Con mucha emoción recibí una invitación para participar en un taller sobre propiedad intelectual en la ciudad de Trivandrum al sur de la India, digo emoción pues no solamente lo interpreté como un reconocimiento a mi trabajo sino por la oportunidad de experimentar un verdadero cambio cultural. No viajé a una gran ciudad de las que todos hemos oído hablar (Bombay. Calcuta o Delhi) a cambio de eso, aterricé en la capital de Kerala, un sitio interesante de playas y palmeras. Llegué al estado más al sur de India, un lugar de turismo durante el invierno del norte pues es una zona septentrional con agradable clima al final del año y aunque su sistema político/económico no es comunista el gobierno lo es desde hace ya mucho tiempo… ¡un lugar interesante!
Aunque habría mucho para contar sobre el viaje y lo que aprendí sobre propiedad intelectual y cultura durante los talleres de CopySouth, sobre la gente que conocí y reconocí trabajando todo el día varios días… lamento descepcionar a algunos pero lo que he pensado es que quisiera compartir con ustedes una experiencia en concreto que tiene que ver con una mirada de género, con algunas de las anécdotas que viví como mujer y que me permitieron ver un par de sus momentos cotidianos.
Mi primera sensación al caminar las calles de Trivandrum y tomar los buses fue una constante mirada de reproche proveniente de las mujeres. A pesar del esfuerzo que hice por elegir de mi ropero aquello que creía estaría ajustado a los estándares culturales pronto descubrí que podía haberlo hecho mucho mejor. Aunque dicen que es una región turística en esa época del año supongo que debido a lo barato del lugar son pocos los turistas que usan el transporte público local y prefieren los taxis y “rickshaws”, por lo que su mirada de curiosidad/reprobación se concentraba en mí. Sin embargo, pronto descubrí como esta sensación de separación o barrera cultural se elevada totalmente cuando yo entraba en sus terrenos (exclusivamente femeninos), como si la ausencia de hombres y mi voluntad de aceptar un ambiente cultural diverso y permitir que ellas me guiarán rompiera de repente la barrera del vestuario, del cabello corto, de no “verme” como las demás, como si aceptar ser guiada fuera suficiente para que solo se viera que era una mujer más, aunque vistiera raro (y eso que tengo ojos, piel y cabello oscuro…),.
La primera vez que sucedió esto fue en uno de los viajes en tren. Como siempre después de comprar el tiquete (aunque me advirtieron que no tenía que hacerlo, “simplemente móntate y ya está, nadie lo compra y nadie lo pide”) me acerqué a confirmar que estuviera en la plataforma correcta y en alguna posición en la que no pudiera perder el tren que quería tomar. La señora elegida para mi pregunta asintió con la cabeza en respuesta y me sonrió (aunque nuevamente me miró de arriba abajo con mirada reprobatoria a pesar de que a 30 grados yo usaba pantalón, camiseta sisa y blusa de modo que entre las dos cubrieran lo máximo el escote y mis brazos). Después de unos minutos de estar allí la señora se levantó y me hizo gestos de que el tren se acercaba y que me alistara, eso hice y me aproximé al borde de la plataforma para tomarlo…, unos segundos después sentí como si alguien me llamará al mirar a un lado vi a mi señora a unos pasos indicándome con la mano que la siguiera. Caminamos casi hasta el final de la plataforma y ella me señaló entre gestos, sonrisas y poco inglés que si viajaba sola era mejor tomar “the ladies wagon” (el vagón de mujeres). Cuando llegó el tren en cuestión de segundos me vi envuelta en un torbellino de mujeres, colores, olores y empujones, fui elevada un par de escalones y sumergida en un vagón desde donde justo cuando entraba al compartimento de sillas una mano me jaló y obligó a permanecer en el pasillo “too crowd” (muy lleno) dijo mi señora con una sonrisa, indicándome que era mejor este puesto.
Todas empujan por encontrar un espacio, los sitios dispuestos para el equipaje en la parte de encima de las sillas se van ocupando por paquetes, maletas, personas, etc., todas se empujan, cuando el tren de repente arranca y cada quien parece encontrar su sitio en pocos segundos. En esos segundos que siguen las mujeres se terminan de acomodar y yo soy “ubicada” en un lugar cerca de la puerta con ademanes que me indican que allí puedo respirar mejor (y una sonrisa, claro). Veo que una mujer en la puerta se sienta al borde y pienso “si ella lo hace no debe ser tan peligroso” así que le pregunto si la puedo acompañar y me siento a recibir el viento de frente y dejar mis pies colgando mientras pienso “ahora sí estoy en un tren indio, esto si es de verdad” (no puedo quitar de mi cabeza las imágenes de racimos humanos y hombres en los techos). Estaba acomodándome cuando siento un golpe de algo húmedo en mis piernas, mi compañera sonríe y también se sacude su sari del líquido, le preguntó “¿qué es?, y ella responde “agua”, “uf, menos mal no es café caliente” digo con una sonrisa y ella se ríe con ganas, hemos roto el hielo.
El trayecto del tren continuó con una fluida conversación que ella dirigía pues quería saber mucho de mí y no daba tiempo para preguntar sobre ella, Una a otra se sucedían las preguntas: ¿de dónde venía?, ¿Por qué había ido a Trivandrum?, ¿Cómo lo encontraba?, ¿Qué pensaba del paisaje?, y luego empezar a opinar sobre mis planes de viaje mochilero, las señoras detrás de mi intervenían de vez en cuando para dar sus opiniones, me despojaron de mi morral (entiendo que parecía muy incómodo así que decidieron ubicarlo en otro lugar y yo no conseguí oponerme lo suficiente, creo que debí dejar la impresión de tener un tic nervioso pues cada dos por tres me veía obligada a mirar si estaba aún en el lugar en que habían decidido ubicarlo) y discutieron todas las opciones de rutas y sitios que yo había diseñado para el viaje mientras comentaban sobre nuevas posibilidades y daban sus propias ideas.
El viaje fue muy agradable, lleno de sonrisas y un paisaje que a mi se me antojaba el de una carretera colombiana, si no fuera por las ropas de las personas que se atravesaban en el paisaje, pero sobre todo era la primera vez en una semana que me sentía parte de un grupo (tengo que admitir que la mayor parte del tiempo estuve entre colegas y no fue mucha la oportunidad de “andar por ahí”, pero es a esos momentos a los que me refiero), Cuando llegué a mi destino nos despedimos todas como viejas amigas y la mirada de reproche, si bien no se diluía del todo, era imperceptible.
El último día tenía toda la información necesaria para acudir a un Centro Médico público de medicina Ayurveda en Varkala (una playa turística en la que se ofrecen cursos, terapias, masajes, baños de vapor en “spas” a precio de turista occidental, que sigue siendo muy razonable, pero al lado hay este lugar en donde por US$0,25 los indios tienen una sesión de baños de vapores recetada por un médico de esta especialidad, es un centro público y bastante contrastante con lo que sucede a su alrededor). Antes de las 9am me presenté a hacer fila en el consultorio del médico con las dos toallas sacadas del hotel y dispuesta a ver en que consistía el tal “steam bath” (baño de vapor), las mujeres empezaron a llegar y a hacer fila, todas me miraban con reprobación y sonreian a modo de saludo, ninguna hablaba inglés, todas huíamos del sol y hacíamos fila. Llega el médico quien no habla inglés y se rehusa a hablar conmigo indicando que debería esperar. Llega una doctora, ella me pregunta la causa de mi consulta y yo invento que problemas digestivos, que quería ensayar el remedio con el “steam bath”. Me cobra 5 veces más que a los indios (US$1.25) y me envía al baño.
Mucho más allá de las instalaciones que podrían describirse como decadentes, cuartos dispersos construidos en cemento, sin ventanas para garantizar la circulación del aire en medio de un clima húmedo y caluroso, terreno árido, pocas matas y ninguna señalización, la experiencia que tuve es la de un rito cultural que la gente hace con convicción y que conocen de siempre. Mi sensación fue que compartí un momento cotidiano de un rito que se ha repetido por años y años en el que no importa el lugar sino lo que sucede allí, donde los protagonistas son las personas y forma parte de un rito social, colectivo.
Seguí a las mujeres que salieron del médico antes que yo y entendí que debía ir hasta el final de la sucesión de cuartos, allí estaba el “steam bath” para mujeres. Llegué a una habitación con mucha humedad, grande, en la que sólo se encuentra una caja de madera por la que sale la cara de una mujer, una butaca en la que se sienta la encargada del baño y una puerta que lleva al cuarto de la ducha. Se me indica con gestos que debo quitarme la ropa y envolverme en una de las toallas, veo que el proceso debo hacerlo evitando que el cuerpo quede expuesto a la vista de las demás (sí, no como en un vestier de piscina de los que conocemos por acá). Las mujeres lo hacen todo charlando, yo podía imaginar amenas conversaciones sobre sus familias, sobre las comidas, sobre el clima, sobre todo, sin embargo, era claro que ese día el tema de conversación era yo, yo y lo extraña que era yo. Me concentré en el proceso de desvestirme que no fue fácil pues ellas en lugar de toallas llevan una especie de sábana cilíndrica que permite el acto de vestirse o desvestirse y cubrirse simultáneamente, yo en cambio debía sustituir mi ropa por una pequeña toalla de hotel… eso parecía justificar nuevamente las miradas curiosas sustituidas por miradas de reproche… seguidas de voces que yo no entendía pero que podía imaginar, al fin y al cabo yo era el tema del día.
Finalmente es mi turno, sale la señora del aparato y soy invitada a entrar con muchos ademanes de advertencia sobre cómo sentarme, sobre no entrar al lugar con mis sandalias, etc., entro, cierran el cajón acomodan la segunda toalla en torno a mi cuello y comienza el tiempo en que debo estar encerrada a merced del vapor y las hierbas. Mis ojos ven a 4 mujeres que me miran y hablan… de mí (claro), de repente todas empiezan a hacer gestos que me indican que debo soltarme la toalla dentro del aparato ese y restregar mi cuerpo con mis manos y con fuerza, imagino que me dicen que debo hacerlo de forma que salgan todas las impurezas, no por nada es un “baño”. Mis tutoras no pueden ver lo que sucede dentro del cajón de madera pero, todas insisten en la mímica, deben ser movimientos fuertes y seguros, sonríen con la seguridad de quien sabe lo que hace y la satisfacción de tener una alumna aplicada. Unos minutos después me tapan la cara con la toalla del cuello y esperamos otro poco, cuando la destapan la encargada me pregunta algo a lo que sin entender digo “ok” y me liberan del cajón (mmm, hubiera aguantado un rato más, pero todo indica que dije que era suficiente), vuelve la mímica, ahora se me informa que debo pasar a la ducha.
En el cuarto de al lado igual o más aústero que el anterior está la ducha, una letrina y un mueble en baldosín, miro todo y decido que puedo darme un duchazo rápido y después en el hotel hacer algo más en serio, sin embargo pronto descubro que ¡no soy yo quien decide!. La mujer que me precedió en el cajón esta terminando su ducha, me sonríe y me da paso para la ducha mientras ella se seca (esta tomando la ducha envuelta en esa sábana tubular). Sigo su ejemplo y procedo a un duchazo rápido con la toallita de hotel cubriéndome, suficiente y salgo.¡NO!, la señora me devuelve a la ducha y me indica nuevamente con gestos que debo continuar el ritual, que, otra vez, se trata de movimientos fuertes y seguros, de restregar mi cuerpo bajo el agua, como si debiera eliminar impurezas, se entiende que eso debe hacerse envuelta. Regreso a la ducha con su mirada (y sonrisa) sobre mi cuello, lo intento sujetando mi pequeña toalla bajo la mirada inquisidora de mi acompañante. Se escucha sobre el sonido del agua la información que mi compañera de baño transmite a las otras mujeres de afuera, ella seca su pelo y con voz de reproche pero amable explica, simultáneamente con mímica, repite una y otra vez lo que debo hacer, ella estaba allí para enseñarle a esta chica que no sabe.
El rito de intentar salir de la ducha se repitió varias veces y siempre fui regresada al agua. En algún punto decidí dejar caer la toalla y concentrarme en el ritual de frotar con fuerza para eliminar impurezas, todo indicaba que solo así podría salir del baño y… fue en ese momento cuando mi guardiana dejó de hacer la interventoría… Salí del baño y nuevamente todas las miradas estaban sobre mí. El problema ahora era mi pelo húmedo, ya me lo había advertido mi guardiana quien mientras yo me bañaba se secaba el pelo con la toalla y mucha fuerza, todas lo discuten y comienza la mímica para explicarme que debo secar mi pelo muy bien. Sonrío y continúo vistiéndome, las ignoro intencionalmente sin poder explicarles que la única de mis dos toallitas que serviría para algo en un secado de pelo sería la que tengo envuelta en el cuerpo (la otra destila agua por todos lados), mientras tanto intento averiguar ¿cómo lo hacen ellas?, ¿cómo consiguen tener siempre alguna toalla a disposición que no parece una ducha por sí misma?. La sala esta en el máximo nivel de desaprobación todas hablan de lo mal que lo hago, sienten que es imposible que me vista con el cabello mojado, y sólo cuando termino de vestirme y empiezo a secarlo… se siente el descanso, las sonrisas, las miradas y palabras de aprobación. Al final cuando estamos todas listas para salir hay un ambiente de camaradería y siento como si hubiera superado una dura prueba, aunque si lo pienso mejor en general no es otra cosa que un proceso de aprendizaje cultural… ¿cuántas cosas no hemos aprendido solo mirando a los demás, dándonos las instrucciones que necesitamos y de repente la cosa es tan normal para todos que forma parte de nuestra forma de vida y cultura?.
Al final los encuentros en entornos de mujeres fueron para mi la verdadera India que conocí, pues se trata de espacios de su vida cotidiana, no eran escenas turísticas y creo además que fueron encuentros de amigas, una excusa para apoyarme en un proceso de aprendizaje con miradas complices, palabras y sonrisas que son lenguaje común entre nosotras… aprendí mucho, ¡sí señores!.
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