
François repasaba una vez más la lista de conferencias de cardiología que daría en Bogotá. La verdad es que el trajín del trabajo en los últimos días, sumado a la cantaleta de su insoportable ex esposa de que no se arriesgara a viajar a un país tan violento como Colombia, como lo atestiguaban las múltiples noticias de muerte y terrorismo que ocasionalmente veía por TV, en su apartamento de París (cuando le quedaba tiempo), lo habían puesto muy nervioso. Y ese dolor del pecho, que no podía ser otra cosa que el efecto de la comida prefabricada del avión. Viajar en primera con una aerolínea colombiana, tampoco era garantía de un vuelo placentero, pensaba. Súbitamente el dolor se agudizó, sentía como si un elefante se le parara encima del pecho. Nunca pensó que moriría de manera tan irónica. Y lo que hace unos pocos segundos pensaba que era un simple malestar estomacal, pasó a ser un infarto. Mientras tanto la azafata se percate de que Monsieur Rochelle está caído de medio lado en su silla hacía el corredor del avión. Lo toca en la espalda, luego lo sacude, lo llama por su nombre, pero no responde. Inmediatamente llama a Rosa, su compañera, y lo colocan con mucho cuidado y trabajo, bocarriba, sobre el suelo. Helena extiende el cuello, para abrirle la vía aérea, e iniciar las maniobras básicas de reanimación. No respira. Rosa llega con un pequeño aparato, en forma de grabadora de los años setenta, con la inscripción AED encima, y saca unos extraños parches y los pega al tórax de Monsieur Rochelle. Mientras tanto Helena ya le ha dado cuatro ciclos de dos respiraciones boca a boca, y 15 compresiones torácicas rápidas. Daniel, otro asistente de vuelo, llega con una pequeña botella verde de oxígeno, y una máscara facial. Rosa oprime el botón de ON del extraño aparato, y luego pega los aún más extraños parches adhesivos al tórax del paciente, y los conecta al aparato, y luego oprime un enorme botón que dice ANALYZE.
[sigue…]