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¡Todos digan Whisky! Y sonrían… si pueden

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viernes 3 de abril de 2009 13:58 COT

La gente sale mal en las fotos porque dice "whisky" en vez de tomarse uno, decía Groucho Marx. Groucho tenía un humor fantástico y algo de cierto podía haber en esta frase, dicha de manera irónica como la mayoría de ellas, pero de lo que sí estoy segura es que esa frase viene como anillo al dedo a los protagonistas de esta película que, al igual que Groucho, está llena de humor, aunque de uno muy negro.

Todos alguna vez hemos dicho "whisky" al salir en una foto o tomando una. A mí, en lo personal, siempre me queda una sonrisa espantosa, por eso prefiero tomarlo. Y lo mismo deberían hacer Jacobo y Martha, al menos para disimular sus artificiales sonrisas, cuando el fotógrafo ordena “digan whisky” y obtiene su retrato. Cuando uno oye esta frase por primera vez en una situación tan patética como divertida y hasta conmovedora, uno entiendo por qué la película lleva este nombre.

Sinopsis

Jacobo y Herman Köller son dos hermanos uruguayos judíos. Ambos son propietarios de una fábrica de medias pero a todas luces muy distintas. Jacobo es soltero, vive en Montevideo con una fábrica vieja y gris, como lo es él, que además está en bancarrota. Herman vive en Porto Alegre (Brasil), hace 20 años que no va Uruguay y, al contrario de su hermano mayor, es un empresario exitoso y tiene una familia.

Marta es la empleada de mayor confianza de Jacobo. Es una buena mujer, pero está tan marchita como el mismo Jacobo y la fábrica. Con motivo del matzeiva de la madre de los Köller, Herman decide viajar a Montevideo ya que no pudo estar en su funeral. El viaje de Herman pondrá un poco nervioso a Jacobo, quien frente a su hermano siempre lució como un perdedor. Ahora, por una sola vez en la vida quiere demostrarle que ha logrado algo bueno y es así como le pide a Martha que funja de esposa por los días que su hermano esté de visita. La llegada de Herman implicará un trastorno en las aburridas vidas de Jacobo y Marta… y del mismo Herman.


El cine es para mí mucho más que un pasatiempo, es la posibilidad de ver nuevos mundos, otras historias, otro tipo de realidades —ya sean paralelas u opuestas—. Es un escape, pero también una inmersión y aunque he visto cientos de películas entre malas, buenas, regulares, excelentes, perversas, pasables, etc., aún hay mucho que me falta por descubrir y aún cada película que veo me toca, me llega y me sorprende por la razón que sea, por más “mala” que pueda ser, porque simplemente me dejo permear, siempre estoy abierta. Como sucedió con Whisky, una película que es SIMPLEMENTE maravillosa, tan sencilla pero magnífica al tiempo. Me gusta mucho la idea de ver cine latinoamericano, tal vez porque conozco poco de él, tal vez porque me cuenta historias cercanas, las historias de mis hermanos.

Mientras veía Whisky, no pude evitar recordar Un hombre sin pasado de Aki Kaurismaki. Los diálogos —más bien pocos—, los silencios, la inexpresividad y parquedad de sus personajes, me llevaron inevitablemente a pensar en esta película finlandesa, porque además me generó los mismos sentimientos. Al igual que Un hombre sin pasado, en Whisky cada una de las escenas está tan cargada de un sinnúmero de elementos, todos ellos implícitos, porque la película no es explícita en mostrar lo que quiere; por el contrario todo está ahí y son precisamente esa sutileza, sencillez y simplicidad las que logran contarlo todo sin dejar un solo detalle fuera.

Pero tal simpleza no está solo en los personajes y su actuación, también en las escenas, en el plano fijo de la cámara siempre y hasta la música. Uno ve a un Jacobo aburrido, conformista, modesto, para ser más exactos autómata. Su vida es completamente rutinaria y carente de toda excitación, al punto que ni siquiera se le ocurre llamar a alguien para que le arregle una persiana que está dañada hace tiempo en su oficina. No se necesita ser muy hábil para darse cuenta de que Jacobo es un ser carente de espíritu. Cuidó a su madre hasta el día que ésta murió y todavía, un año después de muerta, sigue conservando el espacio tal cual, sus objetos, sus recuerdos. Pero además es un ser abandonado de sí mismo y sus cosas; tanto la fábrica como la casa están en un estado de descuido tan profundo que uno inmediatamente siente el halo de apatía y desdén. Incluso llaman la atención la sumadora y máquina de escribir que tiene Jacobo en su oficina. Son de casi un siglo, casi como él mismo.

Ni siquiera con la pobre Marta que ha trabajado con él durante 20 años en su derruida y oscura fábrica tiene siquiera una relación medianamente afectuosa. Es tan frío como las paredes de su oficina. El mismo saludo a la misma hora en el mismo lugar. Las mismas palabras en las mismas horas en los mismos lugares. Salvo una contada excepción, nada los saca —tanto a Marta como a Jacobo— de su rutinaria vida, nada los abstrae… salvo la visita de Herman. Luego de 20 años de trabajar para Jacobo, Marta se siente atraída por él. Es visible por el tipo de relación que han establecido durante esos 20 años. Él, un pobre hombre descuidado y sin espíritu encontró una mujer que estando tan distante pero tan cercana lo cuida y está pendiente de él. Se necesitan mutuamente, su vida —la de ambos— gira en torno a la fábrica y a las dinámicas que ahí se generen y aunque el escenario es la fábrica, la relación que se ha formado ha traspasado éste hace mucho tiempo. Tal vez por eso ninguno de los dos decide salir de ahí o deshacerse de ella.

De no ser así, Jacobo no le hubiese pedido nunca a Marta el favor de asumir el rol de su esposa por los días en que Herman estuviera de visita. Jacobo, en el fondo, sabe que más allá de la confianza que pueda existir, Marta aceptaría gustosa y esta vez no por resignación. Sería como un sueño cumplido para ella, el desquite perfecto para Jacobo y la alteración de las vidas de todos. Y cuando digo alteración es precisamente eso; la estadía de Herman no sólo implica nuevas experiencias para salir de la “rutina” en las vida de los tres, sino que además es el acercamiento a cosas desconocidas para ellos mismos de sí mismos, es un descubrimiento que ellos no estaban preparados a experimentar y que tampoco estaban buscando. Herman sólo venía al matzeiva de mamá y partiría tan rápidamente como habría de venir.

Pero un cambio inusitado de planes los pone a los tres en una situación claramente incómoda, no solamente porque no estén acostumbrados a ella, sino por la misma presencia del otro y los secretos que ninguno está dispuesto a revelar pero que están en riesgo de salir a la luz —como efectivamente sucede—. Además, ninguno quiere admitir tales secretos frente a los otros, pero lo que es peor aún, no quieren admitírselos a ellos mismos. Vemos el patético intento de Herman de “purgar” su culpa por no haber estado al lado de mamá durante su convalescencia, por haberse ido y no regresar en tanto tiempo, por no haber estado más pendiente… pero no se sabe qué es más patético aún, si la escena misma en la que se desarrolla la acción, ese karaoke vacío, o la misma actitud despectiva de Jacobo hacia el dinero que su hermano le da, y que al final termina tomando.

“Un bizarro (sic) triángulo amoroso protagonizado por tres personajes decadentes en donde todo lo que se sugiere es mucho peor que lo que se dice”.

Whisky me encantó por una simple y sencilla razón, y es la forma en la que sus directores lograron contarla. Alejada de toda pretensión y vanidad, Whisky —como lo decía al principio— tiene un humor —triste, negro, tal vez hasta perverso, pero humor— producido por cada una de esas situaciones que parecen absurdas. Hay tantas cosas que uno no puede creer cuando las ve que simplemente le parece absurdo que eso esté pasando, pero ahí están y uno se ríe de esa inverosimilitud, para terminar sintiendo compasión por esos tres pobres desdichados y en algunas ocasiones hasta desespero.

La película logra mostrar de manera desprevenida cuánta humanidad hay en sus personajes, la misma humanidad que tiene quien ve la película; y a la larga uno puede que termine sintiéndose identificado en algún aspecto con el(los) personaje(s). Hay muchas otras cosas detrás: detrás de las caras, de la historia, de la escena, de la puesta en escena, de los diálogos. Hay mucho más allá de todo eso para ver y descifrar, no es sólo lo que está puesto en pantalla claramente, es que detrás de los silencios y las imágenes hay más que está dicho.

Hay dos cosas que me gustaron mucho de esta película. La primera de ellas es que, a diferencia de las películas “hollywoodenses”, esta no tiene un final feliz, es decir, el cambio no fue para bien, no arregla la vida de los personajes, el bueno no se queda con la protagonista ni el malo se va para el infierno. El cambio es sólo un suceso más de las vidas de los tres personajes que tendrá algún tipo de consecuencias en el futuro, pero su magnitud no la sabemos. Es posible que cada uno decida cambiar su estilo de vida, como seguir con la vida que llevaban, que a la final es lo más cómodo. La película simplemente muestra este tipo de situaciones y la dinámica de las relaciones entre los tres personajes y lo que cada uno va develando, no pretende ir más allá, es una película real.

“…la importancia de los cambios significativos que en esa rutina existencial va a provocar el juego de apariencias forzado por la llegada de Herman, un personaje que también lleva sobre sus hombros su propia mochila de pequeñas mentiras y secretos, para finalmente dar testimonio de forma palpable de los cambios que se operan en todos ellos a raíz de los hechos que se narran en la película”.

Lo segundo, es que los personajes son muy reales, desde el punto de la construcción de cada uno de ellos. Son seres de carne y hueso que han adoptado los comportamientos que tienen porque sus vidas los han llevado a eso; uno puede aducir que su pasado ha sido triste, solitario y doloroso. Tanto su timidez como su resentimiento y como sus represiones no son espontáneos y eso es precisamente lo que los hace humanos, tan humanos como quien los ve en pantalla.

“Retrato de fracasados de la vida a los que los directores tratan con un enorme respeto, "Whisky" es una muy inteligente película…”

Por eso, al igual que yo, Jacobo y Marta se ven tan artificiales al decir “whisky” en la foto en la que deben simular su recién celebrado matrimonio. Porque dejar de ser lo que uno es para mostrar lo que no es, no puede durar para siempre, tarde o temprano termina sabiéndose la verdad y a la final como que no se ve uno muy bien, como en la foto. Decir whisky para salir en la foto, simulando la felicidad que no se tiene, es la perfecta representación de la simulación que tanto Jacobo como Martha y Herman hacen de su falsa felicidad. Ellos decidieron decir “whisky” y simular. Yo en cambio, prefiero tomarlo.

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Un comentario a la entrada “¡Todos digan Whisky! Y sonrían… si pueden”

  1. Francinete Mateus
    domingo 22 de mayo de 2011, 10:10 COT
    1

    Achei perfeita a sua visáo sobre este filme. Eu o assisti e achei maravilhoso, apesar de um pouco triste. Acho que Marta jamais voltaria a ser a mesma despois de um contato táo próximo de Jacobo e a sua frieza. E Jacobo, apesar de confiar nela, por trabalharem juntos há 20 anos, nunca lhe deu a chave para abrir a fábrica, o que mostra que ele só confiava em si próprio.

    Sempre fui apaixonada pela ideia de visitar Montevideo e aqui estou, num hotel da Plaza Cagancha, escrevendo este comentário. Tive sorte de encontrar uma Montevedeo com o sol brilhando e cheia de vida, ao contrário do que a pelìcula nos mostra. Amei esta cidade!!!



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