La dieta de Internet (I)
Columnas > Limpia - Mente Por: Johanna Pérez Vásquez17 dAmerica/Bogota Febrero dAmerica/Bogota 2008 17:15 COT
Desde el año pasado tenía ganas de desconectarme, de estar lejos de la red por largos períodos de tiempo pero sólo hasta hace 3 semanas puse en marcha tal propósito.
Cuando se tiene una conexión 300K 24/7 es fácil caer en la tentación de usarla para todo lo imaginable, incluso para tareas que antes se hacían con el teléfono o con el directorio telefónico, no porque se piense que así se estará ahorrando tiempo o plata sino porque si uno tiene tremenda conexión ¿cómo desaprovecharla?
Cierto es que a veces la información que dan en las líneas gubernamentales dedicadas a ello y la que aparece en las guías está incompleta, pero también es claro que las ciudades vivieron durante décadas sin Internet –algunas poblaciones lo siguen haciendo–, por lo que debí aceptar que mi uso últimamente excesivo de la conexión era más producto de la goma, de la fuerza de la costumbre que de la pura necesidad.
Yo no sé lo que es trabajar sin que exista la red porque cuando comencé a hacerlo ya era una herramienta más, pero reconozco que a veces son más los problemas que trae que los que soluciona, sólo a veces y sólo para algunas personas.
Para quienes nacimos a partir de la década del 80 y para otros más, creados y concebidos en la inmediatamente anterior, internet se ha convertido en un medio más de comunicación como la radio, la televisión o la telefonía, con la gran diferencia de que éste los reúne a todos ellos, permitiéndonos acercarnos a personas que de otro modo no habríamos conocido, al tiempo que alimenta las relaciones existentes que comenzamos a la antigüita, o sea de cuerpo presente y sin cables de por medio.
Una vez que uno se ha habituado a conocer gente por medio de chats, foros y páginas de intercambio social, entra en una esfera de contactos sutiles que son categóricamente distintos a los antes conocidos. Afirmo que es estupendo saber de estilos de vida nuevos y de culturas desconocidas, empero como en el mundo de metal y cemento hay personas de todos los talantes, por lo que hace falta las destrezas del navegante electrónico para separar a los locos de los más locos, mas observo que el costo de aprender tales destrezas es dejar oxidar o perder habilidades sociales necesarias para establecer contacto directo con otro ser humano.
He notado la cantidad de verdades que soy capaz de decirles a mis amigos a través de la pantalla por la comodidad que ésta me da, pues no debo lidiar con sus miradas sobre mi rostro y además me doy el lujo de pensar cuidadosamente las palabras que usaré para transmitirles mis pensamientos, muchos de los cuales no fueron y quizás nunca sean pronunciados en voz alta; sin embargo la verdad es que el miedo es necesario. Y los errores también.
Quizás presenciar las emociones propias no sea una experiencia tan intimidante como asumir las reacciones que éstas provocan al ser expresadas a otros y, como es habitual, que al dejar de practicar algo se pierda el dominio, la maestría en ello, haciéndose más alta la probabilidad de cometer errores. Es preferible retomar la costumbre de relacionarse personalmente con quienes nos rodean para que esas fallas sean menos graves y frecuentes así como más fácilmente corregibles. Propongo entonces como comienzo de la dieta de internet hacer una agenda flexible de lo que se hará durante el tiempo de conexión para no terminar vagabundeando solitariamente y sin sentido por cualquier sitio, luego de cumplirle a la amiga que vive en el exterior la cita en el Messenger.
Si se usa el internet como un medio único para conocer y socializar con la gente se pierde la vida, no porque esté en una dimensión paralela, aunque en ocasiones así parezca, sino porque el contacto físico es imprescindible para seguir adelante, porque de allí proviene la energía necesaria para afrontar las situaciones difíciles, porque nos da valor y porque nos recuerda que no estamos solos.