A través de la historia del cine, la ejecución del personaje como motor de las historias ha sufrido transformaciones y cuestionamientos que le han permitido una evolución. Por ejemplo, hasta qué punto el personaje tiene conflictos marcados o un arco de transformación destacado, como podría compararse en películas de un corte puramente clásico (no por poseer una estructura de orden aristotélico, sino por ser materiales que no proponen algo nuevo a nivel de construcción). Esta posición sobre lo que hace o no el personaje en un film contrasta, además, con el deber que tenga una cinta de comunicar u otorgarle un mensaje a su público.
Pero a medida que transcurre el tiempo y que los teatros se llenan de magazines para proyectar, nos damos cuenta también de que la obra cinematográfica no debe comunicar por comunicar, no debe entregar un mensaje de proporciones mundanas, frente al cual el espectador actúe insensible por su breve impacto, ni mucho menos dejarlo implícito en imagen, pues como autores y seres no podemos advertir el control de una verdad. Por esto es la conciencia de que, más allá de responder, hay que generar las preguntas, lo que no solo beneficia como una comunicación unilateral, sino que además produce un espacio abierto a la reflexión desde un punto que se debate.
Estas nuevas visiones en el cine son perfectamente empleadas en la película El curioso caso de Benjamin Button, adaptada del cuento homónimo del autor Francis Scott Fitzgerald. Una película que captura la esencia de un cuento con una cronología de hechos y acciones diferentes, para moldear un personaje que nos mantiene activos, siguiendo sus pasos en su transcurrir donde está en constante conocimiento y bajo una perspectiva que es única y ajena a nosotros.
Como espectadores, tendremos la oportunidad de acompañar a Benjamin Button desde su nacimiento hasta el final de su “involución”. Pero lo importante en esta travesía es que nos acoplamos a un personaje, no por su conflicto de entrada —un crecimiento inverso—, que antes que cualquier cosa es un gancho narrativo, sino que nos acoplamos porque, al dejarnos libres de una construcción de personaje convencionalista, podemos darle una mirada más sincera a una personaje de dimensiones más reales, sin importar lo surreal de su contexto.
Gracias a la fórmula empleada por Eric Roth, guionista también en Forrest Gump, el personaje es dado a conocer por múltiples situaciones en las que se ve inmerso, donde no solo conocemos a Benjamin, sino que además la película alcanza una grado donde se vuelve un tributo a la vida misma, por presentar la película misma de una forma episódica. Estructura que nos muestra la inocencia de Benjamin, ya sea viéndolo jugar con ‘soldaditos de plomo’ cuando se ve envejecido en su niñez, o acompañándolo en su dolor al perder a su gran amigo y capitán, en un combate en la segunda guerra mundial, donde en cuerpo de veterano pero con una mirada perdida y confusa lo ve morir. Incluso lo acompañamos a conocer su sexualidad de una forma equívoca gracias a lo que el capitán piensa de él.
Pero además de la inocencia, la película es poderosamente romántica e incluso sensual. Otros episodios de la misma nos embarcan a conocer su primer amor adulto en Rusia, un espacio en el cual la cinta centra unos 20 minutos de interacción entre Benjamín y un personaje que cambia de una presencia parca a una más gentil. No obstante, lo que más impacta a la vista, como puesta en escena y en un trabajo excepcionalmente visual, es cada escena y secuencia que narra al amor de toda la vida de Benjamin, Daisy. Un espacio que no solo se logra mediante diálogos cortos pero que tañen a una pasión y una búsqueda amorosa, sino gracias a que cada plano está pensado en lograr una sintonía en imagen, como la que podemos apreciar cuando Benjamin vuelve a ver a Daisy cuando triunfa como bailarina. En esta secuencia ambos están al aire libre, de noche, en un quiosco y los diálogos son directos, revelando una intención directa de parte de Daisy pero si advertir que el diálogo sea el hilo conductor, pues el espectáculo se torna en composiciones que, al ser atractivas, dan la atmósfera necesaria al momento.
La necesidad de mencionar este estilo episódico de la película, planteado desde el guión, la ampliación en la historia desde el cuento de F. Scott Fitzgerald, el trabajo de construcción de personaje de Benjamin y de paso el trabajo con actores de David Fincher con Brad Pitt y Cate Blanchett, además de la esencia que buscan guionista y director para comunicar, son los puntos necesarios de análisis para ver que El curioso caso de Benjamin Button ya no busca ser una película que narra por narrar para convertirse en un cine contemplativo. Un cine donde lo que menos importa es la narración en sí, pues nos deleitamos con imágenes y nos concentramos en ese momento, como cuando Benjamin y Daisy hablan debajo de la mesa a la luz de una vela. Y en este caso, por más que hay una historia de por medio y en esta escena mencionada hay un suceso, lo que se ve es lo que se contempla, un momento en que un niño con aspecto de anciano habla con una niña (cuadro que de por sí tiende a denotar algo distinto), donde de manera sutil se juega con uno de los elementos característicos de la historia, la inocencia. Incluso podremos ver que la primera parte de la película, cerca de la primera hora, está destinada a entregar datos y a narrar poco, pero no permite aclimatarnos a este cine contemplativo, nos da el respiro de no solo depender de narración por narración y diálogo por diálogo, y nos da la libertad de disfrutar la imagen, de gozarnos los momentos como lo hace Benjamin Button, aun cuando la perspectiva de su propia vida sólo se entienda a través de sus ojos.