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Columnas

Las voces de equinoXio

Un acto de humanismo

Ciencia y conciencia > Columnas Por: Thilo Hanisch Luque

14 dAmerica/Bogota Abril dAmerica/Bogota 2007 12:56 COT

“Es una cuestión de cuando sucederá, no si sucederá”. La primera vez que escuché esta frase, me pareció de novela. Me parece que la escuché por primera vez en el cine, cuando fui a ver Armageddon (1998). Luego seguía escuchándola una y otra vez, bien fuera en otras películas, o en documentales de la National Geographic, y recientemente la volví a escuchar en artículo que cita a Mónica Grady, una experta en meteoritos de la Open University: “Es una cuestión de cuando sucederá, no si sucederá, que un NEO* choque con la Tierra”. Si bien la frase ya ha perdido su encanto y tono dramático original, en todas las ocasiones que la he escuchado, ha sido pronunciada con respecto a lo que se considera un evento futuro del cual la comunidad científica tiene certeza total de que ocurrirá, como lo es el choque de un asteroide contra nuestro planeta, con el potencial de aniquilar todo vestigio de vida.

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La montaña luminosa

Columnas > Nota con fusa Por: Bailarina

13 dAmerica/Bogota Abril dAmerica/Bogota 2007 13:24 COT

Era imposible dejar a un lado el tema de “la tierra del Huila que me vio nacer” como dice el bambuco. Así es, nací en el Huila, al sur del país en un pueblo llamado Pitalito al sur del departamento –o sea que soy de los más sur del sur- donde otrora fuera una laguna habitada por los indios laboyos, llamado en ese entonces Valle de Laboyos y de ahí el gentilicio de laboyanos.

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La sede de las eliminatorias

Columnas > Con los taches arriba Por: Rafa XIII

12 dAmerica/Bogota Abril dAmerica/Bogota 2007 12:01 COT

La selección Colombia durante el repechaje para el Mundial de México 86

La selección Colombia durante el repechaje para el Mundial de México 86

Hace pocos días, un emisario de la FIFA estuvo de visita en Colombia para hacer una inspección a varios de los estadios postulados por la Federación Colombiana de Fútbol, como tentativas sedes de la fase clasificatoria al Mundial de Fútbol 2010 en Sudáfrica.

Ya hablamos de sedes, no de una sede única, como en anteriores ocasiones, pues parece que nuestros insignes dirigentes futboleros al fin se percataron de que -además de viajar, engullir banquetes y libar todo el licor que pueden a costillas del presupuesto asignado oficialmente o de los aportes del grupo de don Julio Mario- los tienen en esos cargos para que sirvan de algo y hagan valer el derecho que cada país tiene de jugar de local en donde mejor le convenga.

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Represión, pobreza e incertidumbre en Zimbabue

Ciudadano del mundo > Columnas Por: Julián Ortega Martínez

12 dAmerica/Bogota Abril dAmerica/Bogota 2007 0:01 COT

La aparente prosperidad en la capital Harare contrasta con la pobreza en que se halla sumido el 80% de los zimbabuenses (Foto: Damien Farrell, licencia CC-BY-SA)

La aparente prosperidad en la capital Harare contrasta con la pobreza en que se halla sumido el 80% de los zimbabuenses (Foto: Damien Farrell, licencia CC-BY-SA)

Robert Mugabe dijo en alguna ocasión que gobernaría hasta que tuviera 100 años. Tiene 83. Y por primera vez en mucho tiempo, su posición presidencial peligra, no tanto por la oposición, a la que tiene controlada mediante la represión y la intimidación, ni por la grave situación económica y social de su país, sino por la división al interior de su partido político, que no obstante lo postuló candidato a las elecciones del próximo año.

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1985metal

Columnas > Una mente vulgar Por: DieGoth

9 dAmerica/Bogota Abril dAmerica/Bogota 2007 0:01 COT

"Rock and roll es pura música basura
Un poco transformada para que suene igual
Pintamos el mono pero no es de los mismos
Plagiando y copiando como todos los demás"

Los Prisioneros – We are South American rockers

¿Eres músico de rock y además latinoamericano? Creo que no te gustará lo que tengo que decirte.

Te habrás preguntado por qué es tan difícil en estos países surgir en el mundo artístico, especialmente si te dedicas a algo poco comercial como el rock. También te preguntarás por qué los empresarios corren a apoyar a cualquier aullador populachero de oficio y no a ti, que tienes talento, eres original, moderno, vanguardista, en fin, rockero.

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Murphy y las canicas espaciales

Ciencia y conciencia > Columnas Por: Thilo Hanisch Luque

7 dAmerica/Bogota Abril dAmerica/Bogota 2007 19:52 COT

El 20 de julio de 1969, el astronauta Neil Armstrong pisó por primera vez la luna y emitió la famosa frase: “Un pequeño paso para un hombre, un salto gigantesco para la Humanidad”. Lo que muchos no intuían era que el programa espacial de la NASA, y en especial la misión del Apolo 11 y posteriores, eran el resultado de un ingente esfuerzo de muchísimas personas, entre ingenieros, astrofísicos, técnicos, etc., y cuya misión era dedicarse a ser pesimistas de forma sistemática, para ver qué podría salir mal.

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Fuego en el Arcade

Columnas > Vinilo Por: Ruby Tuesday

7 dAmerica/Bogota Abril dAmerica/Bogota 2007 0:01 COT

Portada de 'Funeral'

Portada de su primer álbum, Funeral (2003)

A veces me atrevo a pensar que en la actualidad no hay muchas cosas rescatables en la música. Tal vez es debido al existencialismo manejado en mi generación o tal vez por la misma decadencia musical y la falta de creatividad que tienen quienes se hacen llamar ‘artistas’. Pero eso no es más que una apreciación y un concepto personal, un concepto que cambió hace algunos días cuando llegó a mis oídos una banda que si bien es ‘reciente’ tiene todo lo que una buena banda veterana y con trabajo de años y casi décadas puede lograr: The Arcade Fire (el The lo pueden quitar o poner según su gusto, a ellos parece no molestarles).

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Adalberto Agudelo Duque

Columnas > Las torres de Tanelorn Por: Beto Agudelo

5 dAmerica/Bogota Abril dAmerica/Bogota 2007 0:01 COT

Para abordar una obra literaria, hay planchas, garfios, cuerdas y escaleras de mano en cantidad igual o mayor a la de los términos que pueden usarse para definir el fondo de esa misma obra. De hecho, habrá tantos abordajes como lectores lleguen a aprehenderla. Sin embargo, de todas esas palabras sólo unas pocas alcanzan el estado de Hechizo Mágico capaz de develar el misterio de la obra.

En el caso de la extensa producción literaria de Adalberto Agudelo Duque, tanto en el campo lírico como en el narrativo, el Hechizo es uno solo, y poderoso por añadidura. Es la Ciudad. Desde aquella sobrecogedora y poco conocida introducción literaria, fruto puro y notorio del autor que vivió en carne propia los sesenta y que se titula Suicidio por Reflexión, pasando por la poesía enmarcada entre asfalto, ventanas y fantasmas de Los espejos negros y Una puerta en la calle 74, hasta la visión barroca, muy urbana de las historias contadas en De rumba corrida, es la Ciudad el leitmotif que enlaza relatos y poemas. La Ciudad mágica que guía los pasos del enamorado hasta su amada. La ciudad ominosa, gótica, que oscurece el horizonte del pensador. La ciudad en ciernes por la que viven y mueren los colonizadores. O la ciudad futura donde la Muerte ya no tiene fuerza para impedir la perpetuación del amor.

Siempre la Ciudad, y aunque sin nombre y de ubicación indefinida, se trata en casi todas las ocasiones de la misma ciudad: la Manizales natal del escritor, “(…) Herida horizontal en mitad de la montaña (…)”, que ha sido maestra, muy estricta la mayoría de las veces, para Adalberto Agudelo Duque.

Xie-toc, hija del agua

Portada de Xie-toc

La más reciente novela de Adalberto Agudelo Duque, publicada en 2006 por Editorial Magisterio, no es ajena al leitmotif. Aunque, como pocas veces dentro de su obra, el contexto espacio-temporal se aleja de Manizales, la acción transcurre en un pasado que todos creemos conocer académicamente y durante un momento histórico que determinó el rumbo de los acontecimientos para todo un continente y que nos ha traido a este presente, que tantas veces quisiéramos cambiar. Ese momento es la infancia de la Ciudad – de muchas ciudades – en cuanto infancia de todo un sistema social que sembró la semilla de nuestros paradigmas cotidianos.

Pero hablar más podría atentar contra la integridad de una obra tan valiosa en su argumento como en la cuidada artesanía de su forma, prosa siempre móvil entre la narración y la poesía, prosa de Adalberto Agudelo Duque.

El Sancocho

Cuando, el año anterior, la división cultural del Banco de la República solicitó a Agudelo Duque la perticipación en el programa “Lector de Cuentos” en su ciudad, fue una sorpresa encontrarse con que, en lugar del análisis más o menos aburrido sobre el cuento como género literario con el que los demás participantes acompañaron su intervención, el escritor prefirió hablar sobre un tema más profano, estimulando las glándulas salivales de los asistentes por medio de una metáfora gastronómica que, por una parte, pone en evidencia de manera clara e indiscutible sus habilidades narrativas mientras por otra habla, en efecto, del cuento como género y como producto… dejando a todo el mundo hambriento en el proceso.

Como muestra del trabajo de Adalberto Agudelo Duque, su propia y particular versión sobre el cuento.

EL SANCOCHO

Lo bacano del sancocho es que su elaboración comienza en la almohada, en medio de los insomnios, no obscenos, en que nos da por pensar lo chévere que sería reunirnos alrededor de la mesa con Áster, Láscar, Abdénago y Mariaprimores. Lo primero es decidir qué. Si será de pescado, costilla, espinazo, cola, gallina o de las tres carnes. De gallina no va porque es muy difícil encontrar el tal plumífero fresco y blando que dé un buen caldo, con grandes ojos de grasa nadando en la superficie, y en el mercado se consiguen rilosas viejas de mirada lánguida y acusadora ya desahuciadas de toda ponencia. Y que no sea ajiaco. Que no sea tampoco como el de Buenaventura, mucho plátano y de aquello nada.

La decisión final depende de a cuántos vamos a invitar. A quiénes. Si se trata de amigos de reciente aparición en nuestras vidas o parientes a quienes debemos el homenaje de un cumpleaños. La otra pregunta es dónde. En la terraza de Áster, no, mucho viento. En la cocina de Láscar, no, muy pequeña. En la casa de Mariaprimores, no, la hermana y el papa son achepés. Paseo de olla menos. Jamás queda bueno, casi nunca prende el fogón, el humo enloquece y no paga el esfuerzo de cargar grandes ollas y mercados que se asolean, como que se pasan de punto y uno termina comiendo más por hambre que por deleite. No. Lo mejor será nuestra cocina, allí donde ya sabemos los resabios de las estufas, la sazón de las pitadoras y todo está cerca de la mano: cuchillos, cucharones, trinches, tablas de picar, espacio amplio en el poyo. Y ahora sí, calcular cantidades y costos, escoger fechas, determinar cuál será el toque final para que les guste a todos, les asiente bien, no lo sopeteen y lo dejen tirado en el fondo de la cazuela o del plato. Esa es otra variable. Cómo servirlo. En qué. Las cazuelas de barro son incómodas, se ladean y riegan, exigen servir la carne o las carnes aparte de revueltos y caldos. Los platos de porcelana también tienen inconvenientes: poco profundos, obligan repetir lo que más le gusta a cada cual y si cada cual se antoja de lo mismo, el resto se desperdicia.

Lo importante en este momento es no dejar nada al azar. Hay que darse un vueltón por los negocios para asegurar los ingredientes. Y de paso saber calidades y precios, no sea que por incuria o tacañería resulten la arracacha chumba o amarga, la yuca esterilluda o negra y el plátano muy jecho ya madurado en su verde vestido lo que le confiere un sabor dulzón que no contrasta o consabora, como podría decirse, con los otros revueltos. Con lo demás no hay problema: siempre se consiguen cilantro y perejil frescos, cebollas escogidas, pimentones que revientan de rojos, esmeraldas y amarillos y mazorcas de jugosos granos repletos de zumo blanco. Hay que definir, también, la papa: ¿parda, pastusa, San Félix, criolla, cherry?. La mejor es la morada, la de tamales: no se deshace, es una delicia en la boca, el paladar retoza de felicidad cuando los dientes la parten y los molares la trituran. Y combina muy bien con la cola.

Invitaremos pues a Felacio, Próculo, Eyáculo, Láster, Carlos, Mariabonita, Célima y nosotros tres, igual diez. La fecha, veintiuno de septiembre, seis y media de la tarde. Porque sancocho no es sinónimo de almuerzo. Puede ser cena o algo o mediasnueves o mediasonces o mediastreses. Aquí lo que juega es el motivo, la oportunidad de reunirse a departir de la vida, el amor, la literatura. Y está decidido. Será de cola. La cola tiene el problema de que la carne se rodea de una gruesa capa de grasa que se vuelve cebo en el caldo frío pero tiene la ventaja de que puede quitarse, no del todo, porque entonces quedaría magro, negro y chirle como dicen las señoras. Y deberá ser madurada para que suelte todos los jugos y se ablande bien durante la cocción.

Es hora de ir al mercado con la lista de ingredientes en el bolsillo. La visita al súper es una fiesta. Ver la paleta de colores en frutas y verduras, los verdes de todos los tonos, los amarillos que van desde el amarillo pollito al amarillo intenso; los rosados tenues que ganan en intensidad o se separan en el casi blanco y en el rojo escarlata de los poetas; los morados casi negros de uvas y ciruelas y en fin el frío de los congeladores que nos regalan la frescura necesaria para no arrepentirnos del sancocho. Además uno se goza la joven ama de casa que aprovecha la salidita para lucir sus escotes, el chicle bien ceñido, la expresión de complacencia escogiendo sabiamente, el cálculo de los haberes en la cartera o la tarjeta con cierto aire de preocupación y desasosiego porque todo tan caro, la plata no alcanza, el marido no aumenta la mesada y no come cualquier cosa. Van también parejas de abuelos con el encarte de los niños corriendo sus apuestas de aquí para allá, tropezando a todo el mundo, tumbando las pirámides de naranjas, limones, mandarinas o tarros de leche cuando no rompiendo contra el piso el frasco de salsa de tomate, mermelada o gaseosa. A veces se les ve gritar, llorar, patalear, el viejo indiferente y hasta divertido y la vieja, blanco de todas las miradas, mirando también a los otros pidiendo perdón o compasión. Y entonces sobreviene el ritual del pago: la fila larga y eterna, la pareja de recién que pide total cada cinco productos y termina devolviendo la mitad del mercado y la cajera, buenos días, tiene tarjeta, el ceño frío y duro, a veces acusador y el fastidio conque coge los empaques fríos y las panelas, el gesto ineludible de llevarse los dedos a la nariz para constatar a qué huele lo que pasó por el registro. En fin pasar al otro lado con la sorpresa de saber que la cuenta superó el cálculo, hacerse el loco y revisar la tirilla de reojo con la sospecha de que nos tumbaron.

El día señalado nos acometen otra vez el insomnio, la duda. ¿Sí quedará bueno? La yuca, base primaria de todo sancocho, ¿si estará fresca? Al escogerla, claro, nos dimos a la tarea de comprobar la piel fina color yuca ya casi desprendida y la cáscara fácil de soltar. Y por su parte la uña nos habló de su blancura y blandura, del blanco zumo almidonoso. En medio de la noche nos olemos las manos aún pasadas al picadillo que hicimos antes de acostarnos para adobar las quince porciones de cola bien escogidas: cebolla, una pizca de ajo, sal al gusto, untar bien en fisuras, agujeros y grasas. Uno no ve las santas horas de que salga el sol para saltar de la cama, correr al baño y la ducha y aprestar el poyo: ollas a un lado, tablas de picar al otro, al medio en canastillas, plátanos, papas, yucas, arracachas. En otro punto dispuestos en tazón de plástico, pimentones rojos, amarillos y verdes, ajos, cilantros, más cebolla. Y cerca, en la pared, cucharones, trinches y cuchillos. Ahora, agua a la pitadora, sumergir las carnes y encender la estufa. Antes de la primera pitada, el revuelto estará listo: el plátano pelado y trozado con las manos; la yuca en trozos grandes sin los correones de palo; las papas pelapapiadas; las arracachas raspadas. Hay que esperar el grito de entusiasmo de la válvula, quitar la tapa ya fría y darnos a la gloria de las pruebas: ¿Quedó simple? ¿Cogió bien el ajo? ¿Sabe bien el caldo? Cándidos ojos de grasa nos miran con la muda invitación para echar primero el plátano y con el hervor la papa; después la yuca y con el hervor las arracachas. Sabe bueno, no cabe duda: el caldo espeso concentra sabores y texturas, la carne está blanda, los huesos sustanciosos. Solo nos resta el secreto final: cilantro y cebolla bien picados, menuditos; el pimentón en cuadros no muy grandes no muy chiquitos; otra pizca de ajo, una punta de comino en polvo, revolver bien, agregar sal si es necesario. Pinchar los revueltos y las carnes. Cubrir la superficie del caldo, tapar sin válvula y mientras llegan los invitados asar las arepas sancocheras, ésas que parecen ovnis, y preparar los aguacates con zumo de limón para que no se pongan negros. Y otra vez la gloria de las pruebas. Listos cubiertos, vajillas y mesa, uno tiene la certeza de que nuestro sancocho es único, diferente del que hacen los demás, tiene tono, voz, ritmo, identidad, nos lo reconocen por el sabor, la personalidad.

Milagro científico

Ciencia y conciencia > Columnas Por: Thilo Hanisch Luque

29 dAmerica/Bogota Marzo dAmerica/Bogota 2007 7:34 COT

Este extraño hexágono, fotografiado en el polo norte del Planeta Saturno, ya había sido retratado hace más de dos décadas por las naves Voyager 1 y 2. Hace un par de días la nave exploratoria Cassini la volvió a fotografiar, confirmando que no se trata de alguna forma casual del gigante gaseoso, como cuando miramos una nube en el cielo y le atribuimos alguna forma caprichosa. Este hallazgo se suma a las espectaculares fotos logradas por la sonda Huygens el año pasado en la luna Titán, con sus ríos y lagos llenos de metano líquido.

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Mientras duró un suspiro

Columnas > Cultura Por: Carlos Uribe de los Ríos

28 dAmerica/Bogota Marzo dAmerica/Bogota 2007 8:29 COT

Fernando Ampuero y Jorge Franco
Fernando Ampuero y Jorge Franco

¿Qué le quedó a Medellín y cuánto le costó toda la parafernalia con los académicos, la gramática, los reyes de España y los cientos de invitados?

Los efectos han sido en general tan inmediatos y fugaces como las lluvias de estrellas. Vino el rey con su consorte y fueron escondidos por un grupillo de admiradores incondicionales que nos hicieron evocar las épocas del vasallaje criollo, sometido y proclive a la genuflexión.

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