Los estadios colombianos

A raíz de la fallida iniciativa de organizar el Mundial de Fútbol en 2014, y de la más aterrizada aspiración de obtener para Colombia, en cabeza de Bogotá, la sede los Juegos Panamericanos 2015, es bueno echar una mirada a los estadios colombianos, usados primordialmente para el fútbol, pero que por las características arquitectónicas de la mayoría de ellos, pueden albergar competencias atléticas de diversa índole.

El Nemesio Camacho “El Campín”, que estrenó por estos días su nueva refacción, fue inaugurado en 1938, precisamente para ser escenario de unos Juegos Bolivarianos, que coincidieron con los 400 años de fundación de la ciudad. Las tribunas (de un solo piso) tenían capacidad para 23.500 espectadores, más que suficientes para aquella época. Pero el auge del fútbol en El Dorado, motivó una ampliación de las tribunas norte y sur, en 1951, que dio cabida a 36.000 aficionados. Para 1967, con la construcción del segundo piso de oriental y el tercer piso de occidental, se llegó al máximo aforo que ha tenido el estadio capitalino: 57.000 personas. Las sucesivas modificaciones que se le hicieron, como la instalación de silletería en diferentes sectores, redujeron su capacidad, al punto que para la Copa América 2001, quedó en 46.000 espectadores. Por razones de seguridad, actualmente se imprimen cerca de 42.000 boletas en el caso de partidos Clase A.

En Medellín, el “Atanasio Girardot” ostenta actualmente la mayor cantidad de aficionados de Colombia. Abierto al público en marzo de 1953, tuvo una capacidad cercana a los 20.000 espectadores hasta 1976, cuando fue entregada para los Juegos Nacionales, además de la pista atlética, la parte alta de oriental, aumentando el aforo a 30.000. Entre 1992 y 1993 se terminaron los segundos pisos de norte y sur, dejando el número de asistentes en su cifra actual, 52.872 personas, y dando un golpe de vista muy similar al “Monumental de Núñez”, debido a su forma ovalada.

Durante varias décadas, el Estadio Olímpico “Pascual Guerrero” fue el más grande y moderno del país, puesto que fue objeto de una magnífica transformación para los Juegos Panamericanos de 1971, que tuvieron como sede a Cali. El escenario del barrio San Fernando había sido construido en 1937, y como en los dos casos antes mencionados, fue ampliado paulatinamente. Para el día en que encendieron el pebetero olímpico, fueron al Pascual 65.000 personas, y luego de esa fecha, el estadio sólo registró ese mismo lleno dos veces: en 1978, en el partido Cali-Boca Juniors -de la final de la Copa Libertadores-, y en diciembre de 1979, cuando América ganó su primer campeonato profesional. Por fallas estructurales, la tribuna alta norte fue demolida y edificada nuevamente en su totalidad en 1998. Del año 71 al presente, el emplazamiento de sillas y la numeración de localidades, tanto en oriental como occidental segundo piso, fueron reduciendo la capacidad, a 55.000 a mediados de los ochenta, 47.000 en 1996, y para 2001 a 45.195 espectadores.

Una de las obras que quedó para el recuerdo del malogrado Mundial Colombia 1986, fue el Estadio Metropolitano “Roberto Meléndez” de Barranquilla, que reemplazaría al octogenario “Romelio Martínez”. A pesar de los innumerables tropiezos que tuvo la obra, iniciada en 1978, el Metro estuvo listo para el primer partido en mayo del 86, a tiempo si se hubiera realizado el torneo orbital. Lo que sí falló fue el tamaño que se planeó en un principio, pues se proyectó que al estadio le cupieran 75.000 espectadores. Pero un error de ingeniería hizo necesario eliminar por lo menos cuatro hileras completas de puestos alrededor de todo el escenario, cada una de 400 metros de circunferencia, reduciendo el aforo a 47.627 personas. El Metropolitano fue el primer coliseo deportivo que utilizó un foso para separar el público del terreno de juego, en sustitución de la tradicional reja de alambre y tubo.

Si hay algo que agradecerle a los torneos organizados por la Conmebol es el empujoncito que han recibido los gobiernos de turno para mejorar los estadios de otras ciudades más pequeñas. De no ser por el Juventud de América de 1987, en Armenia a lo mejor todavía estarían jugando en el viejo estadio San José, que era el único de forma rectangular en el campeonato colombiano, y en el que como sello particular, detrás de una de las porterías había un abismo que daba a un riachuelo. Para evitar que el balón cayera y se perdiera sin remedio en semejante precipicio, la reja de ese costado tenía por lo menos seis metros de altura. Para enero del 87, el San José pasó a uso de buen retiro ante la inauguración del Centenario, llamado “El jardín de América para jugar fútbol”, con capacidad para 30.000 espectadores, y también dotado de foso para separar el público de la cancha y pista atlética.

Aunque el citado Juventud de América se jugó también en Pereira y Manizales, los estadios de estas ciudades no eran de estreno como el de Armenia. Pero después de dicho certamen, se comenzaron a levantar las tribunas norte y sur del “Hernán Ramírez Villegas”, ampliando su aforo a 35.000 personas. Por su parte, el “Fernando Londoño y Londoño”, que era de verdad un coliseo multiusos, porque tenía cancha de fútbol, pista de atletismo y velódromo, fue demolido y en su lugar se edificó el muy elegante estadio Palogrande, en donde 40.536 hinchas blancos vieron paso a paso la gesta triunfante del Once Caldas en la Copa Libertadores de 2004.

Los dos nuevos estadios criollos son el General Santander, de Cúcuta, terminado a la mitad en 1993 -costado oriental- y finalmente completado –costado occidental- este año por la participación del Cúcuta Deportivo en la Copa Libertadores. Todavía le faltan algunos detalles, pero ya puede albergar a 45.000 personas. El otro estadio está sin estrenar todavía, el del Deportivo Cali, primero en ser propiedad de un equipo de fútbol, y que recibirá a 52.000 aficionados.

Hasta ahí tenemos nueve estadios de un nivel aceptable, susceptibles de ser mejorados. Obvio que no pueden competir con los majestuosos palacios deportivos que vimos en Corea-Japón 2002 y en Alemania 2006. Pensar en un campeonato de esa magnitud es utópico, pero no por ello hay que tirar todo por la borda y decir que no somos capaces de ser anfitriones de otros eventos menores. La candidatura a los Panamericanos 2015 es una forma de ir haciendo el curso. Ya hicimos una Copa América en 2001, y no hubo inconvenientes. Hemos organizado Bolivarianos sin problemas. En 1982 nos dimos el lujo de tener el Mundial de Baloncesto. En el 97 tuvimos un mundial de clubes de patinaje. Fuimos sede de dos Juventud de América (1987 y 2005) y de un Sub 17 (1993), y todo salió como estaba planeado. Si se dan las cosas y a Bogotá le adjudican los juegos del 2015, (previa reestructuración de El Campín o construcción de otro estadio nuevo, amén de los escenarios para otros deportes en sedes alternas), es perfectamente válido pensar, no en unos olímpicos, cuya parafernalia es aún más grande que la de una Copa Mundo de fútbol, pero sí en unos mundiales de atletismo, o un campeonato orbital juvenil de fútbol –masculino o femenino-.

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