantas frituras y golosinas vendidas por los chinos que, a finales del siglo XIX y principios del XX, arribaron a Cuba.
Unos días antes del 24, mi familia compraba un puerco grande vivo, lo mataba en el patio, le sacaba la grasa y vísceras, y ya limpio y adobado (con sal, ajo, cebolla, naranja agria y orégano molido), lo llevaba a la panadería, donde por esos días, además de elaborar pan, galletas y palitroques, se dedicaban a asar cerdos por encargo.
Había familias que tenían cocinas de gas con horno, y preferían asar el puerco entero o una pierna en su casa. Y las de menos recursos, por poco dinero podía comprar pedazos de lechón en las panaderías que los asaban, o en los numerosos quioscos habilitados por toda la ciudad, y en los cuales por 20 centavos uno se podía comer un pan de flauta, fresco y tostado, con masas de lechón, con un aliño, con o sin picante, untado con una brocha hecha de tusas de maíz. El perfume identificativo del mes de diciembre en La Habana —y en el resto de la Isla— era el olor a lechón asado, la "figura" central de la Navidad cubana desde los tiempos coloniales.
Mis tíos y tías acompañaban "la montería" con cerveza fría y embotellada, de las marcas Hatuey, Cristal y Polar, las principales elaboradas en Cuba, antes de que llegara el comandante, mandara a parar lo que en su barbuda mente consideraba "diversiones" y aboliera todas las tradiciones, desde la Navidad y los Reyes Magos hasta los Carnavales y la celebración del 20 de Mayo, día en que los cubanos conmemorábamos la proclamación de Cuba como República en 1902.
El 31 de diciembre también nos reuníamos de casa de la abuela Matilde, para esperar la llegada del Nuevo Año. La cena consistía en arroz con moros y cristianos (arroz blanco cocinado con frijoles negros), fricasé de guanajo (pavo), ensalada y tostones de plátano verde. De postre, de nuevo turrones y dulces caseros. Para beber, vino blanco para los adultos, y para los niños y la abuela, malta o maltina, de las mismas marcas cerveceras.
En lo que esperábamos las 12 de la noche, de una gran fuente podíamos comer manzanas, peras, melocotones y albaricoques, compradas en Frutas Rivas, un gran almacén importador de frutas frescas de California, situado frente al Mercado Único, en Monte entre Arroyo y Matadero, a menos de dos cuadras de mi escuela y a cuatro de nuestro domicilio, en la barriada habanera del Cerro.
También en Frutas Rivas, mi familia compraba las uvas, moradas y verdes, y con ellas preparaban ramitos de 12 uvas, que a cada uno mis tías repartían, poco antes del reloj dar las doce campanadas. Para brindar, mayores y niños, sidra asturiana El Gaitero, la más consumida entonces.
He preferido contar mis recuerdos infantiles porque, sinceramente, no me siento identificada con la celebración de la Navidad en Suiza… ni en Europa. Que debe ser muy entrañable para ellos, pero no para mí. A no ser por la nieve y la figura de Santa Claus, que de alguna manera me recuerdan las postales que nos regalábamos en mi infancia.
De tanto ver al viejo gordo vestido de rojo, los niños cubanos llegamos a hacerlo nuestro. Igual que el Merry Christmas y el algodón encima de las ramas de los arbolitos navideños. Eran excepcionales los hogares que en la sala de su casa no pusieran un arbolito y, debajo, un nacimiento o belén, más o menos modesto, según el bolsillo de cada cual.
Para no alargar más esta crónica, y porque no quiero dejar de mencionar los Reyes Magos, les sugiero leer Ilusión y Retro-nostalgia, publicados en mi blog en 2009.
¡A todos los lectores, colombianos y de cualquier nacionalidad, deseo una Feliz Navidad y un 2010 con salud y dicha personal!
Tania Quintero, Lucerna
*La autora es dueña de su blog personal