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Nunca hables con extraños, a menos que sean interesantes

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martes 28 de abril de 2009 22:54 COT

Estaba yo vagando por la misma área de la ciudad que había recorrido varias veces los días anteriores y decidí cambiar de rumbo sin pensarlo. Tomaría un tren que no hubiera usado antes para ir a caminar por calles nuevas, el destino era lo de menos, podía volver cuando quisiera y ya sabía cómo hacerlo.

Entré a la estación donde pasaba la línea que necesitaba, el cansancio de los días anteriores se manifestaba poco a poco en mi cuerpo así que me senté en una banca vacía a esperar el tren. Mientras observaba la poca gente que caminaba por la plataforma, algo inusual para ser la hora del día en que la gente abandona sus trabajos, mis ojos encontraron la figura de un hombre con atuendo deportivo y una cámara fotográfica en la mano. Estaba preguntándole a una joven mujer si le permitía tomarle una fotografía, ella se negó y se alejó rápidamente, justo después lo vi dirigirse a la silla donde yo estaba sentada y pensé que ahora querría fotografiarme a mí, mi reacción inicial fue que me negaría pero no hubo necesidad.

Tras estar sentado unos segundos a mi lado me preguntó de dónde era, le respondí y luego dijo que en ese caso no podría comentarme algo acerca de  literatura nacional. Noté que el libro que llevaba en las manos era usado y como en los próximos días quería ir a comprar algunos títulos me animé a continuar la conversación, quise saber si conocía alguna tienda interesante en donde pudiera encontrarlos, me habló de una donde se encontraban ejemplares nuevos y de segunda mano.

Después de hablar un poco más, el tren se demoraba, le pregunté si podría acompañarlo mientras llegaba a su destino, sólo quería caminar y conocer un poco más de la ciudad, aceptó, entramos juntos al vagón cuando finalmente apareció. En el camino me mostró algunas de las fotografías que toma, tanto de personas como de objetos, siempre en la calle.

Llevaba dos maletas enormes llenas de lentes y accesorios para su cámara, además me iba contando que estaba estudiando fotografía, pero que más que todo su día a día se trataba de eso, de caminar por la ciudad, hablar con la gente y retratarla cuando se lo permitía. Él también quiso saber de mí, le conté brevemente, me interesaba más lo que él tuviera para decir . Más adelante me propuso ir a ver el río y caminar por las calles de su barrio mientras llegaba a su casa, en donde se prepararía para ir al gimnasio donde practica boxeo, yo acepté y al llegar a su parada descendimos del tren, subimos unas escaleras y salimos a una zona de la ciudad que yo ya reconocía un poco, repetimos una parte del recorrido que había hecho con una amiga en días anteriores pero con otra luz, el sol se estaba yendo.
 
Tras tomar algunas fotos, volvimos a los alrededores de la estación y llegamos hasta un callejón a media cuadra de su edificio. Antes de despedirse me aclaró que no estaba buscando ningún tipo de relación romántica, que tenía muchos asuntos personales por resolver pero que si aún así quería su compañía para recorrer la ciudad con gusto me la ofrecía, después me entregó una tarjeta, la misma que le entrega a los extraños a quienes fotografía en caso de que quieran sus imágenes.

Esa noche me dejó sola y maravillada, la vista de la ciudad con sus luces nocturnas era conmovedora, me quedé unos minutos intentando lograr una buena imagen, una tipo postal de ese paisaje urbano que estaba frente a mí.

Tres días después volví a saber de él, cuando me respondió un correo electrónico que le envié preguntándole si querría acompañarme a un museo que a decir verdad no me emocionaba mucho conocer.
Haciendo gala de su fría honestidad respondió que no madrugaría para acompañarme, pero que tenía otros espacios en su agenda que con gusto compartiría conmigo, entre ellos una comida con su profesor de fotografía. Yo, emocionada por conocer la cultura local desde adentro, acepté sin pensar en mi desordenada agenda informal.
El día que planeaba ir al museo cambié de idea, me fui a hacer compras y cuando me dí cuenta ya era tarde para llegar a la comida en su casa. Busqué frenéticamente un teléfono para llamarlo, tras hablar con él y con su profesor, quien también habla español, acordamos que me esperaría y que calcularía mi hora de llegada para pedir a domicilio la comida. Llegué tarde y agitada, pero habiendo anunciado mi tardanza. Me esperaba en la mesa un sándwich de pollo, una ensalada y una gaseosa, me senté a comer tan rápido como pude para seguir el ritmo de mi amigo y de su profesor, además intenté coordinar la acción de masticar con la de responder coherentemente a las preguntas que me hacían en un idioma que no es el mío. Creo que salí bien de la prueba, teniendo en cuenta que disimulé mi sorpresa al enterarme de que el profesor era fotógrafo independiente para medios importantes del país.

Ya era tarde para mi siguiente compromiso y estaba dispuesta a llegar fuera como fuera, aún con un par de copas de vino en la cabeza, en una ciudad que no era la mía y con un paquete gigante por las compras que había hecho horas antes. Cuando me despedía mi amigo me pidió que esperase un momento, al salir de su habitación estaba listo para salir también, me llevó hasta la estación del tren y me mostró la ruta que debía tomar para llegar a mi destino, para mi sorpresa incluso se despidió con un abrazo, gesto que me pareció completamente atípico para su cultura, más teniendo en cuenta el poco tiempo que llevaba de conocerlo.

Nuestro siguiente encuentro fue al frente de la librería que me recomendó días antes, ya había hecho compras en ella así que era fácil para mí usarla como punto de encuentro.
Tras una llamada desde un teléfono público, ubicado a pocos metros de la entrada de un museo que acababa de visitar, ultimé detalles y nos pusimos de acuerdo.

Al llegar él ya estaba ahí, con su atuendo deportivo gorra negra incluida, había movido unos cartones de la basura para sentarse en ellos mientras tomaba fotografías. Lo saludé y entramos a la librería, yo estaba buscando un título específico para un amigo. Cuando encontramos la sección indicada uno de los empleados intentó guardar un libro que el fotógrafo quería ver, al notarlo chasqueó los dedos para llamar la atención del vendedor, a quien evidentemente no le gustó el gesto, en ese momento comenzó una discusión entre los dos que temí acabaría mal pero me equivoqué, sólo era parte de la personalidad febril de la ciudad. Después pude preguntar por el libro que buscaba pero no lo hallé y me apresuré a salir del sitio que ya no sentía como un ambiente cómodo.

El fotógrafo me preguntó si se me antojaba ir a cine, me pareció buena idea, vimos la cartelera de un teatro cercano y no encontramos nada que nos gustara, entramos a una cafetería que estaba cruzando la calle e intentamos pedir algo, en especial para calmar su hambre, pero tras esperar a que nos atendieran él cambió de opinión y me propuso caminar hasta el otro río para ver el atardecer, luego comeríamos algo y quizás entraríamos a un bar.

Caminamos con paso enérgico hasta la ribera del río, llegamos justo cuando el sol estaba a punto de ocultarse, yo lidiaba con la memoria casi llena de mi cámara y con las baterías agotándose, pero aún así logré unas buenas fotografías.

Como el viento no perdonaba aumentando la sensación de frío fuimos a buscar algo de comida caliente que nos reconfortara. El sitio elegido fue uno nada llamativo, donde servían platos asiáticos bien preparados y económicos. Mientras él hacía su pedido yo me sentía un poco como en medio de esa escena de When Harry met Sally donde ella hace gala de toda su meticulosidad a la hora de ordenar comida, luego fue mi turno para hacerme entender con el muchacho que atendía, él lidiaba con mi fuerte acento. Superados los obstáculos culinarios e idiomáticos nos sentamos a comer. Él fotógrafo me hacía toda clase de preguntas acerca de mi país y de mi cultura, yo respondía con gusto y lo mejor que podía. Al terminar nos dirigimos a un bar que me había mostrado antes, pedimos Coca-Cola, dos cada uno y nos sentamos al estilo de los hombres, muy callados y cada quien un poco lejos del otro. Al final pagó la cuenta, ya era la segunda vez que me invitaba algo, la comida en su casa tampoco quiso que la pagara, me dijo que bastaría con que le gastara una gaseosa al otro día cuando me acompañaría a comprar una cámara fotográfica. Ambos ignoramos el descontento de la mesera, quien muy seguramente esperaba una cuenta más grande con su correspondiente propina.

De nuevo llegamos a una estación de tren, entramos y me mostró dónde debería tomar mi ruta, quiso acompañarme pero su ansiedad, rasgo constitutivo en él, se lo impidió, dijo que prefería esperar su ruta desde ya para no perderla, de nuevo me abrazó y quedamos para vernos al día siguiente.

En la mañana salí a llamarlo porque la señal del sitio donde me quedaba era fatal. La amiga que me hospedaba ya me había dicho que él le había dado dos veces la misma información, que por favor lo llamara, sin importar la hora, la primera vez en un correo de voz y la siguiente en una llamada que ella atendió creyendo que le diría algo nuevo.
Hablé por teléfono con el fotógrafo y supe la hora a la que me esperaba. No pude cumplir con puntualidad el compromiso, porque a pesar de las múltiples indicaciones que incluyó en el mapa que me hizo la noche anterior, mientras estábamos en el bar, el sistema de señalización con varias estaciones compartiendo el nombre de las calles, me confundió de nuevo y me hizo caminar a toda prisa 8 cuadras para llegar no tan tarde. Cuando finalmente llegué al delicatessen propuesto él me estaba esperando pacientemente, pero me advirtió que deberíamos ser rápidos a la hora de comprar mi cámara porque el almacén a donde entraríamos había estado cerrado varios días por fiestas religiosas, por lo que la afluencia de gente sería mucho mayor que la habitual.

Entramos y conseguí todo lo que necesitaba. Haciendo la fila para pagar se encontró con una coterránea mía, él no dejaba de hablar con desconocidos en cuanto lugar entraba. Quizá se desilusionó al ver que no entablamos conversación, le expliqué que si quería relacionarme con gente de mi país para eso tenía muchísimo tiempo, pero que si salía quería untarme de la cultura local.

Estando ya casi afuera del local me invitó a almorzar a su casa, no esperaba que lo hiciera pero me pareció una nueva amabilidad de su parte. En el camino lo vi repetir el acto de acercarse a un extraño que llamaba su atención para pedirle que le dejara tomar una fotografía suya, en realidad era una pareja, a él no pareció molestarle, pero ella estaba un poco más reticente. Al final ambos sonrieron y nosotros seguimos nuestro camino. Lo dejé decidir qué rutas tomar, al fin y al cabo era él quién conocía la ciudad y el destino.

Soltamos los paquetes y nos metimos a la cocina, dije que le ayudaría a cocinar, mas la verdad es que yo me quedé cocinando mientras él, víctima de su rasgo controlador, destapó mi cámara y sacó la batería para ver cómo se usaba, llamó a la fábrica para pedir indicaciones de cómo cargarla por primera vez y la conectó, todo, según él, con mi permiso. Yo entretanto lidiaba con los pocos implementos de cocina de una casa de hombres y mi casi completa ignorancia acerca de cómo preparar espárragos.

Minutos más tarde pasé esa prueba también, la comida quedó comestible y hasta sabrosa. Disfrutamos a la carrera un almuerzo tardío y una vista maravillosa en un lindo balcón de su casa que yo desconocía, a la carrera, porque en esa ciudad se corre todo el tiempo.
El motivo de nuestra prisa era una película que queríamos ver en un teatro cercano, comenzaba dentro de poco y queríamos llegar a tiempo para no perdernos el inicio, me dijo que odiaba eso y yo también, pero como estaba de vacaciones no me importaba.

Cuando llegamos al teatro descubrimos que éramos los únicos asistentes a la función, la proyectaron sólo para nosotros y no nos perdimos de nada.
Hubo momentos en los que me perdí terriblemente porque el acento de los actores me hacía imposible entender lo que decían, pero como se trataba más de la historia contada con actos y mostrada con una hermosa fotografía no me sentí tan perdida y entendí el final.

Tras ver la película e intentar conseguir, sin éxito, una sinopsis de la misma volvimos a su casa, le mostré unas fotos de mi ciudad y me comí una gelatina a la que le tenía ganas desde antes. Él insistió en regalarme un par de libros pero sólo acepté uno, un poco por vergüenza y otro por preocupación de exceso de equipaje. Recogí mis bolsas de compras electrónicas, incluida la batería de mi cámara que se estaba cargando y tras un abrazo me despedí de un nuevo amigo.

Esa noche él me escribió un correo diciéndome que se alegraba del rato que habíamos pasado juntos, me deseaba buen viaje y me expresaba sus deseos de mantener contacto conmigo para que le enseñara un poco de español.

Constantemente observo cómo las recomendaciones de la policía, tras un nuevo crimen, son de tono puramente defensivo: no hable con extraños, avise a las autoridades si observa comportamientos sospechosos, desconfíe de todos. Si uno las siguiera al pie de la letra, así como ese consejo que solían darnos los mayores cuando éramos niños: no hables con extraños, hoy no tendríamos amigos. Todos nuestros amigos fueron en algún momento extraños, algunos llegaron a nuestra vida por medio de otros, pero seguro tuvimos que ceder por lo menos una vez para poder construir nuestro grupo social.

Ciertamente las enormes ciudades son lugares en donde se puede cultivar fácilmente la desconfianza, pero si se es como yo, aficionada a los caminos menos transitados, se preferirá andar un poco más sin miedo, sin ansiedad, de un modo zen quizá, corriendo el riesgo de ganar más de lo que se pierde. Yo lo hice esta vez y ahora soy más rica que antes porque encontré un amigo.

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6 comentarios a la entrada “Nunca hables con extraños, a menos que sean interesantes”

  1. Andrea
    mircoles 29 de abril de 2009, 08:54 COT
    1

    me gusto mucho este escrito mucho, tan largo y todo, melo lei rapidisimo.

  2. fransj
    mircoles 29 de abril de 2009, 11:18 COT
    2

    Sin esos extraños .la vida seria monotona ajena y repetitiva.

  3. Marsares
    mircoles 29 de abril de 2009, 11:40 COT
    3

    Un escrito urbano que gusta porque saca a la luz esas historias olvidadas entre la paronia de nuestros tiempos. Lo mejor de todo, como lo resaltas, es que iniciaste una amistad, como deben ser todas las amistades, sin compromisos, sin ataduras, sin imposiciones. Simplemente, compartiendo juntos un trozo de historia. Y eso es maravilloso.

  4. ApoloDuvalis
    mircoles 29 de abril de 2009, 12:50 COT
    4

    ¡Qué buena crónica! Dan ganas de recorrer esas mismas calles.

    Sobre los extraños, a veces es muy interesante ver cómo el estampado de una camiseta, la portada de un libro o un accesorio (como una cámara) pueden llamar la atención de los demás y darles pie para preguntarnos cosas. Y bueno, mientras no traten de venderte algo (un producto, una suscripción, una religión) siempre será agradable charlar con un extraño que encontró interesante algo que habla sobre tus gustos.

  5. Lina
    mircoles 29 de abril de 2009, 22:56 COT
    5

    Loved it! Sobre todo el final. Creo que con tu visita aprendi muchas cosas!
    Gracias

  6. DIANA CORONADO
    jueves 30 de abril de 2009, 00:19 COT
    6

    Amiguita !! Buenísimo !!

    Creo que este tipo de oportunidades & encuentros solo se dan entre personas que están abiertas a que pasen.

    Este tipo de personas es mas propensa a las sorpresas curiosas & exóticas que brinda la vida.

    Un gusto saber que le haya pasado algo así.

    La magia es digna de quien quiera verla.

    Un abrazoo muy fuerte donde andes !!



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