Un héroe suele ser grande, fuerte y apuesto, como Conan, Kull, Superman o Flash Gordon. Casi siempre lucha por la “justicia”, es decir, por implantar el mismo sistema gubernamental y legal que rige al creador del héroe: el Aragorn de Tolkien quiere volver a ser Rey, y con su reinado acabarán los problemas de la Tierra Media. Flash Gordon TIENE que derrocar a Ming, un tirano absolutista, mientras combate con algunas “tribus primitivas” de Mongo que carecen de gobierno y son lideradas por su consejo de ancianos.
Elric de Melniboné nació para ser Emperador de una isla que antaño gobernaba el mundo de los Reinos Jóvenes. Es albino, lo que le confiere una belleza más bien exótica a causa de la cual le dicen “demonio blanco”. Y sin ayuda de ciertas drogas, Elric no puede tenerse en pie: es débil y nadie se atrevería a llamarlo saludable.
No quiere ser Emperador; parte a la aventura, dejando en su trono a su primo Yrkoon, su principal enemigo, y abandonando a su amada Cymoril, para buscar, no poder ni conocimiento, sino nuevas perspectivas sobre el poder y el conocimiento que ya son suyos. Posee una espada mágica que intenta, con todas sus fuerzas, no usar sino en el último extremo, aún cuando sabe que las almas que su espada-demonio Stormbringer consuma durante la lucha le darán fuerza a su cuerpo enclenque. Su mentor, en lugar del benévolo y anciano sabio al que la fantasía nos tiene acostumbrados, es un demonio del Caos. Porque, además, Elric no es un hombre bueno. Malo tampoco, hay que anotar. Es bastante humano a pesar de que los melniboneses no son de todo humanos.

Michael Moorcock creó a Elric como una de las encarnaciones del Campeón Eterno, y sabía, desde el primero de los libros de la saga del albino, que en esta ocasión el Campeón no iba precisamente a salvar al mundo. Por el contrario, la saga del Lobo Blanco – otro de los innumerables sobrenombres para el héroe de Moorcock – cuenta el final del mundo de los Reinos Jóvenes, al tiempo que a través de sus páginas el autor presenta una posición ideológica de resistencia, si no de izquierda, contrapuesta al retorno a las antíguas tradiciones defendido por un Tolkien católico derechista desde su saga de la Tierra Media. De otro lado, los héroes de Moorcock – no sólo Elric – se caracterizan por ser esencialmente diferentes dentro de su entorno y poco aptos para el heroísmo. Al mismo tiempo, mientras que héroes más tradicionales luchan de manera abierta por la conservación o recuperación de lo que es “bueno”, los dilemas morales de Elric lo hacen oscilar entre la Ley y el Caos, dos conceptos no necesariamente relacionados con el bien y el mal, dualidad que parece resultar artificiosa para Moorcock, aparte de que ambas dualidades no son mútuamente excluyentes. Más aún, la profunda humanidad de Elric lo aleja otro paso de sus hermanos en armas literarios, toda vez que no siempre hace “lo correcto” y en cambio cede con facilidad ante sus impulsos más primarios.

En pocas palabras, lo más interesante de Elric, haciéndolo especial dentro del género heroico, es que el lector lo encuentra más cercano en cuanto exhibe, sin vergüenza, todas las debilidades y defectos de los seres humanos; es más humano que el lector, lo que convierte al lector, a su vez, en héroe. Al degustar las novelas de Elric, en lugar de sentirnos inferiores, nos acercamos más a nuestro propio, imperceptible, cotidiano heroísmo.