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El vellocino desinflado

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jueves 16 de octubre de 2008 16:02 COT

Los que salen perdiendo siempre en esta clase de crisis son los que menos tienen. Así suene a cliché repetitivo. Los dueños de los emporios consiguen los apoyos –condicionados esta vez, parece- de los gobiernos, mientras los ejecutivos y responsables de la hecatombe salen impertérritos y premiados. La quiebra de empresas productivas, la parálisis de los créditos y de los negocios internacionales, la quietud de los mercados, el desempleo y la recesión que se viene, se estrellan contra las clases medias y con los pobres.

Uno puede entender –no sin dificultades ideológicas– que los Estados poderosos inviertan dinerales exorbitantes en los bancos que se quiebran, con el propósito de evitar pánicos muy peligrosos y la bancarrota de las economías. Pero no era posible aceptar que casi nunca los responsables de la recesión, los prepotentes señores de las finanzas, salieran llenos de millones como premio, aunque fuera por la puerta de atrás.

Menos mal, por ejemplo, que algunos gobiernos, comenzando por el que dirige Gordon Brown en Gran Bretaña, hayan sido claros en que este año no habrá tales gabelas para presidentes de bancos, de primero o de segundo piso, ni para los ejecutivos, ni para nadie, así haya alcanzado sus metas. Ya el daño es tan serio que no se alcanzará pronto a recuperar el hueco económico. Después, dijo Brown –como lo han exigido académicos y analistas en muchas partes– habría premios según los logros.

Los Estados poderosos y sus respectivos gobiernos responsables tienen buena parte de la culpa de lo que está sucediendo, pues para ser consecuentes con la aplicación cabal de la economía de mercado como sistema global, permitieron que las grandes multinacionales financieras hicieran en los últimos 25 años lo que les viniera en gana so pretexto de hacer fuertes los mercados y las competencias.

Pero los ejecutivos del más alto nivel, ya sin el control de las autoridades porque los Estados habían acordado, mediante leyes, no inmiscuirse, aprovecharon la oportunidad para fortalecer sus predicados filosóficos, para entronizar la derecha más tradicional que les garantizara estabilidad política, para realizar operaciones por fuera de todo control, y para sofisticar de tal modo los llamados productos financieros que pocos en verdad podían entender y prever las consecuencias de aquel libertinaje a favor de resultados estruendosos para muy pocos y salarios de miseria para la mayoría.

Prestaron sin límites para todo efecto, prometieron rendimientos de pirámide criolla, enredaron la filigrana de los negocios para hacerlos exclusivos de pocos, y aprovecharon además, con el visto bueno de las autoridades de hacienda, de las mismas empresas y de sus juntas directivas, hasta que aquel emporio artificial, de papeles y documentos, se vino al suelo.

Ramón Muñoz, en El País, de Madrid, decía el domingo anterior que los accionistas arruinados y los ahorradores o “los trabajadores despedidos se preguntan por qué en lugar de ser reclamados por los juzgados, los ejecutivos han salido sin hacer ruido por la puerta de atrás y con las carteras llenas. Sólo las cinco mayores firmas financieras de Wall Street -Merrill Lynch, JP Morgan, Lehman Brothers, Bear Stearns y Citigroup- pagaron más de tres mil millones de dólares en los últimos cinco años a sus máximos ejecutivos, justo en el periodo en el que éstos se dedicaron a inflar las cuentas, empaquetando en fondos y otros activos opacos, préstamos incobrables que han derivado en la mayor crisis financiera de la historia”. En este párrafo está claramente resumida buena parte del problema.

Pero lo grave de todo esto es que fueron los Estados y los gobiernos de turno los que dieron el visto bueno. El lamentable presidente George Bush lideró la última fase del experimento capitalista de la total liberalización de los mercados financieros, por encima mismo de los intereses específicos de las naciones, con el argumento de que era la más inteligente y la más rentable vía para el capitalismo contemporáneo. Y los países europeos le siguieron como borregos, ilusionados en promesas deslumbrantes y obsecuentes con el derrotero señalado por el líder del norte de América.

Hoy, los ejecutivos responsables cuentan sus millones en cuentas secretas y se preparan para su nueva embestida, una vez se aplaque la tormenta, dentro de varios años. Por fortuna, algunos jueces empiezan a investigar con discreción sus actuaciones.

Hoy, los gobiernos sacan sus tesoros a la carrera para atajar el desplome de los hiperbancos y evitar los demoledores pánicos financieros.

Hoy, las empresas productivas –de todo tamaño y en medio mundo- observan impotentes cómo se evapora su valor en las bolsas, cómo pierden los mercados, desaceleran su producción, reajustan sus metas y despiden los empleados.

Hoy, los mercados se aquietan, las transacciones se vuelven despaciosas y precavidas, los créditos se cierran y los dineros para comprar y pagar no estarán ya disponibles.

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Hoy, la gente tiene que entregar sus viviendas a los bancos hipotecarios porque no pueden asumir las deudas, devolver los autos nuevos que aún deben, entregar las tarjetas de crédito y alquilar caro en un mercado que se aprovecha de la necesidad.

Hoy nos preparamos a la carrera para desinflar los vellocinos de oro de otros que se convirtieron en nuestras vacas flacas.

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Un comentario a la entrada “El vellocino desinflado”

  1. Tequendamia
    viernes 17 de octubre de 2008, 16:39 COT
    1

    Uribe,

    Lo que está ocurriendo es el colapso de un sistema donde a un estafador se le pone como presidente de una corporación y se le pagan millones de dólares por reducir al mínimo el número de sus empleados y los salarios que estos ganan.

    Si entender que la base de consumidores la forman los mismos trabajadores que son despedidos y cuyos sueldos minimizados, los gobiernos fomentan este tipo de “gerencia” sumiendo a las corporaciones en una competencia implacable por reducir costos y maximizar ganancias. Ya a nivel de corporación esto refleja el efecto de acumulación del ingreso en una sola persona. Que una sola corporación hiciera esto tendría un efecto despreciable, pero que hayan metido al planeta entero en este cuento tienen efectos catastróficos.

    Ahora, si a ésto le añadimos que las corporaciones financieras funcionan multiplicando varias veces este efecto acumulativo de la riqueza lo que resulta es una acumulación casi exponencial de la riqueza en pocas manos y al mismo ritmo una desaparición del dinero de las manos del público solo puede esperarse un tragedia como la del dirigible Hindenburg, pues no hay plan de rescate económico que satisfaga este enorme apetito por el dinero de aquellos en la punta de la pirámide de la economía mundial.

    PD: No hay solución mientras el estafador corporativo con su salario desproporcionado sea el modelo de hombre al que los jóvenes de este siglo deben aspirar.



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