En las horas que corren se viven dos momentos aciagos en el fútbol colombiano. Uno por cuenta del seleccionado nacional, con su lamentable desempeño en las eliminatorias rumbo a Brasil 2014, y el otro con la posibilidad cada vez más grande de que se vaya a la categoría B uno de los históricos del campeonato profesional de primera división.
La debacle colombiana
No es una exageración decir que casi todos los aficionados al fútbol quedamos complacidos tras la juiciosa presentación de Colombia cuando debutó en la ronda clasificatoria en La Paz ante Bolivia. El combinado tricolor dio una demostración de practicidad, de cómo replegarse para soportar el asedio local y pasar a la fase ofensiva en el momento justo para coger a contrapié a un equipo boliviano volcado al ataque.
El nuevo entrenador Leonel Álvarez fue el héroe de la película. Desde las vacas sagradas del periodismo deportivo radial y escrito, hasta los directores técnicos de cafetería, fueron todos elogios por haber logrado mantener un esquema compacto con el que se evitó que los nuestros se hubieran quedado sin aire a 3.600 metros de altura, y en donde en tiempos recientes hasta Brasil y Argentina han soportado tremendas humillaciones.
Con el argumento de la altura se cambió la sede de Colombia de Bogotá a Barranquilla, porque, supuestamente, en la capital el equipo se quedaba sin aire, y dado el corto período de adaptación que hay entre las convocatorias y el día de los partidos, era una desventaja jugar a los 2.600 metros de El Campín, mientras que era mejor jugar a 38 grados a la sombra y con una humedad sofocante que derrumba a cualquier equipo visitante en el gramado del estadio Metropolitano. Además, si eso no era suficiente, el ambiente festivo y la presión del público serían un factor extra en contra de los rivales.
La hecatombre tuvo su primer episodio contra Venezuela, combinado que históricamente está acostumbrado a jugar en calores como los de Maracaibo, Puerto La Cruz, Puerto Ordaz, Caracas y otras cuantas ciudades tropicales de la tierra de Simón Bolívar entre las que se rota la localía de la vinotinto. Colombia jugó de manera si acaso aceptable durante el primer tiempo, pero en la complementaria, el equipo “patriota” fue el que terminó moviéndose como si fuera el local. Los colombianos se veían lentos, agotados y sus desplazamientos eran torpes. Para colmo de males, pasaban los minutos y Álvarez no hacía cambios. El gol de Guarín obtenido al inicio de la primera parte era una pírrica diferencia, pero al fin y al cabo suficiente para quedarse con los tres puntos. Si no se podían hacer más goles, era el momento de replantear el esquema y mantener el marcador cuando los venezolanos se fueron encima del arco de Ospina. Teófilo Gutiérrez jugó un partido espantoso, pero apenas fue sustituido cuando faltaban menos de 10 minutos y Venezuela ya había empatado. Más deplorable todavía fue meter a Dayro Moreno faltando dos minutos. Eso es echar a la guerra a un jugador cuando no hay nada qué hacer.
Las unánimes calificaciones de excelencia que consiguió Álvarez por su épica victoria en Bolivia se fueron transformando en reproches. El técnico venezolano César Farías le ganó de oficio a nuestro DT, que lució como un principiante que no sabe leer los partidos y que hace los cambios cuando ya es demasiado tarde. Fue un empate con sabor a derrota para Colombia, pero aún faltaban más sinsabores.
Con la llegada de Argentina, la presión del público hacia los visitantes se convirtió en una nutrida recepción de seguidores de Lionel Messi y de fans femeninas de los jugadores caribonitos del seleccionado gaucho, para tomarles fotos y pedirles autógrafos. Se llegó hasta el punto en que el connotado Fernando Niembro, de Fox Sports, entrevistó a un colombiano, más vernáculo que una butifarra o un bollo 'e yuca, ataviado con la camiseta albiceleste y hablando con acento porteño. Así las cosas, los argentinos lo que menos sintieron fue en un ambiente adverso que los incomodara.
El drama del partido ante Venezuela se repitió frente a Argentina pero con resultados aún más catastróficos. Colombia aguantó apenas un pedazo del primer tiempo, hizo el 1-0 —que fue autogol de Mascherano— y se quedó sin piernas, sin aire, sin agua. ¿Y los argentinos? ¿Estaban deshidratados? NO. ¿Estaban sofocados por el calor? NO. ¿Caminaban la cancha haciendo jarras? NO. ¿Sintieron la bulla del público? NO. El segundo tiempo fue un paseo a cuatro piernas entre Messi y Agüero, que le ganaron siempre la espalda a una zaga colombiana que regresaba a velocidad de funeral. Con todo y lo mal que jugaba Colombia, Zúñiga tuvo la opción de haber cambiado la historia del partido en una jugada individual para enmarcar, pero llegado el instante definitivo se acordó de que era un defensor y pateó un manso tiro de tres pesos. Como las cosas cuando están mal siempre tienden a empeorar, Leonel Álvarez se pifió en los cambios, vino el 2-1 y se acabó la ilusión.
De nueve puntos posibles, Colombia únicamente logró cuatro, con el agravante de que no ganó ninguno de los dos juegos de local en una plaza en donde se dice que tenemos todas las ventajas sobre quienes nos visitan. En la eliminatoria anterior, haciendo corte en esta misma instancia, el seleccionado cafetero tenía ocho puntos (con un partido más, ante Brasil), fruto de dos empates como visitante y dos victorias de local, precisamente ante Venezuela y Argentina, en un estadio en donde se dice que la altura nos afecta y el ambiente no es acogedor hacia nuestros futbolistas.
No hay que llamarse a engaños. Si no hay equipo y, sobre todo, si no hay técnico, Colombia podrá jugar en Wembley, hospedarse en las mejores suites y el público gritar hasta quedarse ronco, que igual no clasificaremos. Las sedes no juegan si no hay una buena adaptación. El triunfo ante Bolivia fue un espejismo que se rompió en mil pedazos en los dos encuentros siguientes. Pero estamos a tiempo de enderezar el camino. Faltan ocho meses para los dos próximos juegos de eliminatoria, ambos de visitante ante Ecuador y Perú. De aquí hasta esos días se puede cambiar todo, pero hay que empezar de una vez, porque como el propio DT lo dice “si es ya, es ya…”
La debacle americana
Agobiado por una crisis económica, institucional y deportiva, América, trece veces campeón del fútbol profesional, múltiple finalista de la Copa Libertadores, campeón de la Merconorte y el equipo colombiano que ha ocupado el puesto más alto en el escalafón mundial de clubes, está a un paso de irse a la primera B.
Esta es la consecuencia de años de malos manejos, acallados por unas cuantas buenas campañas, que aunque distaban de ser las gestas de las épocas de Gabriel Ochoa Uribe, sirvieron para ganar títulos. Pero América tenía el alma vendida al diablo, literalmente. La lista Clinton terminó por hacerlo inviable desde el punto de vista empresarial, y todos los intentos por salvarlo hasta ahora fracasaron. Con unas finanzas de extrema pobreza se armó un equipo apenas para el gasto, y con tres temporadas seguidas de resultados mediocres, con técnicos mediocres y jugadores mediocres, el sueño de los que odian a la divisa escarlata puede hacérseles realidad en menos de un mes.
América se salvó del descenso directo porque el lastre de malos puntajes del Deportivo Pereira en 2009 y 2010 era imposible de mejorar y el cuadro matecaña quedó condenado desde hace varias semanas a jugar el año entrante en la B. Sin embargo, los Diablos Rojos tuvieron la oportunidad de escapar a la promoción, obteniendo sus propios resultados y así no entrar a depender de nadie. Debido a compromisos internacionales de algunos de sus contrincantes y de la ocupación del estadio Pascual Guerrero para un evento musical, América tuvo una serie de partidos aplazados, en los que consiguió una cantidad notable de puntos (diez de doce), que hicieron pensar que el milagro era posible y que el novel adiestrador Wilson Piedrahíta al fin había encontrado la manera de hacer funcionar una nómina cuyo promedio de edad supera con creces los 30 años.
Pero luego todo se vino abajo. Pasada la racha de juegos pospuestos, en los siguientes cuatro encuentros América solamente hizo un punto, y para que duela más, perdió dos partidos de local y se botaron dos penas máximas que habrían significado mejores resultados. Por si esto fuera poco, Envigado e Itagüí sumaban de a tres en cada fecha.
Faltando tres partidos para que termine la fase regular del torneo Finalización 2011, América ya no depende de sí mismo para salvarse de la serie de promoción. Tendría que ganar los nueve puntos que le quedan por jugar y esperar a que Itagüí sólo haga dos y que Envigado no consiga ninguno. Son cuentas que el hincha hace con el corazón, pero que no tienen ningún fundamento. El cuadro rojo debe enfocarse en los 180 minutos que lo separan de seguir con vida o caer al infierno del que pocos han regresado (Cúcuta duró diez años en la B y Unión Magdalena y Atlético Bucaramanga siguen allá). El historial indica que hasta la fecha todos los equipos de la A que jugaron la promoción le ganaron a sus contrapartes de la B y mantuvieron la categoría. Eso es un aliciente que da una pequeña luz de optimismo al aficionado escarlata. Pero hay que tener encuenta un espejo reciente en Argentina, en donde River Plate, con sus pergaminos y su grandeza, cayó ante Belgrano, y que en el caso local, estamos hablando del América, el equipo al que le suceden cosas que a nadie más le pasan.