Puede que yo sea sólo un borrachín
Un viejo vago —como dicen—
Bebiendo a solas cerveza amarga
Hasta quedar dormido sobre el vaso
—como el soldado sobre el fusil—.
Pero yo sé que se siente envejecer…
Lo sé exactamente, y por eso,
Van a encontrarme aquí una y otra vez,
En las mediasnoches temblando, sediento,
Engarfiando mis dedos a la colilla,
Con los ojos clavados en mi cerveza.
Bajando hasta lo más hondo de mí mismo,
Como un hombre que explora su propio desierto.
-Porque el desierto crece al envejecer…
Mario Rivero
Murió Mario Rivero y los medios salieron a repetir casi la misma nota. Como si se copiaran entre ellos, pegados de los lugares comunes y de las frases típicas del inventario de muertos.
Pero no resulta fácil ni cómodo hablar de Rivero tan recién fallecido. Por lo que parece haber significado en la batalla a muerte de la poesía que se escribe en Colombia. Queda sí cierta ventaja en el sentido de que no va a contestar airado, como solía hacerlo con frecuencia. Por ejemplo, en la primera mitad de los 90 escribí un comentario en una revista que publicaba El Tiempo sobre libros —y que fracasó ante la pobreza mendicante del sector editorial nuestro— en el sentido de que Rivero les cobraba a los poetas interesados en ser reseñados en su revista Golpe de Dados. ¡Oh santa ira! Le exigió una rectificación a D’Artagnan, quien era el director de la publicación, pero no pudo aportar ningún argumento a su favor.
Años antes había tenido qué soportar una grave polémica pública: Rivero le exigía un cuadro a cada artista escogido por él para la portada de una reconocida revista cultural. Y ese método de selección había llevado al descrédito a la revista y a los pintores de turno. Pero además, los artículos sobre el tema firmados por el poeta e incluidos en el “paquete” nunca fueron mínimamente rigurosos ni respetablemente críticos. Resultaban textos adornados, de pretendida poesía, vacuos e insufribles. Por eso nadie que haya leído alguno de ellos podría decir ahora con seriedad que Rivero fue crítico de arte.
Ahora viene lo más serio. Las notas de prensa hablaron de un Rivero que puso a la poesía colombiana de patitas en la calle, que la arrimó a la gente o algo semejante, que empleó palabras cotidianas y se dedicó a la exaltación de los personajes del común. Tal vez. Pero el primer libro de Mario Rivero —en realidad Mario Cataño Restrepo, oriundo de Envigado y regularongo como cantante de tangos y artista de circo— titulado Poemas urbanos, de 1966, apareció en un momento en que la poesía nacional andaba de plácemes con viejas formas y poetas apergaminados y se olvidaba de Suenan Timbres, de Luis Vidales, del revolcón de León de Greiff, de los libros de Cote Lamus y de Gaitán Durán y de las propuestas aún calientes de los nadaístas.
La discusión permanece abierta. ¿Rivero fue poeta? ¿Su obra le deja una marca a la literatura colombiana de la segunda mitad del XX? Ángel Rama al parecer se apresuró a decir que Rivero era una de las voces más interesantes de la nueva poesía de América Latina. Pero poetas y analistas como Cobo Borda o Alvarado Tenorio han sido duros e inclementes. No solo han negado que Rivero haya logrado alguna calidad sino que se han burlado de frente. A veces hasta una inquina que hace pensar mal.
Los argumentos fundamentales de ambos tienen que ver con el sentido de lo popular, con el tipo de personajes, temas e historias en la obra de Rivero, pues el haber escogido caracteres del común y situaciones de calle no garantiza de por sí una calidad evidente, fuera de toda duda.
Cobo, entre muchas otras afirmaciones, dijo que los poemas de Rivero son como “…fotos y postales callejeras que narran lo que pasó, lo que está pasando, lo que ya dejó de existir, efímeras como un periódico”. Y Tenorio escribió que sus poemas son “en su mayoría mediocres, nada dicen, usan un pobre español. ¿Por qué pensó Rivero que para celebrar la miseria y la mezquindad de la existencia había qué ser avaro con el lenguaje? Más que narraciones, estos textos son caricaturas…”
El hecho complementario consiste en que otros le comieron cuento, le creyeron, le publicaron, hicieron parte de comités editoriales, lo invitaron a recitales y festivales, le dieron empleo y le concedieron los más resonantes premios que se entregan a los poetas en este país. Y por esa canonización, arropada por los medios que en estas cosas andan a la carrera, detrás del oropel, muchos lectores y no lectores creen ahora que Mario Rivero fue un escritor clave en la poesía de la segunda mitad del siglo pasado entre nosotros.
Es posible, por fortuna, examinar con lupa la diversa obra de Mario Rivero para hacer las disecciones de rigor. Sus libros de poemas, sus innumerables artículos, sus conferencias, más los estudios críticos de académicos que se han deslumbrado con sus trabajos, quedan como herencia para el diagnóstico implacable de las modas y del paso del tiempo.