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Alejandro Rochat: tus ojos miran al cielo

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lunes 8 de agosto de 2011 0:01 COT

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La primera vez que vi a Alejandro no me sorprendió, hasta después de un rato, cuando pude apreciarlo tocando percusión y entonando cantos africanos con tal emoción que era imposible no sentir un escalofrío en todo el cuerpo. Pero la sorpresa fue mayor cuando supe que no sólo era un talentoso joven percusionista, sino que también tocaba acordeón, piano y otros instrumentos, y que tenía una característica que lo diferenciaba de cualquier otro músico: su invidencia.

Desde ese momento, Alejo entró en la lista de las personas que admiro. Sin embargo, su verdadera lucha está más allá del no poder ver la luz del sol.

Peor que nacer en un pesebre

Hace algunos años, en el barrio conocido como “Palenque” u “Obreros de Cristo” en los alrededores del cementerio en el municipio de La Ceja, se hallaba la zona de tolerancia. Bares, prostíbulos, cantinas y todo tipo de antros tenían asiento en esta zona. En uno de ellos trabajaba Dora Lilian Marín, madre biológica de Alejandro; ese sería su primer hogar.

En 1988, un accidente de trabajo de Dora Lilian tuvo como resultado el parto de Alejandro, en el hospital San Juan de Dios de La Ceja. Desde su primer día de vida, estuvo privado de ver el mundo que lo recibía y le iba a dar mil vueltas. “Mi enfermedad en los ojos fue de nacimiento porque mi mamá tenía sífilis, entonces al nacer se me infectaron, por eso yo tengo un ojo blanco. Antes eran ambos, pero el otro me lo sacaron más tarde”, cuenta Alejandro Rochat.

Sus primeros años no tuvo un hogar, ni una familia estable. Después de su nacimiento, y durante dos meses, Dora Lilian velaba por él cuando no tenía que trabajar, el resto del tiempo lo dejaba donde su amiga Marleny para que lo cuidara. Un día, Dora Lilian no regresó. Marleny tenía otro niño pequeño, por lo que no podía hacerse cargo de Alejandro, además de su problema ocular, entonces lo cobijó, lo llevó al bar donde trabajaba Dora y lo dejó debajo de un piano, sobre un costal de cabuya.

“A mí me encontraron unas monjas que fueron a hacer un recorrido salvando niños que vivían en la calle. Me hallaron en ese bar tres días después de que Marleny me dejara allá. Mi mamá no había vuelto por mí tampoco”, recuerda Alejo, quien continúa: “ese día salvaron doce niños, y yo estaba entre ellos”.

Pudieron ser los tres días más largos de su vida. Su mamá había consumido mucha droga y se encontraba en coma, por lo que nunca llegó por él. Cuando lo encontraron, sus desechos se habían adherido a su piel y parecían costras; el costal también se había insertado a su cuerpo y la piel de su espalda estaba estampada, como si hubiera pasado sobre una parrilla caliente.

Al sacarlo de ese lugar, fue trasladado al centro Caperucita Roja donde lo bañaron y lo llamaron Alejandro. Posteriormente fue inscrito en el programa de bienestar para encontrarle un hogar sustituto.

La primera familia que tuvo Alejandro fue la conformada por María Helena y Rafael. “Nosotros siempre habíamos recibido niños de bienestar para cuidarlos mientras les encontraban un hogar que los adoptara definitivamente”, cuenta Gloria, hija mayor de María Helena y Rafael, y dice “un viernes nos llamaron a decirnos que tenían un niño de dos meses. Nunca habíamos recibido un niño tan pequeño. Mamá fue a verlo y le preocupaba no sólo lo pequeño, sino su problema en los ojos; decía que no sabía qué o cómo iba a hacer; pero al verlo todo pequeñito, aseadito e indefenso en una cuna, dijo que sí.” Ahí empezó una etapa en la vida de Alejandro que él recuerda como “maravillosa”.

Entre Suiza y Colombia: Un drama a ojos cerrados

Fueron treinta y un meses en los que Alejandro compartió con la familia de María Helena. Era el niño consentido y todos lo querían, no sólo como un visitante foráneo al que se debe atender, sino como un miembro más de su familia. Ocasionalmente María Helena lo dejaba salir a la calle y todos en la cuadra lo conocían, cuidaban y protegían.

Cuando Alejandro tenía 33 meses, la señora Danielle Soussa, proveniente de Suiza, llegó a Colombia para adoptarlo. De un día para otro lo arrancó de la familia que lo había cuidado durante ese tiempo. “La señora que me llevó para Suiza —cuenta Alejo— no hablaba ni una palabra de español, vino con un intérprete. Cuando eso yo escasamente sabía algunas palabras como ‘mamá’, ‘papá’, ‘a la orden’, pero entendía todo. Yo tengo recuerdos muy precisos de lo que estaba sucediendo alrededor mío”.

“A Alejandro se lo llevaron por medio de una institución llamada ‘Tierra de Hombres’ en Suiza, que es, más o menos, como el Bienestar Familiar acá en Colombia”, afirma María Helena. Tierra de Hombres es un movimiento creado por Edmond Kaiser. “Apasionadamente comprometido contra todo tipo de injusticias, fundó en 1960 ‘Terre des hommes’. (…) La Federación Internacional (FITDH) está compuesta por once países miembros donde el Movimiento Terre des hommes está presente: Alemania, Canadá, Dinamarca, España, Francia, Holanda, Italia, Luxemburgo, Suiza y Siria”.

Al llegar a Suiza, Alejandro estuvo por lo menos un mes en condición de hijo único, aunque Danielle tenía otras dos hijas mayores, de 19 y 20 años. Una tenía problemas de drogadicción y la otra era casada. Transcurrido un mes, llegó a la casa Priyanca, una niña que había sido abandonada por su mamá en la India; tenía un año y medio de edad y Alejandro dos y medio; era la pequeña “hermana” que ahora él debía proteger.

Sus primeros doce meses en Suiza, Alejo los rememora como algo grato y agradable: “Nosotros vivíamos en una finca en Suiza. El primer año todo bien, porque yo era recién llegado de Colombia, me trataban muy bien, y para mí, ella era una amiga de María Helena. Yo pensaba que iba a ir a dormir unas noches allá y que después iba a volver a la familia. Yo no sabía que estaba en otro país (…) Cuando me adoptaron yo me llamaba Alejandro Marín que era el apellido de mi mamá, pero el nombre me lo pusieron en el Bienestar. Cuando llegamos a Suiza me cambiaron el nombre al francés y me llamaron Alexandre”.

Danielle era casada cuando adoptó a Alejandro y Priyanca. Al año de la llegada de los niños a su hogar, se divorció; ahí empezó el flagelo de los dos pequeños. Durante ese primer año, Tierra de Hombres había hecho algunas visitas y estaba pendiente de cómo iba el proceso con ellos; sin embargo, transcurrido ese tiempo, se desentendieron completamente y el proceso de adopción nunca se llevó a cabo. “Como el primer año todo iba bien —dice Alejandro—, ¿por qué habría de fallar? Pero así fue. A mí me criaron en una cuna de mentiras. Ella me decía que me había encontrado en un orfanato y me había rescatado, y eso no es verdad”.

La separación para Danielle marcó un cambio trascendental en sus vidas. Ya no era la misma con los niños: los maltrataba y castigaba dependiendo su estado de ánimo. A pesar de su edad, Alejandro no olvida la primera vez que “su mamá” les pegó: “yo me acuerdo el primer golpe que me dio, nunca me habían pegado antes, y yo ya hablaba francés y decía '¿por qué me pegaron?' '¿Qué hice yo para que me pegaran?'” Pero no era suficiente. Tras el rompimiento con su esposo los amantes abundaron en casa de la señora Soussa. Alejandro y Priyanca vieron cosas que, a su edad, ni siquiera sabían que existían. Drogas, alcohol, sexo, violencia: todo un desfile de acontecimientos que incluso trastornarían a un adulto. Alejandro tuvo que ser el protector de su hermana menor, ya que uno de los amantes de Danielle era militar y tenía un arma en su casa y acostumbraba dispararle a cualquier cosa. Aparte, no podían calmarle el hambre, pues la comida que había en casa era para los amantes de Danielle.

A los tres años y medio de edad, Alejandro conoció la música. Cuando se mudaron de casa, en su nueva residencia había un piano. Después de contemplarlo tímidamente, Alejandro lo tocó y empezó ese estrecho vínculo entre él y la música. Ese piano se convirtió no sólo en su mejor amigo: era el escape durante las peleas de Danielle con sus amantes y una manera de recordar la familia que había dejado en Colombia, sin saber cómo, cuándo ni por qué. Pero la vida lo seguiría llevando de un lado a otro. “Después nos tuvimos que mudar nuevamente de casa y desapareció el piano. Llegamos a otro pueblo y Danielle nunca estaba en la casa. A nosotros nos cuidaban sus hijas cuando podían, y cuando no, nosotros nos quedábamos solos en la casa; yo aprendí rápido a sobrevivir”, cuenta Alejandro con cierta melancolía.

Pero su primer encuentro frente a frente con la crudeza de la vida vendría luego. Alejandro cuenta con tristeza esa experiencia. “Me acuerdo una vez en un día de verano se fueron y se llevaron a mi hermanita, yo me quedé solito en la casa y tenía sed pero era muy chiquitico para alcanzar la llave de la puerta para ir a beber, la única pieza que estaba abierta era el baño, y como yo no podía subir hasta el lavamanos, me tocó beber agua del sanitario. Esa fue mi primera experiencia de soledad, yo nunca había estado solito. María Helena en Colombia siempre estaba pendiente de mí y esa fue la primera vez que me encontré con la soledad y la vida dura”.

A sus cinco años entró a una institución llamada CPHV (Centre Pédagogique pour Handicapés de la Vue). Allí aprendió el braille y tuvo otro encuentro con la música. Para todos era obligación escoger un instrumento y aprender a tocarlo, entonces Alejo escogió la batería. Creían que no sería capaz por ser un niño tan pequeño, pero en cuanto estuvo frente a ella, intentó tocar algunos ritmos que había escuchado y recordaba. Así, empezó a tocar batería con un maestro que le enseñó ritmos latinos y cubanos. La escuela se convirtió en su casa pues pasaba allá toda la semana, incluso en las noches. Cuando no podía, se quedaba en casa de unos hermanos que lo acogían ocasionalmente.

Cuando cumplió seis años, su “mamá” se casó con un africano. La historia no fue muy diferente a como había sido con sus amantes. “Un día —recuerda Alejo— ellos estaban peleando. Yo tenía cogida a mi hermanita para protegerla. Entonces el marido de Danielle nos cogió y le pegó delante de nosotros, le sacó mucha sangre. Luego me dijo que si decía algo, ya sabía lo que nos pasaría”. Durante un año, Alejandro se convirtió en testigo de toda clase de maltratos, insultos y violencia en su casa. Al llegar a su séptimo año de vida, Alejandro optó por la calle. Una pandilla se convirtió en su familia. Dormía en las calles, o en su casa, si Danielle no estaba.

Otro año miserable tuvo Alejandro, vagando por calles suizas, hasta que la policía lo detuvo y lo llevó a un hogar de niños callejeros, donde peleaba todo el día, todos los días. Cuando tuvo nueve años, fue trasladado a un hogar sustituto. De los siete a los nueve, para Alejandro no hubo navidad, ni cumpleaños; no había días o noches, sólo luchar para sobrevivir en un mundo donde los débiles son devorados por los más fuertes. Pero Alejo sobrevivió.

Cuando cumplió trece años, recibió un regalo que no se habría esperado. Una tarde, fue informado que alguien quería adoptarlo, y que ya estaba todo casi listo. Margaretha Rochat fue quien, desde ese momento, se convirtió en la luz que guiaría el camino de Alejandro; ella sería a quien, a partir de ese momento, podría llamar sin miedo alguno “mamá”.

Margaretha adoptó a Alejandro, lo cuidó, educó y quiso, durante cinco años, hasta que él, tratando de entender lo que había pasado en su vida, viajó a Colombia para buscar a su madre biológica, Dora Lilian Marín, de la que no sabía nada hasta entonces. Ni siquiera si el destino aún le tenía un cupo en esta tierra.

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El regreso a la tierra prometida

Cuando Alejandro volvió a Colombia lo hizo con el único propósito de encontrar a su mamá. Llegó a la casa que lo había acogido durante sus primeros meses de vida. María Helena y su familia lo recibieron con los brazos abiertos y lo hospedaron el tiempo que él se quedó realizando su búsqueda. Contrató un investigador para que le ayudara en su exploración; sin embargo, sus esfuerzos eran vanos. Todo apuntaba a que su madre ya no vivía; incluso en casa de María Helena le decían que dejara todo como estaba, que no tenía sentido su búsqueda y que lo más probable era que su mamá estuviera muerta.

Después de un tiempo, Alejandro se rindió. Viajó nuevamente para Suiza un domingo, dejando sus esperanzas enterradas en el olvido. Al martes siguiente, recibió un correo del detective. Su mamá estaba viva. Alejandro salió a la calle, corría, gritaba, abrazaba a todo mundo. Sintió, por un momento, que volvía a nacer. “A partir de ahí empezaron a cambiar muchas cosas en mi vida. Empecé a tocar música mucho mejor, a hacer mejor lo que hacía, fue como un despegue para mí”, recuerda Alejandro. El detective dejó el número de teléfono de su mamá. Sin pensarlo dos veces, la llamó. Esa primera llamada fue decisiva: era el primer contacto que tenía con su madre en toda su vida, después de 21 años. Así la recuerda Alejo:

“—¿Aló?

—Hola, soy Alejandro, el hijo de Dora Lilian

—¿Cómo así? ¡Dora, Dora!…

—¿Aló?

—Hola, mamá, soy Alejandro, su hijo

—Hola, hijo, ¿cómo estás?

—Bien…

—Y… mmm… bueno cuénteme algo.

—No, má, cuénteme algo usted…

No sabíamos qué decir, y así nos pasamos un rato hasta que hablamos tres horas de muchas cosas; del cómo, de por qué, preguntas, y yo todos los días la llamaba y hablábamos horas y horas y hablaba con mis hermanos, mis hermanas, mis tíos, mis tías”.

Cuatro meses después de esa primera llamada, Alejandro viajó a Colombia para conocer a su familia. Cuando llegó, el 5 de diciembre del 2009, al aeropuerto José María Córdoba de Rionegro, estaba nervioso. Temblaba y sudaba excesivamente. De repente, escuchó unos gritos en la entrada del aeropuerto “Alejo, Alejo”, y una ola de brazos lo arrasaron; risas, llantos, palabras, saludos. Pero ella, una mujer pequeñita y flaca, estaba a un lado, silenciosa, como quien no quiere que se note su presencia. Alejandro se acercó, la abrazó y le dijo “mamá, ya estoy acá con usted”. “Salimos para el barrio Cuatro Esquinas, en Rionegro, donde ellos vivían. Allá también me habían preparado una bienvenida. Por fin estaba con mi familia real”, cuenta Alejo.

La primera vez Alejandro estuvo allá un mes, se dedicó sólo a su mamá y sus hermanos. La convivencia era complicada porque sus cinco hermanos eran celosos. Creían que él les arrebataría el amor de su mamá. Luego viajó a Suiza y le dijo a su madre adoptiva que se iría definitivamente para Colombia. Aunque no fue fácil para ella, lo aceptó y, como siempre lo hacía, lo apoyó en su decisión. Realizó la papelería pertinente en Suiza y regresó.

Una noche, tuvo una fuerte pelea con su hermana. Su madre lo golpeó en la cara y Alejandro no lo aguantó. “En ese momento escuché una balacera —relata Alejandro—. Yo le dije a mi mamá que me iba: ‘que me maten si me van a matar, yo cumplí con mi sueño, la encontré a usted y ya estoy tranquilo’”. Alejandro salió de su casa en medio de la balacera. Le pagó mil pesos a un muchacho para que le rescatara el acordeón y otros quinientos pesos por el bastón. Esa noche durmió en un garaje, después de que lo atacaron unos perros. Al día siguiente, de alguna manera, llegó al parque, cansado, con hambre y sucio, se sentó y empezó a tocar su acordeón para recoger algunas monedas. Cuando tuvo algo, subió a un bus y viajó para La Ceja. “Cuando llegué, me bajé en el parque, estaba desubicado, y yo no sabía para dónde pegar. Yo me acordaba dónde quedaba el Hotel del Parque, fui allá y había recogido bastante, me di una noche lujosa en ese hotel, en un momento pasé de la pobreza extrema al lujo extremo”, recuerda Alejo.

Por fin pudo contactarse con Margaretha en Suiza. La esposa de su hijo Oscar, Elizabeth, estaba de viaje para Colombia. Cuando llegó se contactó con Alejo, le buscó apartamento y le compró lo necesario para vivir. Alejandro tenía una cuenta de ahorros en Suiza, y su mamá le mandaba dinero periódicamente a una cuenta acá en Colombia. Empezó una vida solo y tuvo que aprender lo básico: lavar, cocinar, arreglar la casa.

Luego de medio año de estar encerrado en su casa, por una enfermedad, fue a la Casa de la cultura, conoció un círculo de personas con las que se empezó a relacionar, a hacer toques y a ser invitado a conciertos. Por fin estaba viviendo de la música. La relación con su mamá, Dora Lilian, no fue la misma, pero ocasionalmente hablaban.

Alejandro sabe que ya es todo un personaje en La Ceja: “yo soy el único que corre en La Ceja con un bastón, el único que sale en las noches como si fuera día, esquivando carros, y cruzando aceras como sí nada”, dice.

A pesar de todo, aún tiene sueños por realizar. “Quiero ser maestro de música —dice Alejandro— pero también quiero tener una compañera. Ya curé muchas cosas en mí, pero ahora me gustaría, lo que soy, compartirlo con otra persona”.

Por último, Alejo se refiere a su país diciendo: “Colombia es mi tierra. Por más duro que me dé, esta es mi patria. A Suiza volveré de vacaciones, pero mi hogar es este. Si debo sufrir en el mundo, prefiero sufrir acá, en mi Colombia”.

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18 comentarios a la entrada “Alejandro Rochat: tus ojos miran al cielo”

  1. Liz Valencia
    lunes 8 de agosto de 2011, 15:50 COT
    1

    De nuevo, felicitaciones.
    Me hace muy feliz ver tus maravillosas publicaciones.
    Siempre me conmueven.

  2. andrea
    lunes 8 de agosto de 2011, 16:15 COT
    2

    Excelente… me gusta mucho la manera como explotas tu talento maldingano feo, que bonito èste escrito… TE FELICITO DE CORAZON <3 PD: presentar a la prima a alejo 😛 muaaaa!!

  3. Andres Rios
    lunes 8 de agosto de 2011, 16:29 COT
    3

    Señor! Haw!! Mil felicitaciones! Ud siempre tan coherente y sorprendete! Quien lo creyera ;)!!! Muy apasionante el relato, entretenido, conmovedor! Se nota la dedicacion! el entusiamo!! la investigacion!! Y ni hablar de la exelente redaccion!. Una mezcla interesante de una buena narrativa y sobre todo que deja un buen mensaje!… Otra vez felicitaciones! y muchos exitos!

  4. Karol Rojas
    lunes 8 de agosto de 2011, 20:03 COT
    4

    Este es uno de esos textos que logran llegar al punto de casi mostrar los poros del personaje. Que hermosas descripciones y que hermosa historia.

    Felicidades Eisen

  5. Lu Blandón
    martes 9 de agosto de 2011, 16:51 COT
    5

    De Esos Escritos Que Apasionan…
    De Esas Historias Que Me Roban Suspiros…
    De Esos Relatos De Eisen Hawer Que Se Meten En Mi Piel…

    No Hay Escritos Mejor Narrados Que Los Tuyos…!
    Mil, Mil, & Miiilll Felicidades Por Esa Manera De Escribir Que Tienes…

    Mua!Mua!
    MI ESCRITOR FAVORITO… EISEN HAWER!!!

  6. Daney Echeverri
    martes 9 de agosto de 2011, 17:43 COT
    6

    Tu definitivamente logras remover cualquier particula inerte que haya en el cuerpo… Conmueves con lindas historias que casi terminan en lagrimas.
    Espero poder seguir leyendote (Es un gran pasatiempo)
    Y como siempre te lo he dicho… Mil felicitaciones!!!

  7. Liz Valencia
    martes 9 de agosto de 2011, 18:16 COT
    7

    Amor como todas tus crónicas y ensayos, esta es simplemente maravillosa, tu mejor que nadie sabe lo que en mi causan tus escritos.

    Lloro y rio al ritmo de la historia, siento cada una una de tus palabras como si fueran sucesos no sólo plasmados en el papel, sino como si ocurrieran en ese preciso instante.

    Y no me voy a cansar de decirte lo feliz que me hace leerte, y lo orgullosa que me siento cada vez que lo hago 😀

  8. Juanes Giraldo
    mircoles 10 de agosto de 2011, 12:31 COT
    8

    otra vez! mis felicitaciones. quede anonadado!… conosco a Alejo pero nunca me imagine que detras de el hubiece una historia asi… aparte de todo lo que tubo que pasar en su vida, ha llegado ser una gran persona con un corazon inmenso y cada que lo saludas sentis una vibra y una energia envolvente que te conecta con la gran persona que es el…. Eisen! brutal…

  9. alex
    mircoles 10 de agosto de 2011, 15:52 COT
    9

    excelentísimo escrito, felicitaciones

    he quedado sorprendido
    una sorprendente narración, escribes realmente bien
    nuevamente felicitaciones

  10. Silvana
    mircoles 10 de agosto de 2011, 23:00 COT
    10

    Se supone que uno tiene que guardar distancia y debería ser más diplomática y menos emotiva; pero me es imposible no conmoverme y sentirme maravillada con la historia de un hombre tan valioso y con el talento de una persona en la que siempre he creído y al que adoro con toda mi alma. Y bueno, ya que a mí me regañaron me tomo la libertad de hacerlo con vos querido autor, el único pero que tiene todo esto es que hayas tenido tan abandonadas las letras, considerando lo que logras con ellas.
    Un abrazo amigo de mi alma y una salvedad para finalizar, las flores no son por el sentimiento afectivo, son por el talento evidente.

  11. Cheli Melisa Llano
    mircoles 10 de agosto de 2011, 23:33 COT
    11

    Eisen… Que historia!!!! Un excelente personaje, pero más aún un excelente narrador que nos deja conocer a Alejandro profundamente.

  12. Eisen Hawer
    viernes 12 de agosto de 2011, 15:27 COT
    12

    De corazón mil gracias a todos lo que se han tomado el tiempo de leer mi escrito, pero ojalá no se quedara únicamente en lo que les muestra las letras. Alejandro es una de esas personas que hay que conocer, que todos los días tiene algo nuevo para mostrarte y una de esas personas qeu vos no te cansás de admirar. Ojalá todos tengan esa oportunidad, pues su historia es mucho más de lo qeu acá, superficialmente, traté de contarles…

  13. MACLADU
    lunes 15 de agosto de 2011, 21:55 COT
    13

    Que historia y uno quejandose por cualquier cosa…aunque nos muestra que a pesar de haber personas malas tambien las hay muy buenas.. Suerte para Alejandro y que todos sus sueños se vuelvan realidad…

  14. John Bedoya
    mircoles 17 de agosto de 2011, 14:26 COT
    14

    Eisen qué buena historia, me sumo a los aplausos.

  15. alejandro martinez
    lunes 29 de agosto de 2011, 12:19 COT
    15

    ya conocia gran parte de esta historia pero me gusto leerla ,eso esta como pa una novela ,de seguro tendra un final feliz,un abrazo para el protagonista.

  16. Mauricio Bedoya
    jueves 1 de septiembre de 2011, 21:14 COT
    16

    Realmente conmovedora la historia, llega al alma, muchas felicitaciones parcero. que buen escrito!!

  17. sara perez
    martes 6 de septiembre de 2011, 11:29 COT
    17

    eisen!!!
    me encanta la historia de alejo
    me encanta que hayan personas como vos que recalquen lo bueno y lo bello que hay en el pueblo y que no dejen en el olvido todo lo que pasa!
    recordar es vivir!”
    excelente mil felicitaciones!!!

  18. Jeury :D
    martes 13 de septiembre de 2011, 11:51 COT
    18

    Hawer, Simplemente maravilloso..
    Tu talento es una expresión de todo lo que tiene Colombia de fascinante , e incluso de terriblemente fascinante. Y hasta el nivel que has llegado con tus escritos, hay que quitarse el sombrero.. Mil y mil felicitaciones!



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